¿Cómo puede Dios perdonarte?
Comprende el precio y el proceso del perdón.

Todos nos equivocamos. Como seres humanos, todos cometemos errores: en la escuela, en el trabajo, cuando aprendemos una habilidad.

Cuando tropezamos en áreas espirituales, eso se llama “pecado”: la “transgresión” de la ley espiritual de Dios (1 Juan 3:4). Todos hemos pecado (Romanos 3:23; 5:12).

Tan claramente como la Biblia define el pecado, también dice que podemos ser perdonados de nuestros pecados. La Biblia utiliza una variedad de imágenes verbales para ilustrar esto: los pecados pueden ser cubiertos, lavados, removidos de un horizonte a otro, y cambiados de color rojo a blanco.

¿Cómo es esto posible? La respuesta es asombrosamente hermosa. Es simple y entendible, incluso para un joven. Muestra lo perfecto, inquebrantable y legalmente firme que es Dios con respecto a Su ley, pero también muestra lo amoroso, cuidadoso y comprometido que está con incluirnos en Su Familia.

Si vemos el perdón simplemente como que nos disculpamos y Dios dice: “Está bien”, entonces vemos incorrectamente a Dios como un Ser que “aprueba” nuestro pecado y por lo tanto transige con Su ley. Pero ¿sabías que cuando Dios nos perdona, tiene una razón legal para hacerlo? Esto no diluye ni destruye la ley de Dios de ninguna manera; sino que la sostiene.

Todo esto queda profundamente plasmado en el primer día santo de la temporada del año: la temporada de la Pascua. Es un tiempo en el que reflexionamos sobre el sacrificio de Jesucristo, en lo que comúnmente se conoce como el precio que Él pagó. Cuanto más entendemos por qué Jesucristo tuvo que morir, más nos enseña cómo Dios puede perdonarnos: cuál es realmente el costo, o el precio, de nuestro perdón.

La pena…

Cuando se infringe una ley, se incurre en una sanción.

Si las leyes del tráfico creadas por el hombre se cumplieran a la perfección, cada vez que no me detuviera ante una señal de pare, me enviarían una factura en la que tendría que pagar una sanción económica por esa infracción.

La ley de Dios es perfecta y se cumple a la perfección. Cuando quebrantamos esta ley espiritual (Romanos 7:14), recibimos un castigo. La pena es que debemos morir por nuestro pecado; morir en el sentido de una muerte de la que no resucitamos o, en otras palabras, muerte eterna. Romanos 6:23 nos lo explica. Si fuera como una multa de tráfico, veríamos que el precio de la citación es nuestra muerte.

El texto exacto de Romanos 6:23 es: “La paga del pecado es muerte”. Aquí, el apóstol Pablo no dice la “pena”, sino la “paga”. Cuando uno realiza ciertas tareas para un empleador, gana un salario. Bueno, cuando pecamos, ganamos este tipo de “paga”. Si pudiéramos mirar ese salario, veríamos que se requiere que muramos por nuestros pecados.

Intenso, ¿verdad?

Volvamos a la analogía de la multa de tráfico. Si se aplicaran perfectamente, ningún juez renunciaría a la multa de mi infracción por ningún motivo. Eso restaría importancia a las leyes de tráfico. Pero ¿y si alguien se ofreciera a pagar la multa por mí? Entonces no tendría que pagarla yo y la ley seguiría vigente.

¡En eso consiste esencialmente el sacrificio de Cristo! Él murió. La Biblia deja claro que Su muerte paga la pena de nuestros pecados. O, para usar la metáfora de Romanos 6:23, Cristo acepta esa “paga” para que nosotros no seamos compensados muriendo para siempre.

Cuando Romanos 5:8 dice “Cristo murió por nosotros”, eso es lo que significa. Él murió para que nosotros no tengamos que experimentar la muerte eterna.

… ¡Legalmente absuelta!

Jesucristo era el Ser Divino conocido como el Verbo, y existió eternamente con el Ser ahora conocido como Dios el Padre. Colosenses 1:22 dice que Cristo vino en un cuerpo de carne. El mismo versículo dice que Él, “por medio de la muerte”,
puede presentarnos “santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”.

Dios también había designado que “la vida de la carne en la sangre está”, y “la misma sangre hará expiación de la persona” (Levítico 17:11). Como no podía ser de otro modo, Jesús murió derramando Su sangre.

Lee Hebreos 9:13-14: “Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”.

Los sacrificios instituidos en el antiguo Israel enseñaron a una nación carnal que quebrantar la ley tiene un precio. Incluso el sumo sacerdote tenía que derramar la sangre de un animal para expiar sus pecados.

Aquellos hombres y mujeres convertidos en tiempos del Antiguo Testamento sabían que a Dios no le preocupaban realmente los sacrificios de animales. El versículo 12 dice: “Y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

Esperaban con impaciencia aquel sacrificio definitivo, tal como David e Isaías profetizaron en numerosos pasajes. Este sacrificio era Dios en la carne derramando Su propia sangre: “Para que interviniendo muerte para la remisión de las transgresiones que había bajo el primer pacto, los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (versículo 15). La muerte de Cristo paga la pena de nuestros pecados espirituales y hace posible la “herencia eterna”. El versículo 22 lo refuerza: “Sin derramamiento de sangre no se hace remisión”.

En Mateo 26:28, Cristo dijo: “Mi sangre (…) por muchos es derramada para remisión de los pecados”.

Nuestros pecados pueden ser perdonados porque alguien murió en nuestro lugar. El Ser que murió en nuestro lugar era el Creador de toda vida. Si Él hubiera pecado, Su muerte habría pagado por Su pecado. Pero puesto que Él no pecó (1 Pedro 2:22), y ya que, como Creador, Su vida valía más que la suma total de toda vida humana, Su muerte cubriría legalmente la pena del pecado para toda la humanidad, específicamente para cualquiera que reclamara esa sangre derramada y el proceso involucrado.

Por eso, como dice 1 Juan 1:7: “La sangre de Jesucristo (…) nos limpia de todo pecado”. Estar bajo esa sangre derramada significa que no tenemos que recibir lo que Romanos 6:23 dice que nuestros pecados han merecido: la muerte eterna. Y, como Romanos 6:23 sigue mostrando, en su lugar podemos recibir la vida eterna.

Cuando pecamos, pedimos perdón a Dios, nos sometemos a la sangre derramada de Cristo, y continuamos en arrepentimiento (un cambio de mente y acción de acuerdo con Dios) que resulta en la resurrección a la vida espiritual.

En el plano físico

El proceso del perdón cuando se trata de pecado espiritual puede parecer todavía un poco confuso. Ninguno de los que están leyendo esto ha muerto para siempre como resultado de pecar espiritualmente. Todavía están vivos. Entonces, ¿cómo aprendemos sobre cómo es el proceso de pecar y luego ser legalmente absuelto de pagar la pena por nuestros pecados?

Como somos seres físicos, Dios nos da una contraparte física directa para enseñarnos este profundo proceso.

Además de Su ley espiritual, sabemos que Dios puso en marcha leyes físicas, desde la gravedad hasta las que rigen nuestros cuerpos físicos y nuestra salud. Estas leyes nos enseñan lo inquebrantable que es la ley espiritual de Dios.

Cuando se infringe una ley física en nuestro cuerpo, experimentamos una penalidad física. Un ejemplo sencillo: si gritamos durante un tiempo prolongado, nuestras cuerdas vocales se inflaman y dificultan la fonación (lo que llamamos quedar “ronco”). Otros ejemplos comunes: si nos privamos de sueño, esto dañará nuestro cuerpo de varias maneras. Si se ejercen demasiados kilos de presión sobre un hueso en particular, éste se romperá literalmente.

Estos efectos son penalizaciones por infringir las leyes físicas.

Sin embargo, la Biblia es clara al decir que, de manera similar a como se perdona el pecado espiritual (la transgresión de la ley espiritual de Dios), ¡los castigos físicos que experimentamos pueden ser eliminados o cancelados! ¿Cómo? ¿Simplemente porque Dios los hace desaparecer mágicamente? ¡No! Las leyes fueron quebrantadas, y Dios no transige con Su ley. Las penalidades físicas sólo pueden ser removidas, canceladas y remitidas si alguien ya pagó la penalidad por nosotros, al igual que sucede con la penalidad espiritual.

Herbert W. Armstrong lo explicó maravillosamente en su folleto La pura verdad acerca de la sanidad divina. En esta cita, verás cómo funciona el perdón tanto a nivel espiritual como físico: “Una vez que se viola una ley, se incurre una pena. Y una vez que se incurre ésta, debe ser pagada. Dios jamás suspende la sentencia. (…) La pena por la transgresión es (…) la muerte eterna, la ausencia de la vida eterna. (…) ¡La pena de muerte debe ser pagada! ¡Dios no está dispuesto a transigir ni un milímetro a este respecto!”.

“Entonces, ¿cómo podemos librarnos de esa pena? ¿Cómo podemos eludir su pago? Por el hecho de que Cristo la pagó en lugar nuestro. Cristo jamás cometió un pecado. Él jamás fue merecedor del castigo. Pero, siendo el mero Creador de la humanidad (Efesios 3:9; Colosenses 1:13-16), Su vida era de mayor valor que la suma total de todas las vidas humanas. (…) Él pagó la pena de muerte por toda la humanidad; bajo condición de nuestro arrepentimiento y fe. Él pagó la pena por nosotros, en nuestro lugar”.

Es por este mismo principio que podemos ser sanados”.

“Dios hizo al hombre del polvo de la tierra (Génesis 2:7). Todos nosotros estamos compuestos de materia. Él diseñó nuestros cuerpos de manera que funcionaran conforme a determinadas leyes físicas. (…) Esas leyes, al ser transgredidas, imponen una sanción”.

“Cuando una persona contrae una enfermedad, simplemente está pagando la pena de la ley física transgredida en su cuerpo. (…) Dios, el gran Legislador, ¡exige que la pena sea pagada! ¡Dios jamás transige con ese principio! ¡Nohaycuración sin haberse pagado la pena!”.

“La curación no significa que Dios suspende la pena, de manera que ésta no sea pagada. Por el contrario, Jesús ya pagó esa pena en nuestro lugar. Por lo tanto, Dios puede legalmente suprimir la pena del humano afligido, ¡mas no por ello deja de ser un milagro!”.

Cómo fueron pagadas nuestras sanciones físicas

Para librarnos legalmente de la pena del pecado espiritual, Jesucristo derramó Su sangre. ¿Cómo pagó Cristo la pena del pecado físico?

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5). Esto se reitera en el Nuevo Testamento (1 Pedro 2:24).

Los golpes y azotes de Cristo que precedieron a Su crucifixión y desangramiento (el derramamiento de Su sangre) son lo que paga la pena por las leyes físicas que se infringen en nuestros cuerpos. Su cuerpo fue tan desgarrado que hasta Sus huesos eran visibles (Salmos 22:17). Después de este espantoso suplicio, ni siquiera parecía un ser humano (Isaías 52:14).

¡Esto es lo que le costó a Dios la pena por nuestros pecados físicos!

¿Fue el pago de la pena por el pecado físico una idea que se ocurrió a último momento en el sacrificio de Cristo? Piensa en ello: ¿No habría sido suficiente derramar Su sangre para eliminar la muerte eterna de nuestra paga? ¡Parece que no! Era tan importante que Cristo nos enseñara acerca de la ley de Dios, sus penalidades y la eliminación de esos castigos, ¡que Él sufrió en un nivel físico para enseñarnos acerca del pecado físico!

A través del proceso del pecado físico, el castigo físico y la sanidad física, aprendemos cómo Dios puede perdonar el pecado. Aprendemos cómo se pagan esas penas. Entonces, cuando se trata de lo espiritual, podemos entender claramente cómo funciona.

El perdón físico es tan importante que, de hecho, Dios ha establecido un proceso especial para que se Lo pidamos. Lo hacemos a través de los representantes elegidos por Dios en la Tierra: llamando a los ancianos de la Iglesia (Santiago 5:14). Estos representantes del gobierno de Dios en la Tierra invocan a Dios para que elimine legalmente la pena mediante la imposición de manos y el símbolo físico del aceite. El versículo 15 dice de alguien siendo ungido: “Y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados”. Esto es similar al principio que se encuentra en el Salmo 103:3, que dice: “Él es quien perdona todas tus iniquidades; el que sana todas tus dolencias”.

La unción invoca las llagas de Jesucristo, y Dios perdona los pecados. El ministro pide a Dios que permita que el sufrimiento termine —según el tiempo de Dios— porque Cristo ya lo sufrió. Dios “lo levantará”, escribe Santiago, ya sea eliminando la pena física en esta vida o concediéndole un cuerpo espiritual nuevo e incorruptible en la otra vida.

Las muchas sanidades que Jesús realizó durante Su ministerio terrenal nos ayudan a saber cómo perdona Dios. En el caso de una sanidad física, hay un resultado físico: frutos de ese perdón.

En Mateo 9, Jesús dijo al hombre sanado de parálisis: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (versículo 2). Esto causó mucha preocupación entre los líderes religiosos del lugar, a lo que Cristo respondió: “Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (versículos 5-6).

El Salmo 107:17-20 también confirma que las aflicciones físicas son el resultado de la “rebelión” y de las “maldades”, y que Dios sana perdonándolas.

Salvados

“Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvados por su vida” (Romanos 5:10).

La muerte de Jesucristo hace posible el perdón de los pecados espirituales y, por lo tanto, también podemos tener una relación con Dios. Pero, en última instancia, somos salvados por la vida de Cristo. Eso significa que, como Él resucitó después de Su muerte, nosotros también podemos serlo. Eso es lo que llamamos “salvación”, pero también se relaciona con los componentes de la ley física y la sanidad física, porque es cuando se nos concede un cuerpo espiritual, ¡que es la sanidad final! Ese es el “don” de la vida eterna, como se explica en Romanos 6:23.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1).

Saber lo que costó que nuestros pecados fueran perdonados debería motivarnos a hacer el esfuerzo por “no pecar”. Qué precio tan espantoso se pagó para que pudiéramos ser perdonados tanto del pecado físico como del espiritual: ¡Cristo fue golpeado y crucificado! Debemos hacer nuestra parte para evitar quebrantar las leyes físicas así como las espirituales que imponen estos graves castigos.

Pero aun así nos equivocaremos. Afortunadamente, Dios ha puesto en marcha un hermoso sistema, ¡y tiene que ver con el hecho de que Cristo resucitó! Como escribe Juan, “abogado tenemos para con el Padre”. ¡Ese abogado es el Jesucristo viviente!

Como escribe el redactor jefe Gerald Flurry en su libro La última hora: “Esto nos da una profunda visión del carácter del Padre y del Hijo. Han ido a los extremos para asegurarse de que nosotros recibamos justicia. Nuestro Padre es perfecto y demanda justicia perfecta. Dios no hace “acepción de personas”. (…) Debemos esforzarnos diligentemente por entender a nuestro Abogado y a nuestro Padre perfecto. Estamos aquí para permitir que Dios construya ese mismo carácter en nosotros. ¡Pronto estaremos en la Familia de Dios viviendo como el Padre y el Hijo han vivido por toda la eternidad”.

El versículo 2 de 1 Juan 2 dice: “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”. Jesucristo pagó no sólo por nuestros pecados, sino que pagó por los pecados de todo el mundo.

¿Qué precio se le puede poner a esto? Dios en la carne sufrió tortuosos golpes y desangramiento para pagar la pena por nosotros, para tomar sobre Sí mismo la paga por nuestros pecados. Debido a que vivió una vida perfecta, pudo ser resucitado de esa muerte y sanado de esa flagelación, y ese proceso no pagó por Sus pecados sino por los nuestros.

Apocalipsis 12:11 dice que el pueblo de Dios vence “por la sangre del Cordero”. De nuevo, este sacrificio debe motivarnos. Como escribe el Sr. Flurry en Cómo ser un vencedor: “¿Cómo podríamos realmente luchar y vencer al pecado si no entendemos profundamente el horroroso precio que tuvo que pagarse por éste?”.

Gracias a la sangre del Cordero no tenemos que morir para siempre. Así que seguimos esforzándonos. Seguimos bajo esa sangre derramada, invocando a nuestro Padre a través del nombre de nuestro Abogado, Jesucristo. Esta es la única manera en que podemos tener la oportunidad de seguir luchando y creciendo. El Sr. Flurry escribe en otra parte de Cómo ser un vencedor acerca de Apocalipsis 12:11: “Cuando pecamos de nuevo mientras nos esforzamos por llegar a ser perfectos, ¡debemos arrepentirnos de nuevo! Entonces Dios nos perdonará; la sangre de Cristo borra esos pecados si nos arrepentimos. (…) Hay un gran poder en esto. Podemos vencer cualquier cosa cuando nos enfocamos en esa sangre y en el ejemplo de Cristo de cómo evitar el pecado y prevalecer en la probidad. (…) Apocalipsis 12:11 nos muestra cómo obtener ese poder. El pueblo de Dios (…) vence al diablo con este entendimiento”.

¡Qué asombroso es comprender cómo perdona Dios, entender el precio que se pagó para que el perdón pueda concederse legalmente! ¡Esto nos ayuda a entender por lo que Dios el Padre y Jesucristo pasaron para hacer posible nuestra sanidad física y nuestra futura vida eterna!