¡Jesucristo desató algunas críticas contundentes contra los escribas y fariseos de Su época! Solamente en Mateo 23, Él dice siete veces: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!”.
“Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (versículos 27-28). Los sepulcros eran “blanqueados” una vez al año para embellecer su exterior. Cristo utilizó esto como una analogía devastadora de la condición espiritual de estos hombres. Vio a través del “blanqueo” exterior hasta sus corazones podridos. Los llamó por lo que eran: hipócritas.
Contraste este ejemplo con el de otro individuo. Cuando Cristo estaba llamando a Sus discípulos y se encontró con Natanael, dijo: “¡He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño!” (Juan 1:47). La palabra engaño viene del griego dolos, que significa señuelo, truco o engaño.
Los escribas y fariseos presentaban una fachada de religiosidad, una apariencia, ¡un señuelo para elevarse y tratar de atraer a más prosélitos como ellos y peor! Cristo advirtió: “Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:15).
En Natanael, sin embargo, no había engaño. Él no presentó una imagen falsa de sí mismo. No es que no tuviera culpa; todos somos pecadores. Pero, a diferencia de los hombres religiosos que Cristo condenó, él no tenía engaño, no tenía hipocresía. No tenía “doblez de corazón” (Salmos 12:2).
Cristo dijo de él: “He aquí un verdadero israelita”. Debemos tomar nota del ejemplo de Natanael, aprender de él, esforzarnos por ser como Natanael: cristianos sin engaño.
Esta es la vara alta que Cristo nos puso. Es muy difícil de lograr.
La hipocresía es un gran problema en nuestro mundo. Como advirtió el apóstol Pablo: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia” (1 Timoteo 4:1-2).
Ese espíritu predominante puede infiltrarse en nuestras vidas. Con total honestidad, tenemos que reconocer que, a veces, no hemos cumplido con los estándares que Cristo quiere que sigamos. Hemos presentado una imagen de nosotros mismos que queremos que los demás crean que es la de nuestro verdadero yo, pero nuestras intenciones, expresadas a través de nuestras acciones, pueden no coincidir.
Cristo condenó enérgicamente la hipocresía porque perjudica nuestra salud espiritual. ¿Cómo?
Herbert W. Armstrong decía a menudo que cada persona tiene un ídolo. Dijo que su propio ídolo era un sentido egoísta de autoimportancia: el deseo de alcanzar un estatus a los ojos de sus pares. Para nosotros, puede ser un amor desmesurado por nosotros mismos, o vanidad.
Tal era el caso de los escribas y fariseos. Por eso Cristo los comparó con sepulcros blanqueados. “Lavaban” el exterior, presentándose como hombres disciplinados, austeros y religiosos. Querían ser vistos como justos (Mateo 23:5-7) pero no vivir rectamente (versículo 28). Esa vanidad y ese amor propio se convirtieron en un ídolo.
Este es el peligro de la hipocresía. Puede hacer que, incluso sutilmente, expulsemos a Dios de nuestras vidas porque hemos establecido otro dios en el lugar de Dios: nosotros mismos. La hipocresía hace que quebrantemos la ley de Dios, especialmente los tres primeros de los Diez Mandamientos.
¿Cómo viola el Tercer Mandamiento? Cristo dijo: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46). Nuestro folleto Los Diez Mandamientos explica: “La oración sin obediencia es la forma más sutil de blasfemia. Las personas religiosas que hablan de Dios todo el tiempo pero no obedecen la Palabra de Dios y Sus mandamientos son culpables de un pecado mucho mayor que los que admiten vivir una vida pecaminosa pero no fingen ser religiosos. La hipocresía religiosa es una violación del Tercer Mandamiento”.
Entonces, ¿cómo podemos ser más como Natanael, un hombre sin engaño? La respuesta está en la corrección que Cristo dio a los escribas y fariseos. Él abordó tres temas clave que examinaremos.
1) Desarrolle una mentalidad de siervo
Cristo dijo de los escribas y fariseos que “hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres” (Mateo 23:5-7). Les encanta la adulación, los títulos y los privilegios, igual que a los vanidosos líderes de este mundo. Sin embargo, Cristo dijo: “El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (versículos 11-12).
La palabra “siervo” se utiliza 84 veces en la versión King James del Nuevo Testamento, y cuatro de cada cinco de esas veces se utiliza la palabra griega que significa esclavo. Pero en el versículo 11 se utiliza la palabra griega diakonos, que significa alguien que hace recados o realiza otras tareas serviles, un asistente o un camarero como en una mesa. Realizar trabajos así atendiendo las necesidades de los demás requiere una persona sincera y humilde.
Tener esa mentalidad de siervo no es fácil porque nuestra naturaleza carnal quiere ser servida, no servir. ¡Pero Cristo dice que así es como nos convertimos en hombres y mujeres sin hipocresía!
Jesús dio el ejemplo en esta área. Se “despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7).
Los escribas y fariseos esperaban ser atendidos. Cristo les exhortó a humillarse y a servir al pueblo. ¿Podemos hacer eso? Tome la forma de un siervo y busque servir a Dios, a la Obra de Dios, a nuestras familias y a los demás (Mateo 6:33; 1 Corintios 10:24; Efesios 5:21; Filipenses 2:4). Si podemos alcanzar ese hermoso objetivo, estaremos un paso más cerca de ser personas sin hipocresía.
2) Evite hacer alarde de rectitud ante los demás
Cristo criticó a los escribas y fariseos diciendo: “… porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones” (Mateo 23:14). Estos hombres hacían una demostración externa de oración. Se enorgullecían de la forma en que diezmaban hasta los detalles, pero omitían los asuntos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe (versículo 23). Colaban el vino a través de un paño para no consumir ni un mosquito mientras pasaban por alto pecados atroces (versículo 24). Construían tumbas y las adornaron elaboradamente (versículo 29). Todo lo que hacían era para hacer alarde de su rectitud delante de los demás.
Este deseo de hacer una demostración externa de justicia no se limita a los líderes religiosos. Todo ser humano tiene una naturaleza humana, y un aspecto de la naturaleza humana es que busca ser reconocido y mostrar a los demás lo justos que somos.
Este impulso por ser reconocido es diametralmente opuesto a lo que enseñó Cristo: “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:5-6). No debemos orar en público como una ostentosa muestra de religiosidad. Debemos orar en privado, donde nadie pueda ver, y tener ese momento tranquilo y maravilloso a solas con Dios.
Este principio se aplica a muchos otros aspectos de nuestra vida cristiana. Los verdaderos cristianos no van por ahí hablando cuánto estudian cada día. No hacen alarde público de que están ayunando (versículo 16), luciendo tristes, hambrientos y exhaustos. En cambio, Cristo amonesta a Su pueblo a “no mostrar a los hombres que ayunas” (versículos 17-18).
No miramos a nuestra familia espiritual e identificamos las pequeñas pajas en sus ojos, pero ignoramos la viga en los nuestros (Mateo 7:3-6). Cristo condenó a los escribas y fariseos por ayudar a los pobres con el sonido de una trompeta, llamando la atención sobre su exhibición de justicia. Los verdaderos cristianos practican una religión pura (Santiago 1:27); pero en silencio, sin fanfarrias.
Los verdaderos cristianos se esfuerzan por ser personas humildes y sinceras, trabajando duro en la búsqueda de su “propia salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Evite hacer alarde de su justicia ante los demás, y ayudará a librarse de la hipocresía en su vida.
3) Limpie el interior (lo que se encargará del exterior)
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (Mateo 23:25-26).
Estos hombres enfocaban su energía en el hombre exterior y dedicaban poco tiempo a su hombre interior. Cristo enseña exactamente lo contrario. Él dice que se limpie el interior primero. Eso es porque el pecado proviene de nuestro corazón, un corazón que es “engañoso más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9).
El hecho de que Natanael fuera “sin engaño” indica que se esforzaba por limpiar su interior en lugar de mostrar una justicia exterior, que no es más que trapos de inmundicia (Isaías 64:6).
¿Cómo limpiamos el interior? El apóstol Juan escribió: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9). ¡Confesemos nuestros pecados! Seamos rápidos en arrepentirnos de ellos. Ese es el camino para limpiarse de ellos: de adentro hacia fuera.
En el salmo de arrepentimiento de David, le pidió a Dios: “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado. (…) Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. (…) Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:2, 7, 10). David reconoció cuán profundamente necesitaba la ayuda de Dios para tal limpieza y renovación. Necesitamos pedirle a Dios exactamente lo mismo en nuestras vidas con regularidad, incluso a diario.
¿Qué importancia tiene esto para vencer la hipocresía? Pablo escribió: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16). Lo que importa es el hombre interior, y ese hombre interior debe ser renovado espiritualmente día a día. Debemos arrepentirnos de nuestros pecados rápidamente cuando los cometemos, luego pedirle a Dios que renueve Su Espíritu Santo en nosotros diariamente. Esto es fundamental para limpiar el interior, que a su vez se ocupará del exterior.
Acepte el desafío
Somos imperfectos, y Dios entiende eso. Un ministro puede dar un mensaje en los servicios y sentirse incómodo al hacerlo porque sabe que aún no domina el tema en su propia vida. Pero nunca debe eludir esa responsabilidad.
Magnificando ese principio, cada uno de nosotros necesita hacer un esfuerzo genuino y sincero diariamente para liberar nuestras vidas de nuestras hipocresías. Debemos aspirar a desarrollar la mentalidad de un siervo, evitar hacer alarde de nuestra justicia ante los demás y arrepentirnos de nuestros pecados a diario, pidiendo a Dios que nos limpie por dentro y que renueve un espíritu recto dentro de nosotros. Haciendo estas cosas nos ocuparemos del exterior.
Esforcémonos por ser más como Natanael, cristianos en los que no hay engaño. Entonces podremos cumplir nuestro llamamiento y tomar nuestro lugar con nuestro Esposo Jesucristo, sentados con Él en Su trono. Él promete en Apocalipsis 3:21: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono”.