La cualidad suprema del buen liderazgo
Aprenda y practique este rasgo, ¡y se preparará para gobernar!

“Cando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime”. El mundo está viendo Proverbios 29:2 en acción, demostrado una y otra vez en las noticias de la noche. De hecho, esto resume perfectamente a todos los gobiernos de todos los países de todas las generaciones. Cuando gobiernan hombres justos, la vida de la gente es mucho mejor: los malhechores son castigados y refrenados; la gente es más libre y próspera. Cuando gobiernan los malvados, se recortan las libertades, se despoja a la gente de sus derechos, se extiende la corrupción, aumentan los impuestos, se confiscan las riquezas, el mal queda impune, los transgresores llegan al colmo, se oprime a la gente buena.

Los seres humanos necesitan un gobierno justo, pero el mundo carece de él. Como explicó Herbert W. Armstrong en el capítulo 6 de El misterio de los siglos, ésta es exactamente la razón por la que Dios levantó su Iglesia. Restaurar Su gobierno —rechazado por Lucero y luego por Adán y Eva— en la Tierra es Su máxima prioridad. Y los verdaderos cristianos necesitan urgentemente prepararse para estar en ese gobierno. El liderazgo divino es revolucionario y, al mismo tiempo, es práctico en el día a día. Los verdaderos cristianos deben aprender a dirigir.

Estudiemos la cualidad más fundamental —podría decirse que la cualidad suprema— del liderazgo conforme a Dios.

Las últimas palabras de David

Dios llamó al rey David “varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22; 1 Samuel 13:14). David dedicó su vida a Dios y aprendió profundas lecciones sobre el liderazgo divino. Al final de su vida, miró hacia atrás y también hacia adelante al reinado de su hijo Salomón. Sus “últimas palabras” comienzan: “El Espíritu de [el Eterno] ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua. El Dios de Israel ha dicho, me hablo la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios” (2 Samuel 23:2-3).

En sus funciones actuales y futuras de autoridad, debe ser justo. Esto significa legal, recto, conducirse con un estándar divino y buscar la justicia para los demás. “No basta con que no hagan el mal”, dice el comentario de Matthew Henry, “sino que no deben permitir que se haga el mal”.

También debe gobernar en el temor de Dios. Esta es la cualidad que falta en los líderes de este mundo, una cualidad que debemos desarrollar.

En sus funciones de autoridad, debe reconocer que Dios es la verdadera autoridad, que usted está bajo el gobierno de Dios Todopoderoso y es responsable ante Él de cómo utiliza la autoridad que le ha sido delegada. No se puede ser justo sin temor divino. Pero con temor divino, usted será justo. El versículo 4 describe los bellos efectos de ese gobierno justo.

Un líder que carezca de ese temor cometerá errores terribles. Los líderes de este mundo no rinden cuentas a nadie más que a sí mismos. Por eso abusan fácilmente del poder, y esa es la causa de tantos problemas. Conecte esta lección de los acontecimientos mundiales con su propia conducta. Tome una advertencia personal: ¡Esto es lo que sucede cuando los líderes no son “justos, gobernando en el temor de Dios”!

Cuando Lucero pecó y se convirtió en Satanás, se jactó: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono (…) seré (…) el Altísimo” (Isaías 14:13-14).

Más tarde dijo la misma mentira a Adán y Eva. El plan de Dios es reproducirse en Sus hijos humanos. Pero Satanás tentó a Eva para que se alejara de eso: ¡No te conviertas en un Dios que está bajo Dios, sino en lugar de Dios! En otras palabras: ¡Haz lo que quieras y no temas a Dios! (Génesis 3:4-5). “Adán, el primer hombre, rechazó el conocimiento de Dios y la dependencia de Dios. Prefirió confiar en su propio conocimiento y su propia capacidad”, escribió el Sr. Armstrong en El misterio de los siglos. “El mundo moderno desarrollado a partir de Adán, se apoya enteramente en la confianza en el hombre. La psicología que se enseña actualmente es la confianza en sí mismo. Enseña a confiar en los poderes internos e innatos del hombre. La mayoría de las universidades modernas están saturadas de un ambiente de profesionalismo autosuficiente. Éste es el espíritu de vanidad”.

Esa actitud procede de Satanás. Cuando se añade autoridad y poder a esta actitud, Satanás puede oprimir y propagar el pecado y hacer que la gente gima.

El espíritu de autosuficiencia y vanidad es lo contrario de lo que Dios necesita en un líder.

Hombres que temen a Dios

Dios estableció formalmente la cualidad suprema del buen liderazgo en Israel. Moisés recibió consejo sobre la principal cualidad que se requería de los líderes israelitas: “Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez” (Éxodo 18:21).

Observe cuatro cualidades: hombres de virtud, capaces y competentes; hombres honestos , veraces en sus tratos; hombres no codiciosos , no susceptibles a la codicia y la corrupción; y hombres que temen a Dios. Estos líderes debían someterse a la autoridad de Dios y temblar ante Su palabra. Así es como funciona el gobierno de Dios: un hombre en la cima teme a Dios, y todos los que están debajo de él administran el mismo gobierno porque también temen a Dios. Dios siempre está presente.

Sea usted un hombre o una mujer, el temor a Dios se refleja en la forma en que vive su vida y en cómo ejerce la autoridad que tiene.

Casi al final de su vida, Moisés revisó este consejo y cómo se había puesto en práctica. Como representante de Dios, administrando Su gobierno, eligió a los hombres y les instruyó a ser justos en su liderazgo, enfatizando que “el juicio es de Dios” (Deuteronomio 1:17). Un líder conforme a Dios debe administrar la autoridad, proporcionar las decisiones y llevar a cabo los deseos de Dios, ejerciendo su liderazgo de la forma más parecida posible a como lo haría Dios Mismo. No debe hacer lo que le plazca. Y no debe ser complaciente con las personas, sino con Dios.

El punto más importante en el liderazgo conforme a Dios es buscar la voluntad de Dios.

Estudie la Palabra de Dios diariamente

Deuteronomio 17 registra las leyes que Dios dio para la futura monarquía de Israel. Cuando establecieran a un rey, no debían hacerlo por votación del pueblo ni por designación de las élites. Debía ser la elección de Dios. Dios tenía entonces órdenes específicas para el rey. Su corazón debía volverse hacia Dios, no desviarse por la lujuria por las mujeres o las riquezas. No debía confiarse en su ejército. Y debía ser un estudiante diligente de la ley de Dios. ¿Por qué? “Para que aprenda a temer a [el Eterno] su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra” (versículo 19).

Temer a Dios es algo que aprendemos con el tiempo a través del estudio continuo. Matthew Henry escribió que el rey aprende de tal estudio que, “por muy alto que esté, debe recordar que Dios está por encima de él, y, cualquier temor que sus súbditos le deban, eso, y mucho más, se lo debe él a Dios como su Rey”.

El estudio diario eficaz de la Biblia nos enseña a temer a Dios como es debido. Sin ese estudio diario, podemos suponer que conocemos a Dios cuando sólo tenemos una comprensión superficial. Muchas personas creen conocer a Dios, pero en realidad no es más que un dios que han creado en sus mentes a su propia imagen. ¡No es de extrañar que realmente no teman a ese dios!

Estudie y conozca al verdadero Dios, como lo hizo Job (Job 42:5-6). Entonces se dará cuenta: Él es un Dios de juicio. Él gobierna. Castiga a los malvados. Debemos estudiar diariamente para conocerle, para guardar Sus palabras, para temerle lo suficiente como para obedecerle.

Gobernar en el temor de Dios significa gobernar según la Palabra de Dios y, por lo tanto, según la ley de Dios. Administrar la ley de Dios requiere estudiarla.

Cuanto más se conoce la historia de la humanidad —incluyendo la ley y el gobierno humanos— más se comprende lo únicas, revolucionarias y especiales que son las leyes de Dios. Reflejan la sabiduría y el amor de Dios. Las leyes de Dios son justas. Impiden la tiranía. Protegen la propiedad. Limitan el gobierno humano. Controlan el poder y la naturaleza humana de los líderes. Protegen a los pobres y necesitados. Gobernar en el temor de Dios significa ayudar a esas personas en lugar de ignorarlas o maltratarlas.

Dios tiene autoridad legítima sobre todos los hombres. Deuteronomio 17:20 muestra lo que sucede cuando un líder se apropia de esa autoridad y la utiliza a su antojo: su corazón se eleva por encima del pueblo. Empieza a considerarse mejor que ellos. Invariablemente, abusa de su autoridad. Los malvados gobiernan y el pueblo gime.

Explotar al pueblo

La historia ha escrito esta lúgubre lección durante miles de años. “La mayoría de la gente vivía vidas de miseria y explotación en imperios tiránicos que abarcaban enormes extensiones”, escribió Rodney Stark en How the West Won [Cómo ganó Occidente]. “A medida que pasaban los siglos, la mayoría de la gente vivía como siempre lo había hecho, ‘apenas un peldaño por encima de la mera subsistencia (…) poco mejor que sus bueyes”. La causa fueron en gran medida los malvados gobernantes. En los imperios antiguos, el monumentalismo era habitual: reyes y faraones construyeron enormes estatuas, inmensos santuarios, enormes pirámides y zigurats, edificados sobre las espaldas de millones de sus congéneres, en gran medida por su propia vanidad.

“A pesar de tales monumentos y de la fabulosa riqueza real, los grandes imperios eran muy pobres”, escribió Stark. El emperador era muy rico, pero “debido a la opulencia imperial, ‘siglo tras siglo el nivel de vida en China, el norte de la India, Mesopotamia y Egipto se situaba [alrededor] del umbral de la pauperización…’. Muy a menudo los historiadores han señalado la inmensa riqueza de los gobernantes sin comprender los sacrificios que esto imponía a la población”. A la sombra de las impresionantes pirámides y otras estructuras, “las familias campesinas siempre oscilaron entre la pobreza extrema y la miseria absoluta. El sistema económico de los imperios antiguos y de todos los Estados despóticos ha llegado a ser conocido como la economía de mando, ya que el Estado manda y coacciona los mercados y el trabajo —para obtener riqueza para sí mismo— en lugar de permitirles funcionar libremente. Las personas están sujetas no sólo a impuestos confiscatorios sino también al trabajo forzado, lo que explica el monumentalismo de los imperios” (ibíd.).

Estos regímenes no contratan a trabajadores sino que utilizan su poder sobre el ejército y la policía para obligar a la gente a hacer su voluntad, a menudo apenas alimentándolos ¡y muchas veces matándolos! Por ejemplo, probablemente un millón de personas murieron para construir la Gran Muralla China. Miles de millones de personas a lo largo de la historia han vivido en estas condiciones, en las que cualquier cosa de valor que alguien tenga (tierras, cosechas, ganado, edificios, incluso niños) puede ser confiscada arbitrariamente. Los líderes rara vez invertían la riqueza en su gente. En su lugar, la consumían, a menudo en diversas formas de exhibición. “Las pirámides egipcias, los Jardines Colgantes de Babilonia y el Taj Mahal se construyeron como monumentos a un gobierno represivo; carecían de valor productivo y se pagaron con la miseria y la necesidad” (ibíd.).

Esta es la razón por la que Dios ordenó explícitamente a sus reyes que no multiplicaran en gran medida para sí la plata y el oro (Deuteronomio 17:17). Esto no sólo protegía al rey y a su carácter, sino también al pueblo.

Esos ejemplos pueden parecer extremos, pero el mundo avanza hoy en la misma dirección. Los dirigentes gastan lo que quieren, 140.000 millones de dólares aquí… 3,5 billones allí, para preservar y aumentar su poder y, a menudo, su riqueza personal. Imprimen dinero nuevo, haciendo que los dólares de su cuenta bancaria valgan cada vez menos. Es una forma de monumentalismo moderno que acaba engullido por intereses especiales, corrupción y proyectos gubernamentales inútiles o destructivos.

La ley de Dios impide tales abusos. Gobernar en el temor de Dios evita que eso ocurra.

Nehemías 5 registra un maravilloso ejemplo de gobierno conforme a Dios. Cuando Nehemías fue nombrado gobernador en Judá, se negó a aceptar un salario para no agobiar al pueblo. ¿Por qué? “A causa del temor de Dios” (versículo 15). “Nehemías se aseguró también de que sus siervos o asistentes no tomaran ventaja del pueblo”, escribe Gerald Flurry. “Él hizo esto por el temor a Dios”(Esdras y Nehemías). Dios era real para Nehemías (versículos 17-19). Eso le inspiró para ser un verdadero servidor del pueblo. Utilizó su autoridad para ocuparse de la gente y cuidar de los pobres como lo hace Dios.

Cada hombre bajo su vid

Los gobiernos humanos que no gobiernan en el temor de Dios actúan en su propio interés. Por eso crecen, consumiendo cada vez más recursos del pueblo. El gobierno de Dios no hace eso. Actúa en interés del pueblo porque Dios está en la cima, ¡y Dios es amor! Él siempre busca el beneficio del pueblo.

Las naciones que descienden del antiguo Israel han tenido rastros de este pensamiento. Sus constituciones han protegido la libertad personal y la propiedad frente a las autoridades. Esto ha contribuido a que esos pueblos y naciones prosperen en riqueza y poder por encima de otras naciones. Como escribió Adam Smith en La riqueza de las naciones en 1776: “Esa seguridad que las leyes de Gran Bretaña dan a cada hombre para que disfrute de los frutos de su propio trabajo, es suficiente por sí sola para hacer florecer cualquier país”. Estos son conceptos bíblicos, consagrados en la ley de Dios. Dios quiere a cada hombre bajo su propia vid y bajo su propia higuera (Miqueas 4:4), y dio leyes para garantizarlo.

Stark escribió que los campesinos franceses intentaban comúnmente parecer pobres para que sus impuestos no fueran tan pesados. De hecho, la mayoría de las naciones de la historia han incentivado la pobreza. Los agricultores británicos, por el contrario, eran mucho más productivos, lo que alimentaba bien a la nación y mejoraba la productividad y la prosperidad general. “Los agricultores franceses, por ejemplo, eran menos productivos, hasta el punto de que durante el siglo xviii hasta el 20% de los franceses estaban tan mal alimentados que no podían realizar ni siquiera un trabajo ligero durante más de tres horas al día. A finales del siglo xviii, el soldado británico promedio era cuatro pulgadas más alto que el soldado francés promedio”, escribió Stark.

Este es un ejemplo específico de cómo funciona vivir por principios divinos. Hay tremendas ventajas de “cada uno debajo de su vid”, aseguradas por líderes más piadosos.

En los inicios de Estados Unidos, bajo el Derecho Común británico, “los individuos tenían un derecho ilimitado a la propiedad que habían obtenido legalmente, y ni siquiera el Estado podía restringir ese derecho sin una compensación adecuada”. Esto produjo lo que Stark llamó el “milagro americano”. ¡Dios usó estos principios basados en la Biblia para otorgar las bendiciones de la primogenitura!

En la fundación de EE UU, su Declaración de Independencia estableció que “todos los hombres son creados iguales, que su Creador les ha dotado de ciertos derechos inalienables, que entre estos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Si los derechos de los seres humanos son realmente dotados por su Creador, ¡entonces más vale que cualquier persona con autoridad respete esos derechos!

“En pocas palabras, nuestro Estado de derecho es nuestra firme postura contra la tiranía”, dijo Stanley Zir. “… La intensidad con la que se creó nuestra Constitución con el único propósito de prevenir y bloquear la tiranía sólo puede haber sido divinamente inspirada y manifestada a través de nuestros (…) Padres fundadores. Sin los Diez Mandamientos, los cimientos del progreso moral en la humanidad, no habríamos tenido el imperativo ético que produjo las leyes que enmarcaron nuestra Constitución, sin las cuales los ideales a los que se adhiere nuestra república nunca podrían haberse hecho realidad”.

Esto es fácil de dar por sentado… ¡excepto ahora, cuando ese sistema está siendo derrocado y desmantelado!

El Salmo 12 fue escrito en una época en la que los injustos estaban por todas partes: “Salva, oh [Eterno], porque se acabaron los piadosos; porque han desaparecido los fieles de entre los hijos de los hombres. Hablan mentira cada uno con su prójimo; hablan con labios lisonjeros, y con doblez de corazón” (versículos 1-2). Los versículos 3-4 hablan de la gente que habla con orgullo, diciendo: “Por nuestra lengua prevaleceremos; nuestros labios son nuestros; ¿quién es señor de nosotros?”. Observe la causa de toda esa arrogancia y orgullo: no reconocen a Dios. Carecen de temor divino.

Pero Dios ve a los oprimidos y promete: “Por la opresión de los pobres, por el gemido de los menesterosos, ahora me levantaré…” (versículo 5). ¡Él intervendrá! Como dice el versículo 6, puede tener absoluta confianza en Su promesa.

El ejemplo perfecto

Jesucristo es el ejemplo perfecto de liderazgo divino. Era el segundo Ser más poderoso de la existencia y, sin embargo, se hizo humano para sufrir y morir. Él dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”; “No puedo yo hacer nada por mí mismo”; “nada hago por mí mismo, sino que según me enseño el Padre, así hablo” (Juan 4:34; 5:30; 8:28).

Mientras estaba en la carne, Cristo “ofreciendo ruegos y súplicas, con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (Hebreos 5:7). Él reverenciaba a Su Padre. Él permanece siempre perfectamente bajo la autoridad de Su Padre. Gobierna en el temor de Dios.

El Sr. Flurry describe esta cualidad suprema del gran Yo Soy en El evangelio de Juan: el amor de Dios. Sobre Juan 8:28, escribe: “Qué texto tan precioso. Este Dios todopoderoso dijo, Yo nada hago por mí mismo. Y lo que sea que mi Padre me enseñó, eso es lo que les enseño a ustedes. ¡Ninguna persona en toda la Tierra se ha acercado alguna vez a este ejemplo de humildad! (…) Somos seres humanos patéticos. Comparados al Yo Soy, somos menos que gusanos. Sin embargo, ¿podemos usted y yo someternos al Padre como lo hizo el Yo Soy?”.

Necesitamos esta humildad para tratar a nuestros cónyuges y educar a nuestros hijos. Tenemos que someternos exactamente como Dios quiere que se haga. En su familia, usted gobierna para Dios. Usted administra Su autoridad. Nuestros hijos no son nuestros para hacer con ellos lo que nos plazca. Son de Dios, y somos responsables ante Dios por cómo los criamos. Para tener éxito en la crianza de los hijos, ¡debemos ser justos, gobernando en el temor de Dios!

“Para gobernar en Su Reino venidero [de Dios]”, escribe el Sr. Flurry, “nosotros debemos gobernar exactamente como Dios nos instruye hacerlo actualmente. (…) Debemos grabarnos muy bien esta verdad en nuestras mentes: estamos aquí para imitar al Yo Soy. Eso quiere decir, aprender a usar la autoridad como Él lo hace, y aprender a someterse a ésta como Él lo hace” (ibíd.). Cualquiera que sea la autoridad que Dios le haya dado, úsela como Él lo hace, lo mejor que pueda.

Si un hombre no hace lo que cree es correcto para su familia porque teme cómo reaccionarán su esposa o sus hijos, él no está usando su autoridad correctamente. Está gobernando en el temor de una mujer o en el temor de un niño, no en el temor de Dios. Si se somete a los maestros de escuela o a los administradores que están alimentando a sus hijos con propaganda inmoral y no se pronuncia, o retira a sus hijos de ese entorno, teme más al Estado que a Dios.

Ejercer dominio sobre ellos

La madre de Santiago y Juan se acercó a Jesús para pedirle altos cargos para ellos en el Reino de Dios. Los otros discípulos se disgustaron por ello. La naturaleza humana quiere una posición por honor y privilegio, poder y riqueza: razones egoístas . Jesús aprovechó la oportunidad para enseñar sobre el liderazgo divino.

Él les dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad” (Mateo 20:25). Ejemplos de hombres que se enseñorean llenan los libros de historia y las noticias de hoy. Los gobernantes ejercen su potestad habitualmente de forma arbitraria. Lo hemos visto en monarquías y en sociedades comunistas ateas y en todo lo que hay en medio. La creencia subyacente es que, sean cuales sean los problemas que existen en el mundo, ellos por sí solos pueden resolverlos. ¡Qué desastre cuando un líder comunista, un rey o un presidente cree que no hay autoridad más alta que él mismo! Como dijo el presidente John Adams: “El poder siempre piensa que tiene un gran alma y una visión más amplia, más allá de la comprensión de los débiles, y que está haciendo servicio a Dios, cuando está violando todas sus leyes”.

El enfoque de Dios sobre el liderazgo es radicalmente diferente. “Mas entre vosotros no será así”, continuó Cristo, “sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros sera vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros sera vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (versículos 26-28). Así es como Cristo usó la autoridad y como nosotros también debemos hacerlo.

Debemos ser como el rey Salomón al principio de su reinado, inclinándonos ante Dios y preguntando: ¿Quién soy yo para gobernar a un pueblo tan grande? ¿Quién soy yo para que Dios me dé autoridad? ¿Quién soy yo para dirigir a mi familia? ¿Quién soy yo para servir al pueblo de Dios? ¿Quién soy yo para dirigir a estos empleados? (1 Reyes 3). Su esposa, sus hijos, sus alumnos, sus empleados… son de Dios. Usted es responsable ante Él de esa autoridad y debe regirse por Su ley de amor.

¿La gente que usted dirige llega a conocer a Dios a través de su liderazgo? Si lo hacen, será una bendición incomparable. Cuando se practica el gobierno de Dios, ¡la gente se regocija!

Viene el Maestro

En la profecía del Monte de los Olivos, Cristo dijo a Sus discípulos, entonces y ahora, que regresaría con poder y gloria a Jerusalén, y les exhortó a estar preparados. Entonces dio esta parábola: A un siervo se le da un puesto de responsabilidad sobre los demás siervos. Debe recordar de dónde procede su autoridad y a quién debe rendir cuentas. ¡Debe gobernar en el temor de Dios! Si lo hace, le irá bien. Pero si el maestro se desliza de su mente y empieza a sentir que puede hacer lo que quiera con su autoridad, entonces su vida terminará en desastre (Mateo 24:44-51).

Esto puede ocurrirle incluso al propio pueblo de Dios. Le ocurrió a la Iglesia de Dios en esta era. Y el mundo puede ver cómo sucede en las naciones modernas de Israel hoy en día. Cristo dice que ¡Dios los juzgará! (versículos 50-51). Puede que hoy no le teman, pero ¡lo harán! Él pondrá el temor de Dios en ellos.

Jesucristo profetizó el fin del autogobierno humano y la restauración del gobierno de Dios, a partir de Su Segunda Venida. Milenios de opresión, injusticia y luto están a punto de terminar.

Si quiere formar parte del gobierno entrante, debe aprender y practicar esta cualidad suprema: ¡El que gobierna a los hombres debe ser justo, gobernando en el temor de Dios!