Los Días de Panes sin Levadura conmemoran el éxodo de los israelitas de Egipto, un tipo del pecado. No pudieron salir de Egipto hasta que hubo un sacrificio de sangre, un tipo del sacrificio de Cristo. El día después de la Pascua, salieron de Egipto con mano poderosa (Éxodo 14:8). Estaban jubilosos porque habían sido liberados del cautiverio: del pecado.Cuando parecía que los israelitas estaban atrapados entre montañas, una masa de agua y un ejército, Dios volvió a hacer un milagro: los liberó a través del mar Rojo y ahogó a sus perseguidores en el fondo del mar.
Pero incluso después de esos milagros, los israelitas perdieron su enfoque. No continuaron siguiendo a Dios para dejar el pecado, así que Dios los dejó vagar por el desierto durante 40 años, hasta que la generación mayor había muerto. Fue Josué quien llevó a la generación más joven a la Tierra Prometida.
Moisés, en uno de sus últimos sermones, advirtió a los israelitas: “Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que [el Eterno] prometió con juramento a vuestros padres” (Deuteronomio 8:1).
Dios nos da estos mandamientos porque nos fortalecen. Cumplir los mandamientos de Dios nos da fuerza, energía, vida y bendiciones.
En nuestro tiempo, muchos del pueblo de Dios, como los antiguos israelitas, se volvieron al desafuero y al pecado. La transgresión abrió la puerta para que Satanás tomara el control y destruyera a casi toda la Iglesia (Daniel 8:12). Los que permanecen fieles deben ser defensores de la ley y el gobierno de Dios. Eso es lo que hace fuerte a la Imperial Academy, al Armstrong College y a esta Iglesia remanente. Cuando caemos en la transgresión y el pecado, nos debilitamos individualmente, y se debilita la Iglesia de Dios.
“Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído [el Eterno] tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Deuteronomio 8:2). Dios permitió que los israelitas anduvieran errantes porque no eran humildes. No obedecían a Dios fielmente. Por supuesto, les faltaba una dimensión espiritual —el poder del Espíritu Santo de Dios morando en ellos— ¡pero a nosotros no! Incluso para ustedes jóvenes en la Iglesia de Dios, ese poder puede guiarlos.
Moisés continúa: “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná…” (versículo 3). La lección del maná era enseñarles a vivir de toda palabra de Dios. Las únicas veces que los israelitas mostraron algún tipo de humildad y obediencia fueron cuando realmente estaban sufriendo. Hoy en día, ya hay mucho sufrimiento en nuestras tierras, y se avecina más por nuestra propia mano.
Pronto tendremos que salir de esta pesadilla y ser llevados a un lugar de protección. “Guardarás, pues, los mandamientos de [el Eterno] tu Dios, andando en sus caminos, y temiéndole. Porque [el Eterno] tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes” (versículos 6-7). Jerusalén será un escenario para la Obra de Dios, por lo que ya está expandiendo allí sus operaciones. Dios nos está preparando para el final de esta era y el comienzo de un mundo nuevo.
Pero fíjate en el versículo 11: “Cuídate de no olvidarte de [el Eterno] tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy”. Cuando nos volvemos a la anarquía y al pecado, nos olvidamos por completo de Dios. Los laodicenos profesan justicia mientras que activamente suprimen la ley. Ellos pueden engañarse a sí mismos pensando que son justos cuando, de hecho, ¡la anarquía y la transgresión destruyeron a toda la iglesia!
Debemos juzgar por los frutos. Mira el rastro de destrucción que esos ministros corruptos y sus seguidores dejaron dentro de la Iglesia. La causa principal siempre es el pecado: olvidar a Dios y Sus leyes; esas leyes que nos hacen fuertes y felices, que traen a nuestro pensamiento y a nuestro carácter la pureza de Dios.
“No suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de [el Eterno] tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (versículos 12-14).
Nunca olvides tu milagrosa liberación. Hemos sido bendecidos como ningún otro pueblo en la Tierra. No olvides las muchas bendiciones maravillosas, la prosperidad y los dones milagrosos que Dios nos da. Pero tampoco olvides las lecciones que hemos aprendido, la corrección que hemos recibido, los cambios que hemos hecho. Debemos aprender del ejemplo de los israelitas (1 Corintios 10:6, 11), incluidos sus errores, para no volver a Egipto. Los israelitas —físicos y espirituales— somos olvidadizos. Olvidamos las profundas lecciones que aprendimos hace unos años y volvemos a las viejas costumbres. Es fácil olvidar las bendiciones, la corrección, la enseñanza, la guía que Dios nos da; las reglas que Dios usa para fortalecernos.
Un pecado frecuente
Uno de los pecados más frecuentes de los jóvenes en la Iglesia de Dios es tratar de iniciar una relación inapropiada con un miembro del sexo opuesto. La intención de Dios es que tengas un matrimonio, familia, y toda la felicidad que viene con esas cosas, pero puedes impedir esa felicidad tratando de tomarla antes de que llegues a esa etapa de la vida.
Mi padre ha dicho: “El mayor obstáculo para tu éxito en la escuela es un romance inoportuno”. Léelo otra vez: ¡“Tu mayor obstáculo”!
Si te precipitas, tú te estás interponiendo en el camino del gran éxito, la felicidad y la fuerza, porque nuestra fuerza proviene de guardar los mandamientos. Tienes que involucrar a Dios en todo.
Mi padre ha hablado antes de un evangelista de la Iglesia de Dios Universal que, años más tarde, habló abiertamente de cómo él y su esposa tenían un “acuerdo hecho” (ya estaban comprometidos a casarse el uno con el otro) en su primer año de universidad. Esto debería haberlo avergonzado. Por varios años, fue un orador poderoso y persuasivo dentro de la Iglesia, pero cuando se propagaron los cambios laodicenos, toda su familia apoyó plenamente esos cambios. Lo que empezó como un matrimonio y un trabajo en equipo que parecían sanos y productivos no produjo buenos frutos. Mi padre se preguntaba si no fue al principio cuando se pusieron unos cimientos defectuosos lo que dio lugar a problemas años más tarde.
Hay que buscar las causas profundas, ir atrás, y aún más atrás. Piensa en cómo empezó todo: ¿Qué errores cometí? ¿Aprendí de ellos como debía? No vuelvas a esas viejas costumbres pecaminosas. Debes desarraigarlas y mantenerlas fuera. El arrepentimiento no es por seis meses o un año. El arrepentimiento es para toda la vida.
Una cosa es tener un enamoramiento y trabajar duro para dominarlo con la ayuda de tus padres o del ministerio si es necesario, y otra es dejar que se descontrole o alentarlo, en ti mismo o en otros. Ese tipo de pensamiento lleva la mundanalidad directamente a nuestras escuelas. Hemos tenido que enfrentarnos a eso una y otra vez. Recuerda las lecciones que has aprendido, y la paz y la felicidad que resultaron de enfrentarte a esos problemas, de sacar de raíz esa mundanalidad. Tenemos el deber de defender las leyes de Dios y aplicarlas.
No te pongas en una situación en la que te prives de oportunidades por no poder controlar un enamoramiento o por no poder soportar las normas de las citas, ya sea en la escuela o en la universidad.
Piensa en el ejemplo que das en la Iglesia de Dios y en Sus escuelas. ¿Te concentras en tus estudios? ¿Trabajas para suprimir esos arrebatos de emoción, o alimentas esos “romances inoportunos”?
El Salmo 78 dice: “Escucha, pueblo mío, mi ley; inclinad vuestro oído a las palabras de mi boca. Abriré mi boca en proverbios; hablaré cosas escondidas desde tiempos antiguos, las cuales hemos oído y entendido; que nuestros padres nos las contaron. No las encubriremos a sus hijos, contando a la generación venidera las alabanzas de [el Eterno], y su potencia, y las maravillas que hizo. Él estableció testimonio en Jacob, y puso ley en Israel, la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos” (versículos 1-5).
Esta es una operación familiar. ¡Tus padres y el ministerio quieren darte a conocer estas leyes porque sabemos que te hacen fuerte! Así es como puedes experimentar oportunidades maravillosas. Así es como sientas las bases para un matrimonio y una familia maravillosos para muchos años en el futuro. Pero en este momento, sería horriblemente fuera de tiempo perseguir cualquier tipo de romance. Sería un obstáculo para tu éxito.
“Para que lo sepa la generación venidera, y los hijos que nacerán; y los que se levantarán lo cuenten a sus hijos, a fin de que pongan en Dios su confianza, y no se olviden de las obras de Dios;que guarden sus mandamientos” (versículos 6-7). No olvides esos mandamientos y directrices. Todos necesitamos orientación, así que asegúrate de repasar esas directrices de vez en cuando. Conoce las normas y acéptalas, aunque humanamente no te gusten al principio. Pruébalas y comprueba si funcionan, si te hacen feliz. Prueba a Dios. Pero no olvides las tremendas obras y milagros que Dios ha realizado. No olvides esas leyes y mandamientos que nos hacen fuertes, santos y puros.
Cada año debe ser mejor que el anterior. La corrección que desarraiga la mundanalidad siempre es buena para ti, si se administra con amor. La corrección es Dios extendiendo Su mano para salvarte de engañarte a ti mismo creyendo que las leyes de Dios son opresivas.
Necesitamos reglas y directrices o todo se desmorona. ¡No dejes que Satanás te haga lo que le ha hecho al mundo entero! La gente ha tomado la gracia y la ha convertido en una licencia para desobedecer las reglas. Los laodicenos que han adoptado ese espíritu de anarquía son miserables. Actúan como niños, rebelándose en contra del gobierno de Dios. Recuerda que son las leyes de Dios las que nos hacen felices y contentos, las que nos permiten experimentar tremendas oportunidades y las que construyen en nosotros una verdadera fortaleza de carácter. Esa es la base que quieres establecer para un matrimonio y una familia que realmente puedan servir a la Familia de Dios.
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15). Si amas lo mundano, el amor de Dios no puede habitar en ti. En los días previos a las fiestas de primavera, pídele a Dios que te revele tus faltas ocultas. Pídele que te muestre tus pecados secretos. Sé lo suficientemente valiente, lo suficientemente maduro, para mirarte en el espejo espiritual y cambiar.