Usted se encuentra en una prueba difícil, que le está agobiando como una pesada carga. Entonces, justo cuando necesita un impulso espiritual, en los servicios el ministro dice algo como si le hablara directamente a usted. Puede ser correctivo, o puede ser tranquilizador. “Un hombre se alegra de dar una respuesta adecuada, y una palabra dicha en el momento adecuado, ¡qué buena es!” (Proverbios 15:23, versión Amplified). El ministro puede no tener idea de que lo que dijo fue la palabra correcta en el momento adecuado para usted, pero fue inspirado por Dios para animarlo en esa prueba. ¡Y qué bueno es eso!
Esto pone de manifiesto una verdad fundamental. Lo que sea que el ministro haya dicho que era especial o importante para usted nos muestra que las palabras tienen poder y significado. Las palabras inspiradas por Dios dan luz y comprensión (Salmos 119:130). Las palabras pueden ser verdad (Proverbios 22:21). Pueden ser justas (Proverbios 8:8). Pueden ser puras (Salmos 12:6). Las palabras traen sabiduría (Proverbios 1:2). Pueden ser dulces y agradables como un panal de miel (Salmos 141:6; Proverbios 16:24).
Por el contrario, las palabras también pueden estar llenas de iniquidad y engaño (Salmos 36:3). Pueden ser amargas y estar llenas de odio (Salmos 64:3; 109:3). Pueden adular (Proverbios 7:5). Pueden ser graves (Proverbios 15:1), y las palabras lo pueden volver a uno tonto (Eclesiastés 10:13).
Examinemos un proverbio que destaca esta verdad especial de que las palabras tienen poder y significado. Si aplicamos este proverbio, cambiará nuestras relaciones, ya sea con nuestra familia espiritual o con nuestra familia física. Se trata de Proverbios 12:18.
Observe que este proverbio, como la mayoría de los demás, está escrito en estilo antitético, lo que significa que muestra una aplicación negativa y luego una positiva de un principio. Consideremos primero el aspecto negativo de este proverbio.
Las palabras pueden herir
Proverbios 12:18 comienza así: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada…”.
El rey David escribió a menudo sobre este poder destructivo de las palabras. “Mi vida está entre leones; estoy echado entre hijos de hombres que vomitan llamas; sus dientes son lanzas y saetas, y su lengua espada aguda. (…) Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, más ellas son espadas desnudas” (Salmos 57:4; 55:21). David sintió el aguijón de unas palabras cuyos dientes eran como “lanzas y saetas”. Sintió el dolor de una lengua como una “espada”, que hablaba palabras afiladas y cortantes.
Seguramente usted también ha sido receptor de una palabra cortante que ha causado daño o de una palabra calumniosa que ha herido su reputación. Tal vez haya oído susurrar palabras abusivas que son “más suaves que el aceite, pero eran espadas desnudas”. Estas palabras cortan de seguro como una espada, rebanando los lazos de amistad y amor. “El hombre perverso levanta contienda, y el chismoso aparta a los mejores amigos” (Proverbios 16:28).
O tal vez haya sido usted el que tiene “dientes [como] lanzas y saetas”, manejando su lengua como una espada. “La palabra áspera hace subir el furor” (Proverbios 15:1). Están diseñadas para infligir daño a otra persona. El daño no se ve físicamente como alguien golpeado con una espada, pero la herida emocional que estas palabras causan puede ser devastadora.
Tal como se profetizó, nuestro mundo en este tiempo del fin está lleno de escarnecedores y “burladores” (2 Pedro 3:3; Judas 18). Esta actitud corrosiva es una maldición en nuestra época actual.
Esta “maldición” puede conducir a otro aspecto insidioso de las palabras que hieren. Puede tener un impacto tan sutil en nuestras vidas, que tal vez ni siquiera nos demos cuenta de que lo estamos haciendo.
¿Cómo? Sarcasmo: decir algo que creemos que es irónico o ingenioso y que en realidad significa lo contrario de lo que estamos diciendo. La palabra griega para sarcasmo, sarkasmós, significa una “burla, mofa o farsa”. El sarcasmo puede surgir de una actitud cínica y burlona. El Merriam-Webster define el sarcasmo como “una expresión aguda y a menudo satírica o irónica diseñada para cortar o causar dolor”. Healthguidance.org explica que “el sarcasmo es, en pocas palabras, cuando alguien dice algo que todo el mundo sabe que es falso para llamar la atención sobre su ridiculez. Cuando se utiliza de forma agresiva, suele significar sacar de contexto lo que se ha dicho y exagerarlo hasta el punto de que parezca estúpido o inútil. Suele ser esencialmente una burla de su comentario original, que es por lo que puede ser tan hiriente y destructivo” (15 de octubre de 2019). El sarcasmo actúa como una aguja hipodérmica verbal que libera un “veneno mortal” (Santiago 3:8).
Evalúe lo que usted habla. ¿Con qué frecuencia pronuncia palabras que atraviesan y hieren como armas?
Las palabras pueden curar
“Pero hay un poder curativo en las palabras reflexivas” (Proverbios 12:18; Moffatt). ¡Las palabras pueden curar!
“Manzana de oro con figuras de plata es la palabra dicha como conviene” (Proverbios 25:11). Una palabra “dicha como conviene” tiene un gran valor, sobre todo cuando se dice con amor altruista por la otra persona.
Nuestro redactor jefe llamó la atención sobre un excelente ejemplo del poder curativo de las palabras que se produjo tras el tiroteo masivo de 2015 en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur). El Washington Post informó sobre lo que ocurrió en la primera comparecencia del asesino ante el tribunal: “Uno a uno, los que decidieron hablar en la audiencia de fianza, no se airaron. En cambio, mientras [el tirador] permanecía impasible, le ofrecían el perdón y decían que oraban por su alma, incluso mientras describían el dolor de sus pérdidas” (19 de junio de 2015).
“Esta gente ofreció el perdón a este asesino”,
escribió el Sr. Flurry. “Eso es increíble”. Citó a una mujer en la audiencia diciendo: “Te perdono. Me quitaste algo muy valioso para mí. Nunca volveré a hablar con ella. Nunca podré volver a abrazarla. Pero te perdono. Y ten piedad en tu alma”. “¡Eso es impresionante!”, escribió el Sr. Flurry. “¿Cuántas actitudes así se ven? Las palabras de esta gente salieron directamente de la Biblia, de las mismas palabras de Cristo” (“How to Solve America’s Race Problems”
[Cómo resolver los problemas raciales de Estados Unidos], Philadelphia Trumpet, septiembre de 2015).
Esa actitud la mostraron todos los que intervinieron en esa audiencia judicial. Todos dijeron lo mismo a este hombre: Te perdonamos. No arremetieron contra él, contra la sociedad o contra la policía. No utilizaron palabras severas para agitar las emociones de la gente o para incentivar una turba. Utilizaron palabras adecuadas y reflexivas que contribuyeron en gran medida a traer la paz y la sanación a Charleston.
Debemos hacer lo mismo en nuestras familias físicas y en nuestra familia espiritual. Debemos decir palabras que disipen las disputas y los conflictos, que promuevan la paz (Mateo 5:9). Palabras que no se burlen ni se mofen, sino que reconcilien y restauren. Ese es el desafío para nosotros como cristianos: abstenernos de reacciones emocionales e impulsivas a lo que alguien pueda decir, y en su lugar mantener la compostura y decir palabras cuidadosas y aceptables.
“Los labios del justo saben hablar lo que agrada; más la boca de los impíos habla perversidades” (Proverbios 10:32). Moffatt traduce la primera parte de este versículo así: “El discurso de los hombres buenos es un soplo de placer”.
Esto no es fácil. Requiere ejercitar el fruto de la templanza (Gálatas 5:23), especialmente con nuestra lengua.
“He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón. (…) Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!” (Santiago 3:3-5). En efecto, ¡cuánto fuego puede encender una lengua a través de las palabras que expresamos!
“Cada uno de nosotros debe aprender a ejercitar la sabiduría en este área”, escribe el Sr. Flurry sobre estos versículos. “Debemos aprender a decir cosas que animen y estimulen a la gente. Cuando no hacemos eso, fácilmente podemos abatir a las personas. Un padre puede cambiar la naturaleza de la creación en su propia familia, o alterar toda la dirección de la vida de su hijo, sólo por las palabras que le dice a ese niño. Una vez que su comunicación comienza a tornarse negativa, ese ciclo se vuelve destructivo muy rápidamente. ¡Debemos arrepentirnos y vigilar nuestra lengua! ¡Cristo nos hace responsables a cada uno de nosotros por cada palabra que decimos!” (La epístola de Santiago).
Las palabras pueden demoler. Pueden construir. Pueden herir. Pueden curar. Tenemos un enorme poder para el bien o el mal en las palabras que usamos. Necesitamos la ayuda de Dios para superar el uso carnal e hiriente de las palabras y sustituirlas por palabras cuidadosas, reflexivas y sabias.
“¿Por qué es tan importante que aprendamos a dominar nuestra lengua? Porque nos estamos preparando para enseñar a toda persona que haya vivido alguna vez”, escribe el Sr. Flurry. “Necesitamos que la mente de Cristo dirija todo lo que decimos. Jesucristo continuamente habló palabras inspiradoras mientras estuvo aquí en la Tierra. ¡Con Su mente en nosotros podemos hacer lo mismo! Debemos controlar nuestra lengua, porque estamos destinados a controlar el universo” (ibíd.; énfasis añadido).
Aceptemos el desafío y esforcémonos por utilizar palabras que sanen, que estimulen, que animen, que traigan esperanza a nuestras familias y a los demás. En sus interacciones con los demás, dé vida a este potente proverbio, evitando la advertencia de la primera parte y haciendo realidad la promesa de la segunda: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada; más la lengua de los sabios es medicina”.