La pura verdad sobre la fe que salva
¿Qué es la ‘fe que salva’ y cómo se obtiene?

Millones hoy en día creen que para ser “salvos”, todo lo que tenemos que hacer es tener fe en Jesucristo, sólo creer en Él. Es cierto que debemos tener fe para ser salvos. Pero el tipo de fe que se enseña hoy en tantas religiones no es “fe que salva”. ¿Qué es la “fe que salva”, y cómo la obtenemos?

“De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47). Muchos han escuchado a predicadores referirse repetidamente a Escrituras como la anterior. “Lo único que usted tiene que hacer es creer”,
dicen. Y eso es absolutamente cierto, siempre y cuando usted sepa qué tipo de creencia es necesaria. Ahí es donde muchos malinterpretan.

La suposición común es que todo lo que necesitamos para la salvación es creer en Jesús. Pero si eso es lo único que necesitamos, entonces muchas Escrituras de la Biblia serían inexplicables, de hecho, contradictorias con el versículo citado anteriormente. Observe Mateo 7:21: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. En otras palabras, ¡no todo el que cree en Cristo entrará en el Reino! Qué contradicción debe ser esto para los que dicen repetidamente: “Lo único que usted tiene que hacer es creer”.

Hay otras aparentes contradicciones en la Biblia. Muchos religiosos se refieren comúnmente a Romanos 3:20, que dice: “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él…”. Rara vez, o nunca, citan Romanos 2:13, que dice: “Porque no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados”. ¡Prácticamente parece lo contrario!

¿Qué le parece Efesios 2:8-9? “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Muchos argumentarían: “Ve, somos salvos por fe, no por obras”. Sin embargo, Santiago 2:20 dice: “la fe sin obras es muerta”.

¿Hay contradicciones en estos versículos? Para aquellos que citan algunas Escrituras en un esfuerzo por destruir la ley de Dios, ¡existe una contradicción! Ellos no pueden explicar los otros versículos incluidos aquí. Pero para aquellos que realmente entienden lo que es la fe que salva, no hay contradicción. ¡La Biblia no se contradice!

Isaías 28:10 muestra que la verdad sobre cualquier tema se revela en la Biblia “un poquito allí, otro poquito allá”. Es una práctica común en la mayoría de las Iglesias actuales citar solamente algunas Escrituras sobre un tema en particular o incluso parte de un pasaje, mientras se omite la otra parte vital que lo explica. La Palabra de Dios no se contradice. Podemos probar que todos los versículos mencionados son verdaderos.

Observe lo que el Sr. Armstrong escribió en su folleto What kind of Faith Is Required for Salvation? (¿Qué tipo de fe se requiere para la salvación?). “Al poner juntas todas las Escrituras sobre el tema de la ‘fe que salva’, aprendemos que hay dos clases de fe. Y la clase en la que tan ciegamente confía la mayoría en el tiempo actual no es más que una fe muerta, ¡y una fe muerta nunca salvará un alma!”.

No hay tema más vital para entender la salvación que el de la fe que salva.

¿Qué es la salvación?

El tema de la salvación ha sido muy mal interpretado por muchas religiones. Muchos suponen que la salvación es sólo “ir al cielo”. Una simple definición de salvación en el diccionario es “preservación de la destrucción o el fracaso”. Otra dice, “la salvación del hombre de las consecuencias espirituales del pecado; especialmente la liberación del pecado y la condenación eterna”. La Biblia demuestra que estas definiciones son correctas.

En Romanos 3:23, Pablo escribe: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Todos han pecado, dice este versículo. ¿Y qué es el pecado? “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4).

¿Y qué es la ley? Anteriormente citamos la primera parte de Romanos 3:20. Fíjese en la última mitad de ese versículo: “Porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado”. La ley de Dios es un conjunto de normas que definen lo que es el pecado. El apóstol Santiago describe la ley espiritual de Dios como un espejo (Santiago 1:22-25). Nos miramos en ese “espejo” para ver dónde nos estamos quedando cortos, dónde estamos viviendo en contra de la ley de Dios.

Ahora bien, ¿cuál es el castigo por quebrantar la ley de Dios, o transgredir la ley de Dios? ¿Cuál es la pena por el pecado? “Porque la paga [o pago] del pecado es muerte” (Romanos 6:23).

Esto nos lleva de nuevo a la definición de salvación. Si “todos pecaron” y “la paga del pecado es muerte”, ¡entonces necesitamos ser “salvados” de la muerte! Y para ser salvados de la muerte, necesitamos un Salvador, ¡alguien que muera por nosotros!

Esa “paga del pecado” fue pagada por nosotros por Jesucristo, “a quien Dios puso como propiciación [o pago] por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Romanos 3:25). Jesucristo se convirtió en ese pago. Él pagó la pena de muerte que nuestros pecados trajeron sobre nosotros. Eso es todo lo que hizo en nuestro lugar: murió por nosotros. Él no guardó la ley por nosotros. Él no eliminó la ley de Dios.

Aquellos que enseñan una doctrina de “no hay ley” de nuevo deben ser confrontados con la contradicción bíblica. Pablo escribió: “Pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión [o pecado]” (Romanos 4:15). Y si no hubiera pecado, no habría pena por el pecado. Y si ese escenario fuera cierto, ¡no necesitaríamos un Salvador! Esto prueba que la ley todavía debe estar en plena vigencia hoy en día.

Cristo murió para que pudiéramos ser salvados de la muerte. Tenemos que creer en Él, o aceptar Su sangre en nuestro lugar, o nunca seremos salvados. Pero eso es sólo el principio. Sin embargo, hoy hay muchos que ven la muerte de Cristo como un final.

En Romanos 5:9-10, Pablo dice: “Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre [perdonados de pecados pasados], por él seremos [todavía en el futuro] salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida”. No es la muerte de Cristo lo que nos salva, contrariamente a la creencia popular actual. La muerte de Cristo pagó la pena por los pecados pasados (Romanos 3:25). Es Su muerte la que nos reconcilia, o nos pone en contacto con Dios. Después de eso, ¡es Su vida la que nos salva! Porque es Su vida la que nos da la fe que salva.

El proceso de conversión

Pocos entienden que el llamamiento de Dios marca el inicio de la vida de cualquier cristiano. Observe Juan 6:44: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”. Dios debe atraernos a Él antes de que realmente podamos llegar a conocerlo a Él y a Jesucristo.

Durante el sermón de Pedro el día de Pentecostés, cuando comenzó la Iglesia del Nuevo Testamento, la gente le preguntó: “¿Qué haremos?” (Hechos 2:37). Pedro les respondió en el versículo 38: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Pedro los exhortó a arrepentirse, bautizarse y entonces recibirían un don: el don del Espíritu Santo. El arrepentimiento y el bautismo son los dos prerrequisitos para recibir el Espíritu Santo.

Antes del bautismo, Dios nos lleva a arrepentirnos del modo en que hemos estado viviendo: una vida contraria a la ley de Dios. Nos arrepentimos no sólo de lo que hemos hecho, sino de lo que somos. El Sr. Armstrong escribió: “[El arrepentimiento] es un cambio total en la mente, el corazón y el rumbo en la vida. Es un cambio hacia un nuevo camino de vida. Es rechazar el camino egocéntrico de la vanidad, el egoísmo, la codicia, la hostilidad a la autoridad, la envidia, los celos y la falta de interés por el bienestar de los demás, y volverse hacia el camino centrado en Dios, de la obediencia, la sumisión a la autoridad, del amor hacia Dios mayor que el amor por uno mismo y del amor y la preocupación por los demás seres humanos igual a la que se tiene por uno mismo” (¿Qué significa… conversión?).

Muchos malinterpretan arrepentimiento como “tristeza”. En realidad, arrepentimiento significa cambio. Fíjese en la definición de arrepentimiento del diccionario Webster: “Volverse del pecado”. Volverse del pecado —cambiar su forma de vida anterior— significa volverse a obedecer la ley de Dios.

Además del arrepentimiento, debemos saber y aceptar que Jesucristo murió por nosotros. Esta creencia, o fe en la sangre derramada de Jesucristo, se manifiesta externamente por el bautismo. Observe Romanos 5:8: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Debemos tener fe en esa sangre y en el hecho de que Él pagó la pena por “los pecados pasados” (Romanos 3:25).

En ese momento, todavía no tenemos el Espíritu de Dios morando en nosotros. Eso viene después del bautismo. Pero Su Espíritu trabaja con nosotros incluso antes del bautismo porque Dios nos está llamando (vea Juan 14:17). Y es el Espíritu el que nos lleva a arrepentirnos y a creer, o a aceptar a Jesucristo como Salvador personal.

Durante la ceremonia bautismal, uno de los ministros de Dios le hará al potencial miembro de la Familia de Dios la siguiente pregunta: “¿Se ha arrepentido de sus pecados y ha aceptado a Jesucristo como su Salvador personal?”. Después de que el individuo responde positivamente, él o ella es bautizado.

Después del bautismo, el ministro impondrá las manos sobre la persona y orará por ella. Es a través de esa oración que el bautizado recibe el don del Espíritu Santo, ¡o el poder de Dios! Eso es lo que finalmente nos hace cristianos: el Espíritu Santo. Observe Romanos 8:9: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Luego en el versículo 14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios”.

Pero ¿por qué Dios nos da el Espíritu Santo en este momento? Si todo lo que tenemos que hacer para recibir la salvación es “aceptar a Jesucristo”, ¿cuál es el propósito del Espíritu? Es por ese poder —el Espíritu Santo de Dios— ¡que realmente desarrollamos la fe que salva! Efesios 2:8 dice que somos salvos por gracia “por medio de la fe”. La gente quiere creer que somos salvos simplemente por nuestra fe en la sangre de Cristo. Como dijo el Sr. Armstrong, eso “no es más que una fe muerta, ¡y una fe muerta nunca salvará un alma!”.

Un poco más adelante en el folleto “¿Qué tipo de fe se requiere para la salvación?” el Sr. Armstrong dijo: “La ley tiene un castigo: la muerte. Reclama la vida del que la transgrede. La ley tiene poder para quitarle la vida al transgresor. Por lo tanto, es más poderosa que el pecador, y está sobre el pecador, reclamando su vida. Es el pecador quien está bajo la ley. Pero cuando el pecador se arrepiente de su transgresión, y acepta el sacrificio de Cristo como pago de la pena de la ley, entonces es perdonado, bajo la gracia, la ley ya no está sobre él, reclamando su vida. ¡Son los que pecan los que están bajo la ley! Y aquellos que se han apartado de la desobediencia, mediante el arrepentimiento, la obediencia y la fe, y estánguardando la ley, mediante la fe, ¡son los únicos que están bajo lagracia!”.

Nuestra sepultura en el bautismo

Mucha gente malinterpreta los escritos de Pablo diciendo que la ley fue abolida. Pablo sabía que todos los hombres eran pecadores (Romanos 3:23). Él sabía que no había nada que pudiéramos hacer para borrar la pena de muerte por nosotros mismos. Ninguna cantidad de obediencia a la ley podría borrar esa pena. Todos necesitamos un Salvador. Es por la gracia de Dios, después de arrepentirnos, que la pena por pecar contra la ley de Dios ya no pende sobre nosotros. Pero después de aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador, Pablo fue muy claro acerca de nuestra necesidad de vivir de acuerdo con la ley de Dios. Pero eso requiere un milagro, como veremos pronto.

En Romanos 6, después de explicar sobre la gracia y el sacrificio de Jesucristo en el capítulo 5, Pablo dice: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (versículos 1-2). ¿Es abolida la ley por la gracia? Pablo responde con un enfático ¡NO!

Luego pasa a explicar el inspirador simbolismo que gira en torno a la ceremonia bautismal. Un entendimiento claro de este simbolismo es vital para que comprendamos por qué necesitamos el Espíritu Santo y por qué Cristo debe estar viviendo en nosotros hoy.

“¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” (versículo 3). Pablo dice que fuimos bautizados en la muerte de Cristo. Como ya hemos leído, Pablo señaló en el capítulo anterior que somos justificados por la muerte de Cristo y somos salvados por Su vida (Romanos 5:9-10).

En el bautismo, se nos sumerge totalmente bajo el agua, lo que constituye una sepultura simbólica. El hombre viejo y carnal muere con Jesucristo. Pablo lo explica con más detalle: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4). ¡Ahora empezamos a ver la importancia del Espíritu Santo y por qué es la vida de Cristo y Su fe lo que nos salva! Así como Cristo fue resucitado, o levantado de entre los muertos, nosotros somos levantados de esa tumba de agua y procedemos a caminar en novedad de vida por el poder del Espíritu Santo de Dios. Nuestros pecados han sido perdonados.

Cuando nos bautizamos, aceptamos enterrar el viejo yo, o ese viejo yo ha muerto. Pablo continúa dejando esto muy claro en Romanos 6: “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (versículo 5). En otras palabras, en el bautismo morimos como murió Jesucristo. Y cuando salimos de esa tumba de agua, vivimos como Él —no por nuestro propio poder— ¡sino por el poder del Espíritu Santo de Dios!

¿Nuestro bautismo, o nuestra fe en Jesucristo, excusa de alguna manera el pecado? Pablo continúa: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (versículo 6).

Con el fin de “caminar en novedad de vida” para que “no sirvamos más al pecado”, Dios nos da el don de Su Espíritu Santo inmediatamente después del arrepentimiento y el bautismo. El Espíritu Santo es el poder mismo de Dios. Es la mente de Dios. Es el don gratuito que Dios nos promete después del arrepentimiento y el bautismo (Hechos 2:38). Caminar en “novedad de vida” significa que ahora vivimos una vida guiada por el Espíritu de Dios (Romanos 8:14). En realidad, el Espíritu Santo nos da la mente misma de Dios.

Debería estar claro por qué Dios nos da Su Espíritu Santo después del bautismo. ¡Porque es por ese poder que comenzamos a vencer y a tomar la naturaleza divina de Dios Mismo! ¡Y es por ese poder que el Jesucristo resucitado vive en nosotros hoy! ¡Es por ese poder que desarrollamos la fe activa y viva DE Jesucristo!

Cristo en nosotros

Examinemos más escritos del apóstol Pablo para comprender mejor. En Gálatas 2:16, Pablo escribe: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado”. La gente podría argumentar: “Mire, la ley ha sido abolida”. Pero observe que Pablo habla específicamente de dos tipos de fe: la fe en Cristo y la fe de Cristo. Es solamente por la fe de Cristo que podemos ser salvos. ¡Esa es la fe que salva! (Nota: muchas traducciones modernas traducen “la fe de Cristo” incorrectamente como “fe en Cristo”. La versión King James es la traducción correcta en estos casos).

Pero Pablo da más explicaciones, por si acaso los gálatas malinterpretaban sus afirmaciones como contrarias a la ley. “Y si buscando ser justificados en Cristo, también nosotros somos hallados pecadores, ¿es por eso Cristo ministro de pecado? En ninguna manera” (versículo 17). En otras palabras, después de aceptar la sangre de Jesucristo, si decimos que la ley es nula y que ya somos salvos, ¡estamos haciendo que Cristo sea un ministro del pecado! ¿Por qué? Porque después de recibir el Espíritu Santo, Cristo está viviendo en nosotros ¡y Cristo no va a vivir Su vida en contra de la ley de Dios! ¡Qué claros son estos versículos! Ahora debería estar claro por qué somos salvos por la vida de Cristo y no por Su muerte.

Pablo continúa: “Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor [o pecador] me hago” (versículo 18). ¿Qué fue destruido? Recuerde, el viejo hombre fue sepultado o crucificado con Cristo. Ese viejo hombre carnal, propenso al pecado, fue destruido. Si permitimos que ese viejo hombre sea edificado de nuevo, ¡somos hallados transgresores o pecadores!

Versículo 20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado [el viejo hombre muere], y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí [en ‘novedad de vida’]; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”.

Antes de recibir el Espíritu Santo, Dios nos lleva a arrepentirnos y aceptar a Jesucristo como nuestro Salvador personal.La aceptación de Jesucristo se manifiesta exteriormente mediante la ceremonia del bautismo. Es cierto que no seremos salvos sin estos dos pasos vitales. Pero tampoco seremos salvos sin la fe de Cristo que sólo podemos recibir después de que Dios nos da Su Espíritu Santo. Es a través de ese poder que realmente alcanzamos la fe de Cristo. Y es por esa fe que seguiremos adelante y recibiremos la salvación si perseveramos hasta el fin.

Cristo es nuestro ejemplo

1 Pedro 2:21 dice: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas”. ¡Algunos argumentan que no es posible imitar a Cristo! Pero este versículo significa exactamente lo que dice. ¡Cristo nos dejó un ejemplo que nosotros pudiéramos seguir!

¿Pero por qué? ¿Qué tiene que ver esto con que Jesucristo viva en nosotros?

En Hebreos 2:10, dice que Cristo es el autor de nuestra salvación. La palabra “autor” podría traducirse como “pionero”. Jesucristo fue el primero. Él fue el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29).

En Hebreos 4:15, Pablo dijo que Jesucristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”. Fue tentado a pecar, a quebrantar la ley de Dios. Pero no lo hizo. Él guardó los mandamientos de Dios perfectamente (Juan 15:10).

Sin embargo, Cristo no lo hizo por Sí Mismo. De hecho, Él dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30). ¡Así es! Jesucristo no tenía absolutamente ninguna fe en Sí Mismo! Pero como hemos visto, debemos tener fe en Cristo, fe en Su sangre derramada (Romanos 3:25). ¡Pero después de eso, la mera fe en Cristo no es suficiente!

¿Cómo lo hizo Cristo? Él fue el sacrificio perfecto, el Cordero sin mancha ni defecto (compare Éxodo 12:5 con 1 Pedro 1:19). Dios le dio a Cristo el mismo Espíritu que le da a los nuevos conversos después del bautismo, con la excepción de que Cristo recibió el Espíritu Santo de Dios desde Su nacimiento. Fue por ese Espíritu, el poder de Dios, que Cristo tuvo fe y obediencia perfectas.

Preguntémonos de nuevo, ¿qué tiene que ver el ejemplo perfecto de Cristo con que Él viva en nosotros? Si Cristo nos dejó un ejemplo perfecto, y si Él debe estar viviendo en nosotros hoy, ¡entonces debemos mirar Su ejemplo para ver cómo debemos vivir nosotros! Jesucristo tenía una fe perfecta en el poder de Dios. No tenía fe en Sí Mismo. Lo dijo claramente. Como cristianos, como verdaderos seguidores de Cristo, debemos llegar a confiar totalmente en nuestro Padre literalmente para todo. Ese es el ejemplo que Jesucristo nos dejó.

Hebreos 13:8 dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Si Cristo es el mismo hoy como lo fue hace 2.000 años, y está viviendo en nosotros por el poder del Espíritu Santo, ¿cómo podríamos razonar que esta vez no estaría guardando la ley de Dios? Si entendemos el ejemplo perfecto que Cristo nos dio y el hecho de que Él es el mismo hoy,entonces es fácil demostrar de qué manera estará viviendo Él en nosotros hoy: ¡De la misma manera que lo hizo hace 2.000 años!

Podemos cumplir la ley

No hay lugar para abolir la ley de Dios en el verdadero cristianismo. El apóstol Juan escribió: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” (1 Juan 2:3-4). Todo lo que hablemos de Cristo no prueba que realmente Lo conozcamos. ¡Pero guardar Sus mandamientos sí!

Jesús dijo: “El que me ama, mi palabra [o mandamientos, como están registrados en la Biblia] guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). No es posible amar a Jesucristo sin obedecer Sus mandamientos.

En Mateo 19, un hombre se acercó a Jesucristo con una pregunta sobre la salvación: “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (versículos 16-17). ¡Qué contradicción debe suponer este versículo para muchas enseñanzas de las religiones actuales!

¡Aquellos que dicen “todo lo que usted tiene que hacer es creer” no pueden explicar los muchos otros versículos que dicen que debemos guardar los mandamientos! Como hemos visto, sí tenemos que creer en Jesucristo y en Su sangre derramada. Pero creer requiere que no sólo creamos en Él, ¡sino que además Le creamos a Él! Eso significa creer lo que Él dijo y seguir Sus pasos. Si aceptar Su sangre fuera todo lo necesario, Dios no nos habría dado el don de Su Espíritu Santo, el poder por el cual vivimos por la fe DE Jesucristo.

Volvamos a Mateo 19. El joven que hablaba con Jesús Le preguntó a qué mandamientos se refería. Jesús respondió: “No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (versículos 18-19). ¿Hay alguna duda sobre a qué ley se refería Jesús? A los Diez Mandamientos, por supuesto.

El joven pensaba que cumplía la ley, pero Jesús no tardó en mostrarle en qué se estaba quedando corto al pedirle que renunciara a todo lo que tenía. El joven “se fue triste” (versículo 22). Fíjese en el versículo 25: “Sus discípulos, oyendo esto, se asombraron en gran manera, diciendo: ¿Quién, pues, podrá ser salvo?”. Y algunos podrían hacerse hoy la misma pregunta: “Si tenemos que guardar la ley, ¿cómo puede alguien salvarse?”. Fíjese en la respuesta de Cristo: “Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; más para Dios todo es posible” (versículo 26). ¡Jesucristo debe estar viviendo en nosotros para que podamos guardar la ley de Dios! Debemos tener la misma fe que tuvo Cristo. Dios nos da esa fe por el poder de Su Espíritu Santo.

La fe no elimina la ley. Pablo nunca enseñó eso. “¿Luego por la fe invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley” (Romanos 3:31). ¿Cómo establece la ley nuestra fe? ¡Al guardar la ley de Dios, nuestra fe se perfecciona! Así es como sabemos si Jesucristo realmente vive en nosotros.

Con todo esto en mente, ahora queda claro cómo podemos cumplir la ley de Dios. Si Cristo está viviendo en nosotros por el poder del Espíritu Santo, no parecerá tan difícil obedecer la ley de Dios. Si estamos estudiando nuestras Biblias diariamente para corregirnos, y luego vamos a Dios de rodillas pidiendo Su poder para que obre en nuestras vidas, encontraremos que podemos amar a Dios más que a nosotros mismos; que podemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos; que podemos abstenernos incluso de pensamientos de odio, codicia o mentira; que podemos y honraremos a nuestros padres. Sin Cristo viviendo en nosotros por el poder del Espíritu de Dios, guardar la ley de Dios es imposible. Pero “para Dios”, como dijo Jesús, “todo es posible”. ¡Se necesita fe en el poder de Dios para poder obedecer la ley de Dios!

El Sr. Armstrong escribió en ¿Qué tipo de fe se requiere para la salvación?: “Pero, aquí está la bendita verdad: con Dios, es posible, incluso guardar Sus Mandamientos. ¿Empieza a ver? ¡Se necesita fe! ¡Fe en el poder de Dios! Y, así como su propio esfuerzo diligente unido a la fe perfecciona la fe, ¡la fe unida a su esfuerzo perfecciona laobediencia! Las dos van de la mano. ¡Y no se puede tener la una sin la otra! Una fe viva, la única que salva, es una fe activa, una fe que confía en Dios para hacer posible obedecerle, para
vivir la verdadera vida cristiana, para guardar Sus benditos mandamientos”.

Creer EN Cristo no es suficiente

En el primer siglo, había miles de personas que creían en Jesucristo. De hecho, ¡Jesucristo era muy querido por muchos! Atraía a grandes multitudes prácticamente dondequiera que iba. Sin embargo, después de Su muerte, encontramos que sólo 120 discípulos permanecieron fieles a lo que Él enseñó (Hechos 1:15). Esta asombrosa estadística, 120 personas, ¡es prueba por sí sola de que creer en Jesucristo no es suficiente! Miles de personas en Su tiempo creyeron en Él. Incluso Nicodemo, hablando en nombre de muchos de los eruditos judíos, dijo: “Sabemos que has venido de Dios como maestro” (Juan 3:2).

Actualmente, ¡muchos millones creen en Jesucristo mientras que sólo una pequeña fracción realmente cree lo que Él enseñó! Observe lo que Jesús dijo en Marcos 7:7-9: “Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres. Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres. (…) Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición”.

Jesús revela que es posible adorarlo y a la vez estar haciéndolo en vano. ¡Y fíjese que hacerlo en vano gira en torno a rechazar los mandamientos de Dios!

Citamos al apóstol Santiago anteriormente. Él escribió: “Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17-18). En otras palabras, no basta con creer.

Santiago continúa: “Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Mas quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta?” (versículos 19-20). ¡Hasta los demonios creen! Pero esa creencia debe ir acompañada de obras que le den una fe viva y activa. Ahí es donde entra el Espíritu Santo, ¡el mismo poder por el cual Jesucristo está vivo hoy en todos los hijos de Dios verdaderamente engendrados! (Romanos 8:14).

El Sr. Armstrong escribió: “¡Somos salvos por la fe! ¡Pero la fe se forja con nuestras obras y por las obras nuestra fe se perfecciona! Esa es la fe viva”.

Crea a Cristo

La sola fe en Cristo no salvará ni un alma. ¿Cómo podríamos justificar creer en el Mensajero del Nuevo Pacto sin creer en el mensaje?

El hombre ha dicho que todo lo que tenemos que hacer es creer en Cristo porque Él murió por nosotros. Cristo inspiró a Pablo a escribir que somos salvos por Su vida, no sólo por Su muerte. El hombre ha dicho que la ley fue clavada en la cruz. Cristo dijo: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. El hombre ha dicho que todo lo que necesitamos es fe, que las obras no son necesarias. Cristo inspiró a Santiago a revelar que “la fe sin obras está muerta”. La fe que salva requiere que creamos lo que Cristo dijo, ¡no lo que dicen los hombres!

Concluyamos con una última cita del folleto del Sr. Armstrong, ¿Qué tipo de fe se requiere para la salvación? “¡El propósito de Dios en la salvación es rescatar a los hombres del pecado, y de su infelicidad, miseria y muerte resultantes! Arrepentirse del pecado es el primer paso. Luego, la sangre de Cristo, mediante la aceptación y la fe, limpia todos los pecados pasados. Y por la fe somos guardados del pecado en el futuro. Así, la justicia resultante es de fe: la justicia impartida por Dios”.

Trompeta de Filadelfia, mayo de 1994