El libro del Apocalipsis está lleno de increíbles promesas de Dios relativas a nuestra salvación. Por ejemplo, Jesucristo dice: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). Se nos promete un gobierno compartido con Jesucristo, si vencemos. Nuestro futuro gobierno con Jesucristo será
una gran salvación (Hebreos 2:3). La pregunta es, ¿lo lograremos?
El mensaje de Malaquías nos muestra que la salvación es un asunto individual. El Sr. Flurry escribió: “La salvación no es un asunto de grupo. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad individual de responder, ¡o no responder! Seguir a Cristo es un asunto individual. Estar en una Iglesia no tiene importancia sin este entendimiento. Cristo está tocando en lapuerta espiritual de usted. ¿Cómo va usted a responderle a Cristo? ¡El que responda positivamente recibirá las maravillosas recompensas de [Apocalipsis 3:21]!”. Ningún otro ser humano u organización humana puede conseguir la salvación por usted. Ningún ministro u organización eclesiástica puede hacernos entrar en el Reino de Dios. Cada individuo, cadauno de nosotros, debe obtener la salvación a través de Jesucristo.
Pedro enseñó este hecho a los judíos de su tiempo: “Sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del angulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en quien podamos ser salvos” (Hechos 4:10-12). El factor decisivo para entrar o no en el Reino de Dios es lo bien que sigamos a Jesucristo.
Jesucristo, nuestra pascua
Dios ordena a todos los cristianos que observen la Pascua (Éxodo 12:14, 24-27; Levítico 23:5; Deuteronomio 16:1; 1Corintios 11:23-28). Antiguamente, la Pascua, la sangre de los corderos sacrificados, marcaba el inicio del éxodo de los israelitas de la crueldad de Egipto. Egipto es un tipo del pecado (Hebreos 11:24-25). Todos los primogénitos de hombres y animales que no tenían sangre en los postes de sus puertas murieron en Egipto.
El apóstol Pablo se refiere a Jesucristo como “nuestra Pascua” (1 Corintios 5:7). La Pascua cristiana actual es un memorial anual de los sufrimientos y la muerte de Jesucristo por todos los seres humanos.
¿Por qué tuvo que morir Jesucristo por nosotros? Cuando Adán pecó, Dios decretó que sólo la sangre derramada podía eliminar ese pecado (Hebreos 9:22). Pero ¿qué sangre era lo suficientemente valiosa para pagar la pena por el pecado humano? La sangre de corderos, toros o cabras nunca podría eliminar la pena del pecado humano (Hebreos 10:4). El hombre no es un animal. Sólo la sangre de un Ser hecho a imagen de Dios podía pagar la pena del pecado humano (Génesis 1:26-27). Ese Ser tenía que ser Jesucristo. ¿Por qué?
Jesucristo es nuestro Creador (Efesios 3:9 versión King James). Compartió una gran gloria con Dios el Padre (Colosenses 1:15). Sólo la sangre de nuestro Creador era lo suficientemente valiosa como para proporcionar el pago adecuado para la remisión de todos los pecados humanos. “El cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:6-8). Jesucristo era Dios. Renunció a una gran reputación y murió una muerte miserable y sangrienta para pagar la pena por nuestros pecados.
Cuando Adán y Eva pecaron, Dios el Padre asumió un gran compromiso con la humanidad. Decidió dar a su Hijo unigénito para que no sufriéramos el castigo de la muerte eterna. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Apocalipsis 13:8 llama a Cristo el “Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo”. En otras palabras, en el momento de la creación, Jesucristo sabía que tendría que morir para salvar a la humanidad. Estaba dispuesto a hacerlo. Jesucristo quería una familia (Hebreos 2:14-18).
La temporada de Pascua requiere que nos enfoquemos en la vida de Jesucristo. Es la época del año en la que recordamos a nuestro Salvador personal. A menos que tengamos la sangre de Jesucristo sobre nosotros, moriremos en Egipto espiritual, o en la esclavitud de nuestro pecado. La sangre derramada de Jesucristo marca el comienzo de nuestra salvación espiritual. Él murió para que pudiéramos obtener gobierno con Él. Si vamos a seguir a Jesucristo, debemos llegar a comprender plenamente Su sacrificio.
Pruébese cada uno a sí mismo
Sólo hay una manera de llegar a un conocimiento pleno de la importancia del sacrificio de Cristo. Celebrar la Pascua como es debido requiere que nos examinemos a nosotros mismos. Un minucioso examen espiritual de nosotros mismos nos mostrará lo desesperadamente que necesitamos el sacrificio de Jesucristo.
Pablo advirtió a los corintios: “Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa” (1 Corintios 11:26-28).
¿Cómo comemos y bebemos indignamente? La versión Revised Standard (vrs) traduce indignamente como “de maneraindigna”. Ningún ser humano es digno del sacrificio de Cristo (vea Romanos 3:23; 5:8). Sin embargo, podemos ser dignos en nuestra actitud.
Tomar la Pascua dignamente significa que entramos en el servicio de la Pascua con profundo respeto por el sacrificio de Jesucristo. Una actitud despreocupada respecto al sacrificio de Cristo nos hace indignos de tomar la Pascua.
¿Cuál es nuestra responsabilidad, dado el sacrificio de Cristo? Pablo dice que debemos examinarnos a nosotros mismos.
Además de enfocarnos en el sacrificio de Cristo, también debemos echar un buen vistazo a la forma en que vivimos actualmente nuestra vida cristiana. ¿Estamos venciendo al pecado? El pecado es la transgresión de la ley de Dios (1 Juan 3:4). El pecado del que no nos arrepentimos nos mantiene separados de Dios (Isaías 59:1-2). Nuestros pecados individuales requirieron que Jesucristo pagara la pena de muerte por nosotros (Romanos 3:24-25). Tenemos la responsabilidad de asegurarnos de estar constantemente en actitud de arrepentimiento (Hechos 2:38; 1 Juan 1:5-9). El sacrificio de Jesucristo sólo puede redimirnos de la pena de muerte si nos arrepentimos continuamente de quebrantar la ley de Dios y nos apartamos de nuestro pecado. Si no lo hacemos, somos considerados culpables de la muerte de Jesucristo (1 Corintios 11:27).
Cuando nos examinamos a nosotros mismos, debemos medirnos con Jesucristo, no con otro ser humano. Pablo enseño a los corintios: “Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Corintios 13:5). En esta época del año debemos estar probándonos a nosotros mismos, no a otros miembros. Algunos corintios tenían grandes dificultades personales con Pablo. Se enfocaban en sus debilidades y pecados. Estos corintios prácticamente tenían a Pablo bajo un microscopio. Esencialmente él les estaba diciendo: “¡Dejen de examinarme a mí y examínense a ustedes mismos!”. Estas personas pusieron un enfoque equivocado en el pecado de Pablo e ignoraron el de ellos mismos. No debemos condenar a los demás (Mateo 7:1). ¡Pero sí debemos juzgarnos a nosotros mismos! (1 Corintios 11:31).
Si usamos a Jesucristo como vara para medir nuestras propias vidas espirituales, veremos que nos quedamos vergonzosamente cortos de su ejemplo perfecto. Él estaba en completa sumisión al gobierno de Dios. Era intachable en obediencia (Hebreos 5:8).
Siempre expresó amor y compasión por los demás (Mateo 9:36). De hecho, hizo todo lo que agradaba a Dios el Padre (Juan 8:29). ¿Con qué frecuencia fallamos en estos aspectos? Jesucristo llevó una vida completamente libre de pecado. No podemos decir esto de nosotros mismos. Un examen adecuado de nosotros mismos nos mostrará que necesitamos parecernos más a Jesucristo. ¡No vivir como Cristo vivió es pecar! ¿En qué aspectos de nuestra vida no estamos actuando como Jesucristo? ¡Necesitamos concentrarnos en esas áreas y poner esos pecados fuera de nuestras vidas!
Purgar la levadura
Inmediatamente después de la Pascua vienen los Días de Panes sin Levadura. Este período de siete días nos muestra que debemos apartar el pecado de nuestras vidas. “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). El pecado es como la levadura. Si no se elimina de nuestra vida, crece y se expande rápidamente. El pecado trae maldiciones y dolor a nuestras vidas (Deuteronomio 28:15). Recuerde que la última maldición del pecado es la muerte eterna (Romanos 6:23).
Dios no transigirá con Su ley. Si continuamos en el pecado, no entraremos en el Reino de Dios. Moriremos de muerte eterna (1 Corintios 6:9-10; Apocalipsis. 22:14-15). ¡Debemos asumir la responsabilidad de nuestra vida espiritual y apartarel pecado!
Una de las lecciones que dan qué pensar de la temporada de fiestas de primavera es que Dios hace a cada individuo responsable de su propia salvación. Dios el Padre y Jesucristo han hecho su parte. Nosotros debemos hacer la nuestra. Pablo enseñó a los filipenses: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor” (Filipenses 2:12). Esta es una Escritura emocionante, pero seria. Nos exige que asumamos la responsabilidad de nuestras propias acciones. El sacrificio de Cristo nos abre la salvación. Nosotros, mediante la obediencia, “nos ocupamos” de los detalles de esa salvación.
Recogemos lo que sembramos
En el ministerio, oímos con demasiada frecuencia que la gente culpa de sus defectos o pecados a los demás. Algunos adultos siguen culpando a sus padres de sus debilidades y defectos. Reconozcamos un hecho que todos los seres humanos tienen en común: ¡nadie ha tenido unos padres perfectos! Dios no permite que utilicemos este hecho como excusa para no superar el pecado.
“¿Qué pensáis vosotros, los que usáis este refrán sobre la tierra de Israel, que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera? Vivo yo, dice [el Eterno] el Señor, que nunca más tendréis por qué usar este refrán en Israel. He aquí que todas las almas son mías; como el alma del padre, así el alma del hijo es mía; el alma que pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:2-4). Nuestros padres (o cualquier otro ser humano) no son responsables de nuestros pecados, ¡somosnosotros!
Cuando pecamos, Dios nos hace responsables de ese pecado. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6:7-9).
No debemos dejarnos engañar cuando se trata del pecado. Si no apartamos el pecado de nuestras vidas, Dios permitirá que cosechemos las consecuencias de esos pecados. Dios permitirá que el dolor y las maldiciones entren en nuestras vidas. Debemos asumir la culpa cuando quebrantamos las leyes de Dios. Cuando culpamos a otros de nuestro pecado, el pecado se queda con nosotros. Poner la culpa donde corresponde, sobre nuestros propios hombros, nos motivará a deshacernos del pecado.
Cuando asumimos la responsabilidad de nuestro pecado y luego nos arrepentimos y cambiamos, Dios nos promete grandes bendiciones espirituales. Cosecharemos la vida eterna. No lo olvidemos nunca, llegaremos al Reino, o no llegaremos, con base en nuestros propios esfuerzos individuales. Nadie más puede llevarnos allí. Nadie más puede mantenernos alejados. Las leyes de Dios trabajarán a nuestro favor o en nuestra contra. Es nuestra elección.
Una vida de superación
Nunca podemos rendirnos cuando se trata de vencer al pecado. A causa de Satanás, de nuestra propia debilidad humana y de este mundo, somos bombardeados constantemente con la tentación de quebrantar las leyes de Dios.
Somos tentados por nuestras propias concupiscencias. “Sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Santiago 1:14). Ocasionalmente fallamos; sí, todos fallamos. Pero los fracasos no deben repetirse una y otra vez. Cristo espera que venzamos. Cuando nos esforzamos de verdad por vencer un determinado pecado, Jesucristo nos ayudará a conseguirlo. Pero debemos trabajar para vencer.
“¡Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:8-9). Cuando reconocemos nuestras fallas, nos arrepentimos y nos esforzamos por vencer el pecado, Dios permanece con nosotros y nos limpia del pecado (Juan 15:1-6). Estamos bajo la gracia (Efesios 2:8). Dios sigue guiándonos.
Cuando vencemos el pecado, significa que en realidad estamos permitiendo que Jesucristo vuelva a vivir Su vida en nosotros (Romanos 8:1, 10). Si permitimos que Cristo viva en nosotros, ya sea hasta nuestra muerte o hasta Su regreso, entonces seremos salvados por la vida de Cristo (Romanos 5:10).
Jesucristo nos ordena a todos: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Cristo quiere que lleguemos a ser perfectos como Dios el Padre es perfecto. La palabra para perfecto en griego es teleios y puede significar completo, de plena edad o maduro. Debemos llegar a ser completos, de plena edad y maduros espiritualmente. Examinarnos a nosotros mismos, luego guardar la Pascua y los Días de Panes sin Levadura y todas las leyes de Dios, es esencial para alcanzar esta perfección espiritual.
Al prepararnos para la Pascua, asegurémonos de enfocarnos en la vida de sacrificio de Jesucristo. Examinémonos también a nosotros mismos y entonces esforcémonos por vencer nuestros pecados. Hagamos todos como dice Pablo: “Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Corintios 5:8).