¿Cómo puede estar seguro de que estará preparado para la Pascua?
Esta ceremonia sagrada es el acontecimiento más solemne del año para el cristiano convertido. Si no tomamos los símbolos del pan y del vino en la actitud correcta, 1 Corintios 11:27-28 dice que somos “culpados del cuerpo y de la sangre del Señor”, ¡una pena grave! En realidad, ¡usted podría salir del servicio de la Pascua esa noche con la pena de muerte aún pendiendo sobre su cabeza!
Entonces, ¿cómo podemos asegurarnos de que estamos en la actitud correcta? Se trata de una cuestión de vida o muerte.
El apóstol Pablo nos da la respuesta en ese conocido pasaje de 1 Corintios. Nos dice que antes de comer el pan y beber el vino en esa ceremonia, debemos examinarnos.
El autoexamen es un trabajo duro. A nadie le gusta enfrentarse a sus propios pecados. Naturalmente luchamos contra este proceso. Pero esta es la Pascua santa de Dios, ¡en la última hora! Ya sea que usted haya observado tres Pascuas o 33, ésta es más importante que cualquiera que haya vivido. El nivel que tenía en la Pascua del año pasado no es suficiente este año (2 Pedro 3:18). ¡Estamos justo en el umbral del regreso de Jesucristo! Nuestra actitud hacia la Pascua tiene todo que ver con el desarrollo del carácter para poder encontrarnos con Él a Su regreso. Dios quiere que utilicemos esta temporada de Pascua como una herramienta de preparación: preparación para unirnos a Su Familia y gobernar con Él.
Aquí hay cuatro preguntas que debe hacerse al entrar en la temporada de los días santos de primavera. Esta “lista de verificación” para el autoexamen no es exhaustiva; es simplemente una guía para ayudarle en su preparación para la Pascua. Tenga estas preguntas ante usted mientras ora. Enfoque su estudio y meditación en torno a ellas. Ayune y pídale a Dios que le ayude a responderlas con sinceridad:
1. ¿Tengo algo contra alguien?
2. ¿Veo claramente mi propia naturaleza carnal?
3. ¿Aprecio lo suficiente lo que Dios y Cristo han hecho por mí?
4. Por amor a Dios, ¿me esfuerzo por arrepentirme y vencer?
Había una vez un rey rico que tenía una propiedad considerable y muchos sirvientes. Era un rey generoso que siempre que sus siervos necesitaban ayuda, concedía préstamos libremente. Un día se sentó a ajustar estas cuentas y ver cuánto le debían sus prestatarios. Descubrió, para su consternación, ¡que un siervo tenía una asombrosa deuda de 3 millones de dólares!
Cuando llamó al siervo y le preguntó cómo esperaba devolverle la suma, éste fue incapaz de inventar siquiera una excusa. El rey le miró con severidad y decidió vender al criado, a su familia y todo lo que poseía. La deuda que quedara se pagaría a plazos hasta saldarla por completo.
El siervo se arrojó a los pies del rey y suplicó: “¡Oh, rey! Por favor, ¡no haga esto! Si tiene paciencia conmigo, le devolveré hasta el último centavo. Saldaré esta cuenta de algún modo, ¡se lo prometo!”. Este desdichado siervo estaba realmente angustiado. No tenía absolutamente a quién recurrir. El rey era perfectamente justo al exigir el pago. ¡Este siervo estaba apelando a su misericordia!
El llanto movió al rey a la compasión. Apreció ver el cambio de actitud del siervo. Después de un momento, habló: “No te venderé”.
Un torrente de alivio inundó al sirviente. “¡Oh, gracias!”, respondió. Pero el rey no había terminado. “De hecho, no sólo puedes quedarte conmigo, sino que borraré por completo esta deuda. Comencemos de nuevo. No me debes ni un centavo”.
¡Qué dulce es el perdón!
A medida que nos acercamos a la Pascua, debemos reflexionar seriamente sobre este tema del perdón. El hecho es que usted es el siervo en esa historia. Cada uno de nosotros lo es. Tenemos una tremenda deuda que pesa sobre nosotros, pero es una deuda mucho mayor que un montón de dinero. Es la deuda que tenemos con la ley de Dios, por nuestro pecado. Romanos 6:23 lo deja claro: “Porque la paga del pecado es muerte”. ¡Nuestra pena por el pecado es la espada de un verdugo que pende sobre nuestras cabezas! Necesitamos desesperadamente el perdón de Dios, pero somos como ese siervo: no tenemos derecho a éste, ni más recurso que arrojarnos a Su misericordia. Debemos darnos cuenta de dónde estaríamos si no recibiéramos Su perdón y misericordia: ¡muertos!
Nuestra deuda con Dios y Su perdón deberían ser un punto destacado en nuestra oración, estudio, meditación y ayuno de aquí a la Pascua, quizá el más importante. Hablaremos más de ello más adelante. Enfoquémonos ahora en cómo se relaciona esto con la primera pregunta:
1. ¿Tengo algo contra alguien?
Mateo 18:23-27 contiene el relato bíblico del rey y el siervo. De nuevo, este siervo experimentó la dulce alegría del perdón. Pero fíjese en los versículos 28-30: “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Más él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda”.
Este hombre estaba perfectamente dispuesto a aceptar el perdón, ¡pero no estaba dispuesto a darlo! Si se hubiera dado cuenta plenamente del perdón inmerecido que se le había extendido, ¡no debería haber tenido ningún problema en darse la vuelta y ser muy rápido para perdonar esta pequeña deuda!
¿Con qué frecuencia caemos en la misma categoría que este siervo?
Considere la deuda que Dios nos ha perdonado, no sólo una vez, ¡sino una y otra y otra vez! ¿Cuántas veces hemos tenido que presentarnos ante Dios y pedirle perdón? Deberíamos hacerlo todos los días de nuestra vida.
Teniendo esto en cuenta, ¿hasta qué punto debería resultarnos fácil perdonar a los demás por las cosas que hayan podido hacer contra nosotros? ¿Podemos ver este principio tan claramente en nuestras propias vidas como podemos verlo en esta parábola?
¿Alguna vez alguien le ha hecho algo peor que lo que usted le ha hecho a Dios? ¿Fue peor de lo que fue para Él tener que ver cómo Su Hijo era brutalizado por una banda de matones violentos para pagar por los pecados de usted? ¿Son las deudas que otros tienen con usted realmente mayores que la deuda que usted tiene con Dios?
Y, sin embargo, si alguna vez guarda rencor; si no puede perdonar y olvidar; si, cada vez que piensa en algún agravio que ha sufrido, todas las mismas emociones vuelven a brotar como si acabara de ocurrir ayer, entonces usted es ese siervo sin piedad.
¿Cómo supone que ve Dios semejante pecado? Después de perdonarnos una y otra vez la deuda más grande que pudiéramos tener, ¿cómo debe sentirse Él cuando nos ve aferrarnos a ofensas insignificantes de la forma en que lo hizo ese siervo?
Hay dos condiciones para recibir el perdón de Dios: primero, debemos arrepentirnos; y segundo, debemos perdonar a otros. ¡Es muy importante comprender esto al acercarnos a la Pascua!
“Y cuando estéis orando”, dice Dios en Marcos 11:25-26, “perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”. ¡Esta es una ley de Dios! Para ser perdonado, ¡usted debe perdonar! Si no lo hace, la Pascua será un ejercicio inútil. No será perdonado.
Simplemente no podemos llegar a la Pascua —de hecho, ni siquiera podemos proceder en nuestro autoexamen— ¡si estamos guardando algo contra alguien!
Mateo 5:23-24 contiene una fuerte corrección para los inmisericordes: “Por tanto si traes tu ofrenda al altar [es decir, a adorar a Dios], y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.
Responda con sinceridad a esta pregunta de si guarda algo contra alguien antes de pasar a las otras tres. Pídale a Dios que le ayude a perdonar. Si hay asuntos que deban aclararse, sea el primero en tender la mano de la fraternidad a su hermano y hacer lo correcto.
Un tema importante de la Pascua es la unidad en el cuerpo de Cristo (1 Corintios 10:16). Ponga de su parte para garantizar esa unidad. La mente de Cristo en nosotros no tolerará la división. No barrerá los problemas bajo la alfombra. Hará lo posible por arreglar las cosas.
2. ¿Veo claramente mi propia naturaleza carnal?
En este tiempo de preparación para los días santos, cada uno de nosotros debe enfrentarse a su propia naturaleza malvada.
Romanos 7:14 nos dice que somos carnales, vendidos al pecado. Esta es la naturaleza del hombre carnal. Sin Dios, todos estamos vendidos al pecado. Pablo describe una ley del mal en su interior contra la que tenía que luchar constantemente (versículos 18, 21, 23). ¡Estaba en guerra contra sí mismo! Incluso Jesucristo tuvo que luchar contra ella cuando era un hombre mortal. Él ganó todas las batallas y todas las luchas, ¡pero al final tuvo que sudar sangre para hacerlo! Él vio claramente a lo que se enfrentaba en Su propia carne. ¡Luchar contra nuestra propia carnalidad es una guerra que tendremos que librar todos los días hasta que muramos! Si alguna vez nos rendimos, habremos perdido: nuestra carnalidad nos consumirá.
Cuando un hombre llamó bueno a Cristo, Él respondió: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:17). (No es que Cristo fuera malo, sino que Su bondad procedía de Dios, no de Su carne; Juan 14:10.)
¿Podemos ver claramente nuestra propia naturaleza malvada? Quizá llevemos mucho tiempo en la Iglesia de Dios y hayamos superado esos pecados manifiestos y muy visibles con los que mucha gente lucha. Pero tenemos que reconocer el estándar con el que Dios nos está midiendo: la ley de amor. Esto abarca cada situación, cada pensamiento, cada momento. 1 Juan 1:8 lo deja claro: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”.
Humanamente somos incapaces de ver la levadura que hay dentro de nosotros. Nuestros corazones son engañosos y desesperadamente perversos (Jeremías 17:9). Se necesita la mente de Dios para conocer el corazón del hombre. Para examinarnos honestamente, necesitamos Su Espíritu Santo. “Si sólo nos examinamos con nuestra mente humana, nunca veremos lo que estamos haciendo mal espiritualmente. Se requiere tomar el Espíritu de Dios y examinarse a uno mismo, de rodillas, pidiéndole a Dios Su punto de vista” (Gerald Flurry, Royal Vision, enero-febrero de 2002). Al buscar la levadura en nuestras vidas, debemos entrar en el salón del trono de Dios con un espíritu carnal quebrantado, pidiendo discernimiento, pidiendo corrección, pidiéndole que nos revele nuestros propios corazones. Debemos adoptar el enfoque sabio y humilde de Jeremías: “Castígame, oh [Eterno], más con juicio; no con tu furor, para que no me aniquiles” (Jeremías 10:24).
El Sr. Flurry escribió: “¿Se da cuenta de cuán bueno es Dios? ¿De cuán bueno es Él con usted? ¿De lo mucho que Él le ha dado? Cuando nos evaluamos y nos comparamos con la bondad de Dios vemos cuán malos somos. Compare su bondad con la de Dios, y entonces comenzará a ver por qué realmente necesitamos arrepentirnos hacia Dios y no para con el hombre” (Arrepentimiento hacia Dios).
No sólo tenemos que reconocer nuestros pecados, ¡sino también que incluso nuestra bondad no es más que trapos de inmundicia para Dios! No hay forma de que podamos ganarnos la salvación. ¡Todo lo que hemos ganado es la muerte!
Gálatas 2:16 nos dice que “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo (…) por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. Las obras de la ley son la observancia religiosa con base en el esfuerzo humano o carnal. Justificado se refiere a enderezar el pasado. ¡Ni siquiera la observancia más estricta de la ley podría borrar la pena de muerte!
Los gálatas pensaban que eran bastante buenos. Si sólo se aferraban a una religión ritualista, lo lograrían, pensaban ellos. Nosotros también podemos pensar que si oramos y estudiamos una cantidad determinada cada día, o si leemos este o aquel folleto un número determinado de veces, lo lograremos.
A Dios le interesa nuestro espíritu quebrantado. Una religión farisaica de qué hacer y qué no hacer es inútil para Él. Ningún sacrificio físico ni ninguna obra pueden hacernos justos ante Dios. Sólo podemos ser justificados por la fe de Cristo, la fe que Dios nos da.
El versículo 20 nos muestra que Pablo entendía que la bondad sólo viene a través de Cristo. Desde luego, Él no se atribuía ninguna bondad. Veía claramente su propia carnalidad, sus propios límites. El siguiente versículo nos advierte que no neguemos el sacrificio de Cristo. Lo necesitamos desesperadamente. De lo contrario no tenemos ninguna esperanza: ¡nada que hacer salvo pagar la pena de muerte que nos hemos acarreado! En nuestro bautismo, Dios considera la muerte de Cristo como nuestra. Debemos ver claramente nuestra propia naturaleza carnal, ver el enorme precio que nuestro Salvador ha pagado en nuestro lugar.
De nuevo, 1 Corintios 11:27 nos dice que debemos tomar la Pascua de manera digna. Cuando vemos realmente nuestros pecados y faltas, ¿cómo es posible que seamos dignos de tomar la Pascua? Una pista de la respuesta está en el versículo 29. Realmente examinarse a sí mismo también significa discernir el cuerpo del Señor. Eso significa asumir la responsabilidad personal por el sacrificio que Él hizo. Significa tener un aprecio penetrante por lo que Dios y Cristo pasaron por usted. Significa darse cuenta profundamente de lo dependiente que debe ser de Dios, de lo desesperanzado que está solo y de lo endeudado que está con Él.
3. ¿Aprecio lo suficiente lo que Dios y Cristo han hecho por mí?
Debemos autoexaminarnos, pero no queremos que nuestra preparación para la Pascua nos haga mirar tan introspectivamente que caigamos en un egoísmo de otro tipo. El centro de atención debe ser realmente Dios y Cristo: el sacrificio que ellos hicieron anula la pena de muerte que pesa sobre nosotros y hace posible nuestra vida eterna.
¡Debe darse cuenta de que usted es responsable de la muerte de Cristo! Si usted fuera la única persona que ha vivido, Cristo aún se habría sacrificado por usted. Hebreos 2:9 nos dice que Jesús “fue hecho un poco menor que los ángeles (…) a causa del padecimiento de la muerte”, a fin de que “gustase la muerte por todos”. 1 Pedro 3:18 dice que “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…”. Usted no tendría futuro sin ese sacrificio.
Juan 3:16 resume de muchas maneras el amor y el sacrificio de Dios. “Porque de tal manera amó Dios al mundo [incluyéndolo a usted personalmente] que ha dado a su Hijo unigénito…”. El Dios Altísimo permitió que el Verbo renunciara a Su gloria eterna y naciera como un ser humano físico común y corriente, sujeto a todas las tentaciones y pruebas de la carne; sujeto incluso a la muerte. ¡Su Padre celestial le ama tanto que se arriesgó a perder a Su Hijo para siempre! ¿Por qué? “Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Porque era la única manera posible de que usted no tuviera que cargar con la culpa de sus propios pecados. Era la única manera en que Dios podía cumplir perfectamente Su ley sin transigir y aun así pagar por sus pecados, ¡haciendo posible su vida eterna en Su Familia nacida del Espíritu!
El Sr. Flurry escribió: “¡Todos somos los asesinos de Cristo! ¡Todos hemos matado al primogénito Hijo de nuestro amado Padre! Y si estamos pensando en la forma en que Dios lo hace experimentaremos la misma intensidad de emoción, por lo que hemos hecho, ¡que si estuviéramos perdiendo a un hijo primogénito!” (ibíd.). Entender la gravedad del sacrificio que Dios y Su Hijo han hecho nos conducirá hacia la profundidad de aprecio que necesitamos.
Pero apreciar a Dios y a Cristo en nuestra preparación para la Pascua no se detiene en ese sacrificio pasado. También debemos enfocarnos en lo que Dios y Cristo están haciendo hoy. Tenemos que darnos cuenta de que toda Su atención se centra en esta Obra, por el bien de Su futura Familia: todo este mundo. Al acercarse la Pascua, recuerde enfocarse en la Obra de Dios, como Cristo lo hace. Estudie La visión de la Familia Dios. Es una vívida demostración de lo que Dios y Cristo han hecho y están haciendo por usted hoy, ¡y de Sus planes para el mundo!
Cuanto más profundamente comprendamos esta tercera área —lo que Dios y Cristo han hecho— más motivados estaremos para profundizar en la cuarta pregunta.
4. Por amor a Dios, ¿me esfuerzo por arrepentirme y vencer?
¿De qué otra forma podemos responder, cuando entendemos realmente lo que Dios ha hecho por nosotros, cuando interiorizamos el sufrimiento que hemos causado a Dios y a Cristo? ¿Qué otra cosa podemos hacer, sino esforzarnos con todas nuestras fuerzas, usando el poder del Espíritu de Dios, para purgar la escoria de nuestro carácter, para distanciarnos del pecado, para vivir de nuevo, sin mancha del mundo?
El apóstol Pablo hace una clara distinción entre el sentimiento de remordimiento que podemos tener cuando nos remuerde la conciencia por alguna mala acción, y la tristeza según Dios que necesitamos para avanzar espiritualmente. “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10). El Sr. Flurry explica: “La razón por la que ‘no hay que arrepentirse’ de la tristeza según Dios, ¡es porque ésta hace que usted venza su pecado!” (ibíd.).
En Hebreos 12:1 se nos dice que nos despojemos “de todo peso y del pecado que nos asedia”, utilizando la perfección de Jesucristo como nuestro ejemplo, nuestro estándar, nuestra inspiración. Pablo nos da a entender que, al igual que Cristo, debemos esforzarnos “hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. (versículo 4). Qué diferente de la religión displicente, sin ley, “venga como es”, tan común y vergonzosamente llamada con el nombre de Cristo en este mundo de hoy.
El Sr. Flurry escribió: “Si usted tiene un problema que no puede superar, un área donde no está llegando a ser como un niño, Cristo dice, ¡haga cualquier cosa que deba hacer para superarlo! Vuélvase como un niño y vaya a grandes extremos para asegurarse de permanecer así. Usted no puede decir, “mire, no quiero que nadie me diga qué hacer”. ¡Cristo está exigiendo que guardemos una ley estricta! Incluso mirar a una mujer con lujuria es considerado adulterio, ¡y Cristo dice que debemos figurativamente sacar nuestro ojo si no podemos controlarlo! (Mateo 5:27-30). ¡A menos que lo hagamos estamos despreciando a Dios (…) Algunas veces debemos ir a extremos para vencer” (ibíd.).
Por supuesto debemos darnos cuenta de que, volviendo a nuestra segunda pregunta, nuestra naturaleza carnal nunca morirá mientras estemos en la carne. Y somos incapaces de vencerla por nosotros mismos. Sólo mediante el poder del Espíritu Santo de Dios que mora en nosotros podemos avanzar en este terreno. “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro” (Romanos 7:24-25).
Sólo permitiendo que Cristo viva en nosotros (Gálatas 2:20) podemos vencer nuestra carnalidad. Así, incluso cuando llegamos al final de esta “lista de verificación” de autoexamen y meditamos sobre nuestra parte, y sobre cómo necesitamos dar pasos para convertirnos en hijos de Dios más justos, vemos otra razón más por la que siempre debemos poner el enfoque principal en Cristo. ¡No sólo estaríamos muertos sin Su sacrificio, sino que seríamos incapaces de crecer espiritualmente sin Su vida, morando en nuestra carne, hoy, por el poder de Su Espíritu Santo! (Juan 16:13).
Cuando asistimos a la ceremonia de la Pascua, ingerimos simbólicamente el cuerpo y la sangre de Cristo, ¡recordando que Él habita en nosotros! Como dijo el propio Jesús en Juan 6:53-56: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él”.
¿Estará usted preparado para la Pascua este año? El pueblo de Dios necesita desesperadamente esta ceremonia. No podemos aceptar las cosas como son. Debemos vencer; no podemos permitirnos cerrar los ojos ante los problemas de nuestras vidas. Usemos esta Pascua para motivarnos a alcanzar nuevas alturas espirituales en el próximo año.
Si tiene problemas con otros hermanos, sea el primero en salir y hacer algo al respecto. Arrepiéntase de su parte. Luego vaya más allá de simplemente evitar lo que haya hecho para causar el problema, y ayude a mejorarlo. ¡Esta es la última hora! ¡Cristo no va a dejar que pase otra Pascua en nuestras vidas sin que actuemos! Cada uno de nosotros debe tomar la iniciativa. Júzguese a sí mismo, como dice la Biblia en 1 Corintios 11:28-31. No haga que Dios tenga que juzgarle. ¡Tome usted mismo la iniciativa!
Tome en serio esta lista de verificación para el autoexamen. Preséntese ante Dios en oración con una actitud de niño y dígale: ¡Padre! ¡Revélame mi corazón! Ayúdame a darme cuenta de lo que te he hecho sufrir. Condúceme al arrepentimiento divino. ¡Construye en mí un aprecio más profundo por ti y por Jesucristo! ¡Ayúdame a amarte y a vencer!
Usted necesita urgentemente esta Pascua. Si tiene algo con lo que ha estado luchando, busque ayuda. Consejo. Parecer justo ante el ministerio no es importante; lo importante es superar el pecado y llegar a ser justo.
Esta es la Pascua más importante de nuestras vidas. Honremos a Dios y hagámosla nuestra mejor Pascua.