Fue una época difícil para nosotros… por poco tiempo. Mi esposa y yo acabábamos de pasar los 10 meses más emocionantes de nuestras vidas. En marzo, habíamos entrado a la Iglesia de Dios —a la increíble verdad de Dios— habíamos hecho muchas amistades nuevas, fuimos bautizados en junio y en octubre nació nuestra primera hija, Rachel. Luego, en noviembre, supimos que mi primer trabajo profesional sería en el noroeste, lejos de las colinas y valles del oeste de Pensilvania. En aquel momento no nos dimos cuenta de los retos y dificultades que nos esperaban. Sin embargo, rápidamente supimos lo problemático que puede ser un gran cambio.
En diciembre, un vuelo de ida en avión se llevó todo lo que nos era familiar. Familia, amigos, nuestra forma habitual de hacer las cosas; todo quedó atrás. Mirando hacia atrás ahora, puedo ver que, habiendo tenido la fuerza de la juventud en nosotros para simplemente intentarlo, ese gran cambio no podría haber sido mejor para nosotros.
Asistir a nuestro primer servicio de Sábado en el noroeste fue agridulce. Los servicios fueron cómodamente familiares. Nos saludaron cálidamente en la puerta. Los himnos que habíamos aprendido a amar eran los mismos. El mensaje de Dios llegó fuerte y claro a través del sermoncillo y el sermón. Sin embargo, durante el compañerismo después de los servicios, pronto nos dimos cuenta de que éramos diferentes de las nuevas personas que estábamos conociendo. Además de ser bastante nuevos en la Iglesia de Dios, habíamos crecido como chicos de ciudad del noreste. En su mayoría, nuestra nueva familia en el noroeste había crecido como rancheros y granjeros. En muchos sentidos, podría decirse que se produjo un choque de culturas. Fue inevitable, las personalidades chocaron y se hirieron sentimientos. Lo bueno de nuestra situación en aquel momento era que no había boleto de regreso, no podíamos huir. Habíamos entrado en la sala de clases llamada Aprendiendo a amar y llevarse bien.
¿Se da usted cuenta de que cuando entró en la Iglesia de Dios entró en la misma sala de clases? La verdad es que esa clase sigue en sesión para todos nosotros. Dios quiere que aprendamos a ir a nuestros hermanos con amor desbordante, ante todo, ¡siempre y por siempre! Sin embargo, hay una realidad que debemos enfrentar en la Iglesia de Dios. Donde los seres humanos se reúnen, habrá comunicaciones malentendidas, o malas interpretaciones de una situación. Se herirán sentimientos por algo que se diga o por las acciones de alguien. La gente se ofenderá, y ofenderá a otros.
Sin embargo, por insignificantes que parezcan, todas las ofensas son un asunto serio para Dios. De hecho, Dios nos ordena resolver todos los problemas que puedan surgir entre nosotros y otras personas (Lucas 17:3-4).
Cuando nos ofenden o cuando ofendemos a otra persona, ¿sabemos cómo manejar las ofensas? A medida que nos acercamos a la Pascua, es importante revisar este tema. Todos podemos aprender a manejar mejor las ofensas.
Esfuércese por no ofender
Pablo amonestó a los corintios: “No seáis tropiezo [no ofendáis, vkj] ni a judíos, ni a gentiles, ni a la Iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32). Como pueblo de Dios, debemos esforzarnos siempre por evitar ser ofensivos. Observe que Pablo enseña que no sólo debemos preocuparnos de no ofender a los miembros de la Iglesia de Dios, también debemos tener cuidado de no ofender a la gente del mundo. Lo que Dios más desea es que aprendamos a extender Su tipo de amor a todas las personas con las que entramos en contacto.
Por supuesto, el mensaje de Dios puede ser y será ofensivo para muchas personas debido a sus vidas pecaminosas. El mensaje de Jesucristo ofendió a los líderes religiosos de Su tiempo (Mateo 15:12-14). Sin embargo, esta es una razón más para que nos esforcemos por no ofender a la gente a nivel personal. Debemos recordar dar un excelente ejemplo en público (Mateo 5:16; 1 Pedro 2:12). Dos frutos del Espíritu —mansedumbre y bondad— deben ser especialmente evidentes cuando nos encontremos con gente del mundo (Gálatas 5:22). No olvidemos que Dios ha cegado a la mayoría de este mundo a Su verdad con un gran propósito. La mayoría nunca entenderá nuestro mensaje hoy, pero lo hará en el futuro (Mateo 24:14). No seamos culpables de menospreciar a la gente del mundo porque no entiende el mensaje de Dios. Podemos estar seguros de que cualquier amabilidad y atención que demos a la gente será recordada cuando sus mentes se abran finalmente al gran propósito de Dios para el hombre.
Santiago nos advierte sobre nuestras acciones y nuestras lenguas. Nos dice con sinceridad: “Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo” (Santiago 3:2). Generalmente, es lo que decimos o cómo lo decimos lo que causa la mayoría de las ofensas. Conseguir y mantener el control de nuestras lenguas es una cuestión de carácter, educación y autodisciplina.
No olvidemos que ya hemos sido hechos reyes y sacerdotes (Apocalipsis 5:10). Los reyes y los sacerdotes siempre tienen cuidado de usar la lengua adecuadamente en situaciones sociales.
Debemos esforzarnos por edificar a todas las personas con las que nos relacionamos. Un sabio dicho que me enseñaron de pequeño sigue siendo válido hoy en día: “Si no puedes decir algo agradable, es mejor no decir nada”.
Nunca olvide quiénes somos: los hijos de Dios, los reyes y sacerdotes del Mundo de Mañana que pronto serán revelados. Debemos esforzarnos por tratar a cada miembro con el respeto debido a un rey o a un sacerdote. Considerando los tiempos espiritualmente serios y potencialmente desalentadores en los que vivimos, cuando nos reunimos con los hermanos, debemos aprovechar cada oportunidad para fortalecernos y animarnos mutuamente.
Deje su ofrenda
Jesucristo nos advierte que seamos especialmente cautelosos para no ofender a los miembros más nuevos (Mateo 18:6). Debemos tratar a todos los miembros nuevos con tanto cuidado como si tuviéramos en brazos a un recién nacido.
Observe su comportamiento en todos los entornos sociales, tanto en la Iglesia como fuera de ella. Sea consciente de cómo repercuten sus acciones en los demás. “Absteneos de toda especie de mal”, nos dice Pablo (1 Tesalonicenses 5:22). En esencia, debemos esforzarnos por no dar una mala imagen de nosotros mismos. En este mundo, debido a que está infestado de un espíritu de rebelión, la gente quiere aparentar que peca. Nunca debemos sucumbir a tal espíritu. Jesucristo desea que nuestras acciones y conversaciones muestren Su misma luz y bondad (Mateo 5:16). El efecto de que permitamos que la luz y la bondad de Cristo brillen será que otros darán alabanza y honor a nuestro Padre.
Cuando se produce una ofensa —cuando usted se ofende u ofende a alguien— tómelo lo suficientemente en serio como para resolver el asunto rápidamente. No espere. Las ofensas no resueltas impiden el crecimiento espiritual de las partes implicadas. Las ofensas aparentemente insignificantes, a menos que se traten adecuadamente, pueden causar heridas profundas que dividen permanentemente a las personas. Las relaciones amorosas pueden naufragar como un barco sobre las rocas. Dios da una alta prioridad a la resolución de las relaciones interpersonales, ¡así que nosotros también debemos hacerlo!
Fíjese en lo que enseñó Cristo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5:23-24). Que conservemos una buena relación con Dios depende de nuestra obediencia a este mandamiento. Estudie detenidamente estos versículos. Dios quiere que nuestras actitudes sean correctas entre nosotros para que Él pueda aceptar amorosamente nuestras ofrendas, monetarias y de otro tipo. Dios aprecia profundamente nuestras ofrendas; sin embargo, quiere que seamos una familia profundamente unida con Él y unos con otros en amor. Si nuestra relación y actitud no es correcta con nuestro hermano, no podemos tener una relación correcta con nuestro Padre. Ninguna suma de dinero puede compensar las malas relaciones humanas.
En Mateo 5, Dios pone la carga de la resolución sobre los hombros del ofensor: la persona que ha causado la ofensa. Dios quiere que cada uno de nosotros reconozca plenamente su impacto en los demás. Como afirma Santiago, todos vamos a cometer errores en nuestras relaciones. Lo que más quiere saber Dios es, ¿qué tan rápidos somos para reconocer nuestro error y disculparnos por nuestras palabras o acciones? No debemos esperar hasta presentar nuestra ofrenda en el altar. Dios realmente no quiere nuestra ofrenda hasta que haya paz entre nosotros y nuestros hermanos.
Siga exactamente Mateo 18:15-17
Dios nos da la manera apropiada de manejar las ofensas en Mateo 18:15-17. Estos versículos se aplican específicamente a los miembros de la Iglesia de Dios. Debemos manejar las ofensas de la manera que nuestro Padre indica. Cuando lo hacemos, las cosas siempre salen bien. El uso correcto de Mateo 18 no sólo asegura que la unidad familiar se mantenga sino que se fortalezca. Asegúrese de estudiar cuidadosamente y orar por un entendimiento profundo de estos versículos. Después de eso, ¡no ignore una ofensa sino que vaya a su hermano!
Observe que el enfoque de Cristo en Mateo 18 es algo diferente al de Mateo 5. “Si tu hermano peca contra ti, ve y dile su falta, entre tú y él solamente” (Mateo 18:15; versión English Standard, traducción nuestra). Se trata de una ofensa personal: un hermano ha pecado contra usted. ¡Este tipo de conflicto debe ser resuelto entre usted y su hermano a solas!Preste mucha atención. No se trata de un miembro viniendo a usted con alguna herejía doctrinal, lo cual es traición contra Dios y Cristo. Esa clase de ofensa debe ser reportada al ministerio inmediatamente. Sólo un ministro puede manejar apropiadamente la herejía en la Iglesia de Dios.
Es notable aquí que Cristo está hablando al ofendido, no al ofensor. Sí, Cristo dice, no esperes a que el ofensor te busque; busca tú al que te ofendió. Sí, Cristo dice que cuando somos ofendidos por alguien, el deber de resolver el asunto recae sobre nuestros hombros. Sí, Cristo dice que si nos sentimos ofendidos, debemos dar el primer paso para resolver el asunto.
Esta es una enseñanza impactante para los de mente carnal. Es natural que a menudo esperemos a que el que nos ofende nos busque. ¿Podemos ver la perspectiva amplia que Dios quiere que tengamos aquí? Ponga junto lo que aprendemos de Mateo 5 y 18. ¿Qué cree que sucederá cuando ambas personas involucradas en una ofensa estén dispuestas a dar los pasos necesarios para aclarar un asunto? La ofensa puede ser tratada y puesta en el pasado mucho más rápidamente.
Sobre todo, es imperativo que vayamos a nuestro hermano a solas para discutir la ofensa. Cuando ocurre una ofensa, el único con quien debe discutir el asunto inicialmente, además de su hermano, es con Dios. Esto no sólo mantiene la ofensa en privado, sino que ayuda a asegurar que vaya a su hermano con la actitud correcta. Si hablamos con otros antes de hablar con nuestro hermano, a menudo significa que estamos buscando apoyo para nuestra posición en un problema. La mayoría de los problemas entre personas suelen tener dos caras. Es probable que una persona tenga más culpa, sin embargo, como dice el refrán: “¡Se necesitan dos para bailar el tango!”. Como nos enseñó Herbert W. Armstrong, admitir el error es una de las cosas más difíciles de hacer para cualquier ser humano. Será aún más difícil si su hermano descubre que el asunto ya ha sido discutido entre otras personas no directamente implicadas.
Dese cuenta de que su primer deber es proteger la reputación de su hermano. Sea consciente de que discutir una ofensa con otros no es más que chismorreo y murmuración. Esto es una gran amenaza para nuestra unidad (Proverbios 25:23; 2 Corintios 12:20). Si usted chismorrea sobre su hermano, se convierte en un ofensor. Además, el objetivo número uno de Satanás es provocar contiendas entre los miembros (Efesios 6:12). Si hacemos que una ofensa personal se convierta en un asunto de grupo, es seguro que habrá contiendas. Asegurémonos de no ser culpables de ayudar a Satanás a lograr sus objetivos.
El mejor enfoque
Acérquese a Dios en oración con respecto a todo el incidente y esfuércese por obtener Su perspectiva antes de acercarse a su hermano. Por supuesto, debe pasar algún tiempo evaluándose a sí mismo. ¡Asegúrese de que no está siendo quisquilloso! Dios espera que seamos tolerantes y sufridos unos con otros (1 Corintios 13:7; Gálatas 5:22). Pregúntese: ¿Estoy exagerando? ¿Soy demasiado sensible? ¿He entendido o percibido mal la situación? Si no lo hacemos, podemos cometer graves errores y empeorar las cosas. De hecho, hay ocasiones en que lo mejor es sufrir un agravio, perdonarlo y no decir nada (1 Corintios 6:7).
Asegúrese de abordar su discusión de la ofensa de una manera humilde, no acusatoria. Usted conoce su propia mente carnal, que busca autojustificarse. Así que si usted señala con el dedo a su hermano con dureza, lo más probable es que él le señale a usted de vuelta. Asegúrese de que su hermano sepa que usted ve sus propias imperfecciones y defectos. Una buena frase inicial siempre es: “Sé que puedo estar equivocado en esto, pero podríamos hablarlo…”. Luego explique su punto de vista. Sea objetivo e imparcial. Como dice Proverbios 15:1, “La blanda respuesta quita la ira; más la palabra áspera hace subir el furor”. Es más probable que consiga transmitir su punto de vista con gentileza y amabilidad. Estudie Proverbios 25:15. A menudo una palabra amable puede ser más poderosa que una palabra airada.
Dele a su hermano la oportunidad de contar su parte (Proverbios 18:13). Prepárese para admitir errores. No se sorprenda: es posible que usted haya entendido o percibido mal todo el asunto. Ambas partes deben elegir cuidadosamente sus palabras (Proverbios 25:11-12). Sea amable, considerado y respetuoso. Recuerde que el propósito de discutir cualquier ofensa con él es ayudarle. Si su hermano escucha, como dice Cristo, “has ganado a tu hermano”.
¿Y si su hermano no escucha? Entonces debe seguir los pasos restantes descritos en Mateo 18:16-17. Una vez que inicie el proceso, prepárese para llevarlo hasta el final.
Involucrar a otros
Cuando un hermano ofendido se acerca a nosotros con un asunto, debemos ser lo suficientemente maduros y sensibles para escuchar con atención. Por lo general, se necesita mucho valor para que alguien venga a nosotros y nos diga que se sintió ofendido por algo que dijimos o hicimos. Todos debemos estar abiertos al hecho de que podemos haber hecho mal a nuestro hermano. Lo peor que podemos hacer es ponernos muy a la defensiva.
Debemos estar seguros de no intimidar nunca a nuestro hermano si nos señala una falta. Pablo nos exhorta: “Ámense los unos a los otros con amor fraternal. Tomen la delantera al mostrar honra unos a otros” (Romanos 12:10; versión English Standard, traducción nuestra). Amarnos con afecto fraternal significa que debemos apresurarnos a decir que lo sentimos, incluso si nuestro hermano no tiene toda la razón. La disculpa abre la puerta a la cercanía. ¿Puede ver que podemos aprender una valiosa lección de la experiencia? ¿Quién de nosotros no necesita mejorar en el área de anudar con fuerza nuestras relaciones? Cuando un hermano acude a nosotros, no debemos desentendernos del asunto; hacerlo podría reflejar un espíritu de odio hacia él.
Si su hermano no escucha, y usted no puede perdonar u olvidar la falta, y la desavenencia en su relación continúa, entonces debe avanzar al paso dos del proceso: abra la discusión de la ofensa a una o dos personas más (Mateo 18:16). Como la difícil situación se ha vuelto más sombría, este proceso también debe iniciarse con oración e incluso ayuno. Asegúrese de elegir testigos maduros y espiritualmente sanos que puedan ofrecer un punto de vista objetivo tanto para usted como para su hermano. Sigue siendo vital que este asunto se mantenga en confianza entre ustedes tres o cuatro.
La mayoría de los asuntos entre hermanos se resuelven en esta fase. Sin embargo, si el conflicto no se resuelve, entonces el asunto debe ser llevado al ministerio para consejo y juicio (versículo 17). En este punto, el ministro de Dios trabajará para restaurar la unidad dentro de la congregación local, ya que una desavenencia entre dos a menudo se hace mucho más amplia y mucho más perjudicial. Debemos dar toda nuestra cooperación a nuestro ministro para resolver el conflicto.
Unidad con Dios
En la Pascua aprendemos que la unidad es lo más importante (1 Corintios 10:16). Dios y Cristo sacrificaron todo para llevarnos a la unidad con ellos. Debemos trabajar para tener esa misma unidad entre nosotros. Si no tenemos unidad como hermanos, no podemos tener verdadera unidad con Dios y Cristo.
¿Cuál es el fundamento de esa unidad? Realmente es muy sencillo. Cuando mi esposa y yo nos enfrentábamos a nuestros retos de llevarnos bien con otras personas que no eran exactamente como nosotros, una mujer mayor de la congregación nos dio un consejo importante. Nos vio luchar con una pareja en particular. Para ayudarnos, nos citó este versículo: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” (Salmos 119:165). ¡Qué sabiduría! Nos resultaba muy fácil enfocarnos en las faltas de los demás y no ver las nuestras. Para dominar las ofensas, debemos esforzarnos por guardar la ley de Dios. Cuando comprometemos nuestras vidas a tal obediencia, aprendemos el autoexamen, la confesión a Dios y el arrepentimiento. Cuando ponemos el enfoque en superar nuestro propio pecado, tenemos mucho menos tiempo para enfocarnos en las faltas de los demás.
Esta es una lección tan vital para todos nosotros. Es hora de involucrarnos activamente en el proceso de crecimiento de amar la ley de Dios. Cuando lo hacemos, puede resultarnos un poco impactante notar cómo las ofensas de los demás simplemente se desvanecen. Sin embargo, si llega una ofensa, no lo dude: ¡Vaya a su hermano!