Al prepararnos para la temporada de Pascua, a menudo es fácil olvidar lo estrechamente relacionada que está ese festival con nuestra doctrina sobre la sanación. Sin embargo, cada año participamos del pan partido, símbolo del cuerpo quebrantado de Cristo, que soportó antes de la crucifixión, para que pudiéramos ser sanados y perdonados de nuestros pecados físicos.
Todo el capítulo del Salmo 107 ofrece varios ejemplos de cómo la gente sufre a menos o hasta que acuden aDios, momento en el que Dios interviene misericordiosamente. Dentro de ese contexto, observe cómo Moffatt traduce el versículo 17: “Algunos, debilitados por sus caminos pecaminosos, estaban enfermos y sufrían por sus malas acciones”.
Dios diseñó nuestros cuerpos para que funcionaran según unas leyes físicas definidas. Y el pecado, como señala 1 Juan 3:4, es la transgresión de la ley. Dicho de otro modo, el pecado físico es la transgresión de la ley física. Cuando se transgreden esas leyes físicas, la pena es la enfermedad. El Sr. Armstrong escribió: “Cuando una persona está enferma o ha contraído una enfermedad, simplemente está pagando en su cuerpo la pena de la ley física transgredida” (La pura verdad acerca de la sanidad divina).
Continúe en el Salmo 107. Después de que los enfermos y afligidos claman a Dios, “Él envía su palabra y los sana” (versículo 20). Cuando nos arrepentimos de haber quebrantado la ley espiritual de Dios, nuestro Padre misericordioso nos ha proporcionado un medio para eliminar la pena: el sacrificio de Jesús, que pagó la pena en nuestro lugar. Del mismo modo, cuando se han quebrantado las leyes de la naturaleza, Dios ha proporcionado una forma de eliminar esa pena. Podemos acudir a Dios en arrepentimiento y Él eliminará la pena de la enfermedad mediante la sanación divina porque la pena por esas leyes físicas quebrantadas ya ha sido pagada.
Consideremos ahora la estrecha relación entre la sanación divina y la ceremonia de Pascua.
El sacrificio de Cristo
Antiguamente, los israelitas guardaban sus corderos durante cuatro días antes de sacrificarlos el día 14 del primer mes: la Pascua (Éxodo 12:3-6). Los guardaban ese tiempo para analizar y examinar el cordero y asegurarse de que no tenía ninguna mancha. Del mismo modo, nuestra atención principal debe centrarse en el Cordero, ¡o en lo que nuestros pecados le hicieron al Cordero! Tenga cuidado de no centrarse sólo en usted mismo y en sus propios problemas en esta época del año. Recuerde al Cordero sacrificado.
Las instrucciones inspiradas de Dios para la ceremonia de la Pascua incluyen partir el pan en trozos pequeños (1 Corintios 11:23-24). Cristo no dio a los discípulos un trozo entero. Debía partirse por lo que simbolizaba.
Antes de la crucifixión, Pilato llevó a Jesús para ser azotado. Esta azotaina daría al cuerpo lo que la Biblia llama llaga. Después de esta paliza, ¡la gente ni siquiera pudo reconocer a Jesús cuando vieron Su aspecto ensangrentado y desfigurado! (Isaías 52:13-15).
El profeta Isaías explica por qué tuvo que ocurrir esto. “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:4-5). ¿Es la voluntad de Dios que seamos sanados? ¿Aguantó Cristo en vano aquellos sufrimientos? Muchos suponen que sí.
Versículo 10: “Con todo eso, [el Eterno] quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de [el Eterno] será en su mano prosperada”. Observe lo que el Sr. Armstrong escribió respecto a este pasaje:
“1) Qué tremendo precio pagó Dios Mismo, a través de Cristo, para poder hacer por nosotros este milagro de la sanación. Esto demuestra la voluntad de Dios. Está tan dispuesto, de hecho tan ansioso por aliviarnos del dolor, el sufrimiento o la aflicción que dio a Su Hijo unigénito, el que es nuestro mismo Hacedor, para que fuera golpeado, para que sufriera en lugar nuestro, a fin de que, sin violar ningún principio de Su ley, pudiéramos ser sanados”.
“2) Cuán importante es para Dios nunca transigir con Su ley. Podríamos razonar que sería más fácil para Dios, en cada caso de sanación, simplemente impedir que la pena surtiera efecto” (ibíd.).
Considere el asombroso precio que Cristo pagó para que pudiéramos ser sanados. ¡Qué testimonio al hecho de que Dios no transigirá! Debe pagarse un castigo por quebrantar las leyes de Dios, ya sean físicas o espirituales.
Satanás pretende que transijamos, que ignoremos el sacrificio de Cristo, que dudemos de las promesas de Dios. Consideremos más a fondo cómo el cuerpo de Cristo hace posible la sanación.
El cuerpo quebrantado de Cristo
“El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo, que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí” (1 Corintios 11:23-24). Debemos recordar cómo Su cuerpo fue partido con azotes.
Pablo advierte en el versículo 27 que podemos tomar la Pascua de manera indigna si no recordamos lo que significa todo, lo que representan los símbolos. Tenemos que tener fe en los símbolos.
Al mismo tiempo, tenemos que examinarnos a nosotros mismos, como señala el versículo 28. Pero gran parte de ese examen gira en torno a la comprensión de los símbolos y lo que significan. El versículo 29 lo deja claro: “Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí”. Comer o beber de manera indigna trae condenación, o juicio, sobre nosotros. Nosotros, en la Iglesia, ¡estamos siendo juzgados! (1 Pedro 4:17).
Ahora observe el versículo 30 de 1 Corintios 11: “Por eso muchos de ustedes están débiles y enfermos, y algunos han muerto” (traducción nuestra de la versión Revised Standard). ¡Note esto! Muchos de ellos estaban muriendo físicamente porque no discernían el cuerpo del Señor. Tomar el pan partido significa que aceptamos el cuerpo partido de Cristo para que seamos sanados. Por esas heridas somos sanados. Pero, ¿cómo es que ese cuerpo quebrantado hace posible la sanación?
En el versículo 25, se ordenó a los hermanos que bebieran de una copa que contenía vino. El vino simboliza la sangre derramada de Cristo: Su muerte. Como todos hemos pecado (Romanos 3:23), merecemos la pena por el pecado: la muerte (Romanos 6:23). Pero ahora podemos ser liberados de la pena de muerte, mediante el arrepentimiento y la fe, ¡porque Cristo pagó esa pena por nosotros!
De la misma manera, seremos sanados de todas nuestras enfermedades y dolencias, después del arrepentimiento (que significa tristeza divina, cambio al camino de Dios y obediencia) y fe. ¡Eso se debe a que Cristo pagó la pena por nosotros! La voluntad de Dios es que todos los hombres sean salvos por la sangre de Cristo (1 Timoteo 2:4). Del mismo modo, Dios busca oportunidades en nuestras vidas físicas en las que pueda levantarnos, salvarnos y sanarnos físicamente.
El Salmo 103 ilustra maravillosamente el paralelo entre la sangre y el cuerpo: “Bendice, alma mía, a [el Eterno], y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades [por la sangre derramada de Cristo], el que sana todas tus dolencias [por el cuerpo quebrantado de Cristo]” (versículos 2-3). ¿Cómo hace posible nuestra sanación el cuerpo quebrantado de Cristo? Del mismo modo que Su sangre derramada hace posible el perdón del pecado espiritual. ¡Porque Él pagó la pena en nuestro lugar! Como escribió David, ¡no olvidemos ninguno de los beneficios de Dios!
“Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor
anunciáis hasta que él venga” (1 Corintios 11:26). Mientras se prepara para la Pascua, dese cuenta y tenga fe en los símbolos de la ceremonia: ambos símbolos. Satanás quiere que ponga su mente en usted mismo y fuera de esos símbolos.
No podemos ser sanados sin discernir el cuerpo del Señor, sin caminar por fe. Del mismo modo, no podemos ser salvos sin discernir el cuerpo del Señor o caminar por fe. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8).
Más que la pérdida de vidas físicas, Pablo estaba preocupado por su pérdida de fe. ¡Y así debemos estarlo nosotros! Porque si no tenemos fe en el cuerpo quebrantado de Cristo para sanar, ¿cómo podremos alguna vez desarrollar suficiente fe para ser salvos?
La sanación es perdón
En Lucas 5, unos hombres intentaban meter a su amigo paralítico en una casa para que Cristo lo sanara. A causa de la gran multitud, tuvieron que hacerlo entrar por el tejado. “Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados” (Lucas 5:20).
El pecado físico es la transgresión de una ley física que opera dentro del cuerpo humano. La pena por el pecado físico es la enfermedad, las dolencias y a veces la muerte física. Y para pagar esa pena en nuestro lugar, Jesús fue brutalmente golpeado y azotado. La sanación, por tanto, es el perdón del pecado físico.
Por supuesto, los “educados” de entonces se apresuraron a criticar. Preguntaron: “¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Jesús entonces, conociendo los pensamientos de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?”. (versículos 21-23). Observe la conexión directa entre la sanación y el perdón del pecado físico.
Continúe en el versículo 24: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa”. Es verdad. Nadie sino Dios puede perdonar el pecado. Al mismo tiempo, nadie sino Dios puede sanar. Fue Jesucristo, Dios en la carne, quien pagó la pena por el pecado tanto físico como espiritual.
El Sr. Armstrong escribió: “Los médicos, las medicinas y los fármacos no pueden perdonar los pecados físicos más que los espirituales. ¡No pueden sanar!”. (ibíd.).
Tanto la sanación como la salvación requieren fe, la fe de Jesucristo viviendo en nosotros. La fe es simplemente confiar en que Dios hará lo que nosotros no podemos. Más que nada, Dios quiere que aprendamos la lección de fe.
Condiciones para la sanación
“¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la Iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor” (Santiago 5:14). Esto va dirigido a “vosotros”, o a los que están en la Iglesia, principalmente. La sanación hoy es principalmente para los que están en la Iglesia. A través del Sr. Armstrong, Dios restauró el verdadero mensaje del evangelio junto con la sanación milagrosa dentro de Su Iglesia.
Después de indicarnos que llamemos a los ancianos para que nos unjan, Santiago continúa: “Y la oraciónde fe salvará al enfermo…” (versículo 15). Respecto a este pasaje, el Sr. Armstrong escribió: “Si eso no es una promesa, ¡entonces no tenemos ninguna promesa del perdón de los pecados o de la salvación y el don de la vida eterna!” (ibíd.).
Continúe con el resto del versículo 15: “… y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”. De nuevo, observe la conexión entre la sanación y el perdón de los pecados.
Estas son promesas seguras, contrariamente a lo que Satanás quiere que usted crea. La sanación es una promesa. Es la voluntad de Dios. Sin embargo, hay ciertas condiciones bíblicas que deben cumplirse: obediencia (incluyendo el arrepentimiento cuando tropiece) y fe (vea 1 Juan 3:22 y Mateo 9:29).
Donde el proceso falla con tanta frecuencia es en la fe, porque, como escribió el Sr. Armstrong, “Al menos 99 de cada 100 cristianos sinceros y entregados no se han dado cuenta plenamente de lo que es la fe ni de cómo ejercerla” (Las Buenas Noticias, abril de 1980). Para quienes se han acercado demasiado a este mundo físico y materialista, la tarea de caminar por fe se hace prácticamente imposible. Sin embargo, lo irónico es que ¡el mundo espiritual es en realidad más real que el material!
En Hebreos 11:1 dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción [prueba, vkj] de lo que no se ve”. ¿Por qué la fe es tan vital para ser sanado? ¡Porque es su convicción! Por eso Cristo dijo: “Conforme a vuestra fe os sea hecho” (Mateo 9:29).
¡Pero muchas veces, el dolor y la agonía sufridos a manos de la enfermedad y la dolencia pueden destrozar por completo nuestra fe en Dios como nuestro Sanador! Como dijo Satanás en Job 2:4: “Un hombre dejará ir todo lo que tiene, para preservar su vida” (traducción nuestra de Moffatt). ¿Cuánto dolor hará falta para que dejemos de confiar en Dios, para que lo dejemos todo? ¿Alguien ha soportado alguna vez el castigo físico que sufrió Job? Tuvo que cortarse los forúnculos con un tiesto afilado. ¿Y Cristo, cuando fue azotado? Ninguno de nosotros ha estado siquiera cerca de semejante sufrimiento.
Observe lo que soportaron muchos de los otros santos de Dios: “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras; pobres, angustiados, maltratados”(Hebreos 11:36-37). ¿Qué les ocurrió finalmente a estos santos? “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, y creyéndolo, y saludándolo…” (versículo 13). Sí, puede que murieran con dolor. Pero también murieron en la fe, que es tan preciosa a los ojos de Dios.
Los ministros de Dios enseñan a la gente a confiar en la promesa de Dios de sanar. Los médicos tienen su lugar, incluso entre aquellos que caminan diligentemente por la fe y confían en Dios. Pero nunca se debe confiar en ellos por encima de Dios. ¡Sólo Dios sana! Individualmente, Dios nos hace responsables a todos. Finalmente, o seremos salvos por la fe, o no seremos salvos. ¡Asegurémonos de aprovechar cada oportunidad que tengamos en esta breve existencia para vivir y caminar según la fe de Jesucristo!