Durante la Fiesta de Panes sin Levadura, el pueblo de Dios conmemora el éxodo de los israelitas de Egipto. Egipto representaba el pecado. Los israelitas soportaron una dura esclavitud, perdieron su entendimiento de Dios y se enfrentaron al genocidio bajo el Faraón. Cuando Dios comenzó a intervenir, los egipcios sufrieron 10 plagas.
Pero los israelitas no salieron de Egipto hasta que hubo un sacrificio de sangre. Esto simbolizaba el sacrificio de Jesucristo por toda la humanidad.
La noche anterior a su milagrosa salida de Egipto, los israelitas observaron la Pascua. Dios ordenó a los que Le temían que mataran y comieran un cordero, y que pusieran su sangre en los postes y el dintel de sus casas. Los que desobedecieron se encontraron con que los primogénitos de sus familias murieron esa noche. Fue una noche sangrienta. Hasta el día de hoy, le muestra al pueblo de Dios el tremendo precio del pecado.
Dios puso la Pascua inmediatamente antes de la fiesta de los Panes sin Levadura. Él quiere que entremos en estos días con una imagen clara de lo que el pecado le hizo a Su Hijo. Si no vemos el terrible precio del pecado, no nos tomaremos en serio combatirlo. Pero si entendemos que la sangre del Cordero tuvo que ser derramada, ¡ese entendimiento nos motiva a rendirnos a Dios y hacer todo lo que podamos para resistir violentamente y vencer el pecado!
“La decisión de abandonar el pecado depende de usted. Es su parte en el plan maestro de Dios. Dios no le forzará, pero si usted no abandona el pecado voluntariamente —aquí y ahora— nunca podrá cumplir el propósito de Dios para su vida: el desarrollo de un carácter justo y santo. ¡Y nunca recibirá el don de la vida eterna!” (Curso bíblico por correspondencia del Ambassador College, Lección 34, 1958).
¡Usted tiene que elegir! El glorioso don de la vida eterna pende de un hilo. Dios está realizando un proyecto de creación en usted, pero usted tiene que hacer su parte. Debe tomar la decisión.
De esto se trata la fiesta de los Panes sin Levadura. Estos siete días representan la eliminación del pecado y el cumplimiento de los mandamientos de Dios. Necesitamos la ayuda y el poder de Dios para lograrlo. Nadie puede vencer el pecado y conquistar al diablo por sí mismo. Pero cada persona que se somete a Dios el Padre y a Jesucristo en este proceso milagroso tiene que tomar esta decisión.
Retire el peso
El mundo del cristianismo profeso enseña que el plan de redención de Dios terminó con el sacrificio de Jesucristo. Eso no es verdad. El viaje de los israelitas no terminó con la noche de la Pascua, y el plan de Dios no terminó con la crucifixión de Cristo.
Mientras los antiguos israelitas se disponían a huir de Egipto, “cocieron tortas sin levadura” (Éxodo 12:39). Tenían que moverse rápido. Hornear tortas con levadura los habría retrasado. Esto nos enseña una lección importante.
La levadura tipifica el pecado (Lucas 12:1; 1 Corintios 5:8). Así como la levadura física habría entorpecido el progreso de Israel para salir de Egipto, el pecado hoy retrasa el progreso de un verdadero cristiano para dejar el pecado y convertirse en hijo en la Familia de Dios.
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1). El peso del pecado nos retrasa en la carrera espiritual que estamos corriendo. La palabra griega para “peso” en este versículo significa “carga” o “estorbo”. El pecado nos hace más pesados. Nos agobia, nos retrasa y nos hace tropezar mientras tratamos de crecer en carácter divino. Cuanto más tiempo lo dejemos, más difícil será eliminarlo de nuestras vidas. Por eso Dios les dijo a los israelitas: “¡Váyanse!”. ¡Él quería que salieran de Egipto, un tipo del pecado, tan rápido como pudieran! Él nos da la misma orden hoy.
Comer pan sin levadura durante esta fiesta de primavera es un poderoso recordatorio de que cuando Dios pone al descubierto el pecado, debemos actuar con rapidez para deshacernos de él. No podemos tomarnos nuestro tiempo para eliminar el pecado de nuestras vidas.
Es fácil ser agobiado por el pecado. A menos que consistentemente lo bloqueemos y nos libremos de él, automáticamente se acumulará en nuestras vidas, y nos acostumbraremos, nos sentiremos cómodos e inclinados hacia él. Un verdadero cristiano debe desechar todo peso, pecado y distracción que le impida su única meta en la vida: servir a Dios.
“Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (versículo 2). No podemos alejarnos del pecado sin la ayuda de Jesucristo, ¡nuestro Salvador viviente!
Si está continuamente abrumado por una prueba o dificultad y cede fácilmente al pecado, no está mirando a Jesucristo lo suficiente. Su fuerza sacó a los
israelitas del pecado. Su fuerza es lo único que puede sacarle a usted.
En la revista Las Buenas Noticias de mayo de 1980, Herbert W. Armstrong escribió: “Si algunos de ustedes, hermanos, tratan de resolver sus problemas o vencer sus malos hábitos, o resistir el pecado nada más que con su PROPIO poder y fuerza, ¡también se encontrarán superados en número, dominados y condenados a la derrota!”.
“Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (versículo 3). Cuando considera lo que el pecado le hizo a Jesucristo, se da cuenta de que no podemos despreocuparnos respecto al pecado. ¡Debemos deshacernos de él!
Observe el versículo 4: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado”. Este versículo muestra que, aunque Cristo nos da el poder espiritual, debemos esforzarnos al máximo para dejar de pecar y empezar a obedecer Sus mandamientos. ¡La enseñanza de la Biblia es que usted debe resistir el pecado! No es el protestantismo de “ven como eres” que se enseña vergonzosamente en el nombre de Cristo hoy.
¡Oír y hacer!
El arrepentimiento verdadero y piadoso significa vencer el pecado permanentemente. De eso se tratan los días santos de primavera.
Hoy el mundo está lleno de pecado. Dios ha elegido a algunos para salir del pecado, y ha intervenido milagrosamente para liberarlos de ese cautiverio. Una vez que Dios le ha liberado del pecado, usted debe seguir adelante, sin volver atrás. El impío debe dejar su camino y el hombre inicuo sus pensamientos (Isaías 55:7). El verdadero arrepentimiento bíblico es muy diferente y mucho más profundo de lo que entienden incluso los cristianos devotos.
Muchos cristianos asocian el arrepentimiento con la autocompasión. Reconocen que son pecadores, lo cual es bueno, y reconocen que el pecado les hace daño a ellos y a los demás, lo cual también es bueno. Pero se detienen ahí. Se entristecen por los efectos del pecado, pero no se entristecen para arrepentirse del pecado. ¡No cambian! El arrepentimiento es en realidad una salida tajante de las acciones y pensamientos pecaminosos. Es una salida tajante de la desobediencia hacia el camino de la obediencia a la ley de Dios.
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas” (Santiago 1:21). Dios está plantando Su Palabra en nosotros, como un agricultor planta semillas. Él implanta Su Palabra en nosotros para que podamos crecer en carácter divino. Dios quiere cambio y crecimiento, ¡de eso se trata la conversión!
“Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (versículo 22). Cuando oímos, pero no hacemos, ¡nos estamos engañando a nosotros mismos! Se engaña a sí mismo cuando no actúa de acuerdo con la instrucción que Dios le da y no guarda Su ley. Cree que ha experimentado el arrepentimiento, pero no es así.
El carácter de acuerdo con Dios no es simplemente estar de acuerdo con lo que es correcto (la ley de Dios), sino hacerlocon éxito. Por raro que sea, estar de acuerdo con la verdad es la parte fácil. Lo difícil es vivirla. Requiere una gran cantidad de esfuerzo humano, pero ni siquiera eso es suficiente. Solamente puede arrepentirse de verdad con el poder del Dios del éxodo.
“Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era” (versículos 23-24). La santa ley de Dios es como un espejo espiritual; nos dice lo que necesitamos saber sobre la justicia y el pecado. El Sr. Armstrong dijo en 1981: “Si usted sólo ve la ley, y la lee, y no hace nada al respecto, sigue su propio camino y se olvida de ella, nunca entrará en el Reino de Dios”. ¡No puede simplemente sentarse en el conocimiento que tiene! Debe hacer algo con él. Debe actuar. Dios ha abierto el camino para que salga de Egipto. La columna de nube de su salvación, Jesucristo, está guiando el camino. ¡Pero usted debe ser el que sale!
“Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace” (versículo 25). ¡Tiene que mirar en la ley de Dios! Esto significa estudiar la Palabra de Dios.
Pero aquí hay una seria advertencia: Su estudio de la Biblia debe resultar en acción, o se está engañando a sí mismo. Usted debe estudiar la Biblia no solamente para obtener conocimiento, sino en una actitud de buscar corrección (2 Timoteo 3:16). De hecho, recibir corrección individual es la razón más importante para el estudio bíblico personal y constante. La corrección nos endereza y nos mantiene en el camino correcto.
No puede limitarse a decir que quiere aplicar lo que está aprendiendo. No puede limitarse a leer un artículo o escuchar un sermón, estar de acuerdo con él y no hacer nada. No puede ser un oidor olvidadizo. Debe usar la ley de Dios para cambiar su forma de vivir.
El arrepentimiento de este mundo
“Y aconteció andando el tiempo, que Caín trajo del fruto de la tierra una ofrenda a [el Eterno].
Y Abel trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró [el Eterno] con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante” (Génesis 4:3-5). Después de este incidente, Dios amonestó a Caín para que viviera de la manera correcta y trajera un sacrificio desinteresado ante Él (versículos 6-7). Dios estaba corrigiendo a Caín. Le estaba recordando la causa y el efecto. Estaba tratando de ayudar a Caín a ver el error de sus caminos, a ver cómo el egoísmo trae miseria y sufrimiento.
Caín recibió corrección y tuvo la oportunidad de arrepentirse. Pero en lugar de aplicar la corrección, multiplicó sus pecados.
¡Caín asesinó a su propio hermano! (versículo 8). Así es como respondió Caín a la corrección de Dios. En lugar de enfrentarse a su propio egoísmo, decidió que su hermano justo era el problema real.
Cuando Dios lo confrontó por el acto obviamente horrible de asesinar a su propio hermano, Caín aún se negaba a reconocer su pecado (versículos 9-10).
Caín se enfureció en respuesta a la corrección de Dios. Se negó a arrepentirse. Incluso después de recibir el juicio de Dios, dijo: “Grande es mi castigo para ser soportado” (versículo 13). Caín se arrepintió, pero se arrepintió del efecto de sus pecados, ¡no de haber pecado!
“Caín simplemente se estaba revolcando en autocompasión”, escribe mi padre en Cómo ser un vencedor. “Él pudo haberse arrepentido, pero nunca lo hizo. En cambio él sencillamente dijo: Este castigo es demasiado, ay de mí. Él comenzó a quejarse de su prueba. (…) La autocompasión es como un cáncer, porque destruye nuestro entusiasmo para luchar. Sencillamente queremos revolcarnos en nuestra propia autocompasión cuando recibimos una prueba de fuego. Soportamos la prueba, pero no nos regocijamos en ella; no la vemos como una corrección de parte de nuestro amoroso Padre. Esa actitud no cambiará a nadie”.
Si nuestra actitud o respuesta no produce un cambio en el comportamiento, no es más que pena y autocompasión humana. Así es como todo este mundo ha respondido a la corrección desde los tiempos de Caín.
Así es el mundo: ignora la causa y lidia con el efecto a través de la ira, el resentimiento, la tristeza y la autocompasión. No importa cómo el mundo elige tratar con el efecto, nunca hay arrepentimiento verdadero y piadoso.
Vemos otro ejemplo de esta forma mundana de arrepentimiento con Judas. Durante el arresto y juicio de Cristo, Judas se dejó arrastrar por la turba satánica que se levantaba contra Cristo. ¡Judas traicionó a Jesucristo! Sin embargo, una vez que se dio cuenta de lo que estaba a punto de suceder, se retractó rápidamente.
Fíjese en Mateo 27: “Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido (…) diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente” (versículos 3-4). ¿Se arrepintió Judas de verdad? Él, como Caín, estaba profundamente lleno de remordimientos por lo que había hecho. Pero ¿qué hizo realmente cuando se hizo evidente su error?
Él “fue y se ahorcó” (versículo 5). Judas era culpable ante Dios, y lo sabía. Buscó una forma de escapar de la terrible culpa que estaba experimentando. ¡Pero no eligió el arrepentimiento hacia Dios! Se revolcó en la autocompasión hasta el punto de suicidarse.
El arrepentimiento de Judas fue muy parecido al arrepentimiento que vemos en el mundo de hoy. Su arrepentimiento solamente añadió otro horrible pecado a su traición a Cristo.
Cuando alguien se arrepiente verdadera y profundamente hacia Dios, se esfuerza y Dios le da el poder de revertir el rumbo y cambiar su vida.
Corrección divina
“Y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él” (Hebreos 12:5). Es fácil olvidar el propósito divino de la corrección de Dios. Pero la necesitamos para arrepentirnos. ¡Dios la usa para traer un cambio permanente a nuestras vidas!
“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (versículo 6). ¡El Dios Todopoderoso castiga a Sus hijos porque los ama! Los verdaderos cristianos de hoy son los beneficiarios del justo y misericordioso castigo y amonestación de Dios, pero también de Su ánimo y consuelo.
Si no somos corregidos, ¡entonces no tenemos padre! (versículos 7-10).
“Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (versículo 11). Duele ser corregido, pero cuando Dios nos corrige, siempre es por nuestro propio bien, al igual que un padre amoroso castiga a su hijo para que no crezca siendo malo y miserable.
“Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado” (versículos 12-13). Nuestros caminos necesitan ser enderezados. Necesitamos corrección para mantenernos en el buen camino.
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados” (versículos 14-15). Rechace la corrección de Dios durante el tiempo suficiente o con la frecuencia suficiente, y con el tiempo eso le llevará a la amargura. Deje que Dios le muestre la verdad sobre usted para que pueda vencer los pecados que tan fácilmente nos asedian a cada uno de nosotros.
“No sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura. Porque ya sabéis que aun después, deseando heredar la bendición, fue desechado, y no hubo oportunidad para el arrepentimiento, aunque la procuró con lágrimas” (versículos 16-17). Esaú era heredero de la primogenitura física. Pero vendió esa herencia por un plato de sopa (Génesis 25:29-34). En Hebreos 12, Pablo dice que el pueblo de Dios ha renunciado al Reino de Dios y a la vida eterna por algo tan sin valor como un plato de sopa.
Esaú lloró desconsoladamente, derramó lágrimas por lo que había abandonado y renunciado, pero no aceptó la corrección. Todos hemos reaccionado a las consecuencias. Pero con la mente de Cristo, podemos aceptar humildemente la corrección y volvernos a Dios arrepentidos.
Todo el dolor humano de Esaú no resultó en un cambio. No miró su propia responsabilidad y su propio pecado. En cambio, Génesis 27:41 nos dice que se enfocó en odiar a Jacob ¡hasta el punto de querer matarlo!
Dios espera un cambio. Él no quiere que usted sólo tenga remordimiento por su pecado; Él quiere que usted actúe sobre la corrección que ha recibido de Su Palabra o de Su ministerio y que cambie.
Tristeza para arrepentimiento
El Salmo 51 narra la oración de arrepentimiento del rey David tras su pecado con Betsabé. Un estudio de esta oración muestra que el remordimiento de David no era egocéntrico. Él reconoció que su pecado era contra Dios Todopoderoso, y deseaba desesperadamente que Dios eliminara por completo sus transgresiones (versículos 1-4).
David sabía que Dios desea “el espíritu quebrantado; [el] corazón contrito y humillado” (versículo 17). Dios quiere vernos responder con humildad a Su corrección. Este enfoque hacia la corrección es muy diferente al de Caín, Esaú y Judas.
Fíjese en lo que escribió Herbert W. Armstrong en “Cómo puede vencer”: “No se engañe: ¡Dios no le recibirá tal como usted es! No puede sentarse a Su mesa inmaculada y santa con su ropa arrugada y sucia y sus manos sucias, que simbólicamente representan la condición pecadora humana”.
“No, primero debe ser lavado en la sangre del Cordero, Jesucristo, y antes de que Jesús, como su Salvador y Mediador con Dios pueda lavarle de la inmundicia de sus pecados, primero debe arrepentirse de transgredir la santa ley de Dios, lo que significa estar tan arrepentido que abandone su camino y el camino del mundo y se vuelva a una vida de obediencia a las leyes y caminos de Dios!”.
“Por supuesto que tendrá que venir como es a Cristo para que le limpie de la inmundicia de su vida pasada —pero confesando su condición inmunda y pecaminosa, pidiéndole que le limpie y le lave en Su sangre, porque usted no puede limpiarse a sí mismo—para que Él pueda presentarle casto y puro y espiritualmente limpio a Su Padre, para que entonces pueda recibir y resida en usted el poder de Dios que le capacitará para vencer y guardar la ley de Dios, y vivir como Sus hijos deben vivir” (Las Buenas Noticias, junio-julio de 1982).
¡Dios espera que Su pueblo esté limpio y puro! Los días santos de primavera nos recuerdan lo que se necesita para limpiar verdaderamente y eliminar el pecado de nuestras vidas.
En la Iglesia del primer siglo, el apóstol Pablo reprendió severamente a la congregación de Corinto por volverse indulgente con el pecado. A un adúltero conocido por todos se le permitía permanecer en la Iglesia porque los miembros suponían que estaban mostrando amor al tolerar el pecado. Pablo, sin embargo, tenía el punto de vista de Dios sobre el asunto. En 1 Corintios, les recordó que no podemos tolerar el pecado. El adúltero fue finalmente expulsado, y los corintios aprendieron una poderosa lección. Se produjo un cambio.
Pablo escribió a los corintios: “Porque aunque os contristé con la carta, no me pesa, aunque entonces lo lamenté; porque veo que aquella carta, aunque por algún tiempo, os contristó” (2 Corintios 7:8). Humanamente, Pablo lamentaba haber tenido que escribir su primera carta a los corintios de forma tan correctiva. Pero su carta hizo que los hermanos se entristecieran por un corto tiempo. Finalmente, sin embargo, hizo que empezaran a tomarse su llamado más en serio.
Debemos recordar que la tristeza y el arrepentimiento son dos cosas diferentes. La tristeza puede llevar al arrepentimiento, pero el arrepentimiento es el cambio real y sincero de pensamiento y acción.
“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte” (versículo 9). ¡La tristeza de acuerdo con Dios lleva al arrepentimiento!
“Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (versículo 10). Cuando hacemos un cambio permanente y reemplazamos el pan con levadura por el pan sin levadura de sinceridad y de verdad, no seguimos pasando por el círculo vicioso de pecar y arrepentirnos año tras año. ¡Es el arrepentimiento del que no hay que arrepentirse! Se hacen los cambios necesarios y se permanece en ese camino, sin vacilar.
En el Capítulo 1 de Cómo ser un vencedor, “Arrepentimiento hacia Dios”, mi padre escribe: “La razón por la que ‘no hay que arrepentirse’ de la tristeza según Dios, ¡es porque ésta hace que usted venza su pecado! Alguien con tristeza del mundo puede sentirse mal por un momento, pero nunca vencerá sus problemas. Con la tristeza según Dios, usted podría no vencer inmediatamente, pero no quedará tranquilo hasta que no venza el problema. Usted establece contacto con Dios y expone el problema ante Él, y lucha con todas sus fuerzas por llegar a ser como Dios en esa área. Ahí es cuando usted comienza a hacer un progreso real”.
El arrepentimiento según Dios significa que ha dejado de pecar, que ha dejado de desobedecer las leyes y los caminos de Dios. Significa que se ha rendido incondicionalmente a Jesucristo como su Salvador viviente, su Señor y Maestro. Significa que Le está permitiendo vivir Su vida de nuevo dentro de usted a través del poder del Espíritu Santo de Dios.
El arrepentimiento verdadero es una decisión deliberada de cambiar la dirección de su vida. El tipo correcto de tristeza produce cambio y trae arrepentimiento a un individuo.
La “tristeza del mundo” produce ansiedad, frustración y, finalmente, la muerte. Se centra en uno mismo, produciendo una actitud corrompida recubierta de autocompasión. Esto no es arrepentimiento conforme a Dios.
“Porque he aquí, esta misma cosa, que os afligisteis según Dios, qué cuidado obró en vosotros, sí, qué limpieza de vosotros mismos, qué indignación, qué temor, qué deseo vehemente, qué celo, ¡sí, qué venganza! En todo os habéis aprobado a vosotros mismos para ser inocentes en este asunto” (versículo 11, versión King James).
En este versículo se enseñan siete atributos de la tristeza según Dios:
- Cuidado: debe aplicar diligencia y seriedad, en contraste con el descuido. Empieza a andar con cuidado y a hacer lo correcto.
- Limpieza de sí mismo: corrija lo que está mal, y haga que sea obvia su postura contra el pecado.
- Indignación: ¡Odie el pecado! No lo justifique diciendo que “no es tan malo”. Avergüéncese de verdad de su pecado hasta el punto de odiarlo y suplicarle a Dios que le ayude a erradicarlo (Romanos 12:9).
- Temor: tenga el debido temor de Dios (Proverbios 1:7). Respete profundamente a su Creador, y tema pecar contra Él.
- Deseo vehemente: desarrolle un deseo intenso de hacer lo correcto, de estar limpio ante Dios y de cambiar.
- Celo: sea emocional y enérgicamente celoso en llevar a cabo la instrucción y la corrección (Apocalipsis 3:19). No permita que se le acabe el impulso mientras trata de vencer. Nunca se canse “de hacer el bien” (Gálatas 6:9).
- Venganza: ¡Tome venganza del pecado! Elimine violentamente esa levadura de su vida. La tristeza según Dios le hará odiar el pecado. Responda a la corrección a toda prisa, como los israelitas al salir de Egipto (Éxodo 12:33-34). ¡Use el poder de Dios para identificar, buscar, atacar y destruir el pecado!
“No es buena vuestra jactancia. ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:6-7). Al igual que la levadura, el pecado empieza siendo pequeño, pero acaba hinchando todo el pan.
Simplemente no se puede quitar la levadura del pan leudado. Para quitar la levadura y hacerlo desleudado, hay que hacer un pan nuevo. Lo mismo ocurre con los verdaderos cristianos. Debe convertirse en una nueva creación, totalmente rendido a Dios.
“… Nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (versículos 7-8). La fiesta de los Panes sin Levadura representa nuestra adoración a Dios en sinceridad y verdad. Para eliminar la malicia, la maldad y la hipocresía, debemos implantar la sinceridad y la verdad. ¡Debemos guardar los mandamientos de Dios!
“Cuando usted tenga que afrontar un problema”, escribe mi padre en Cómo ser un vencedor, “concentre todo lo que tiene en ese problema. Utilice todo lo posible que tenga que ver con resolverlo. (…) ¿Les pone usted un asedio a sus problemas grandes? Un asedio es un bloqueo militar de una ciudad o lugar fortificado con la intención de obligarlo a rendirse. Es un ataque persistente. Poner un asedio significa perseguir diligente o persistentemente. ¿Por qué no preparar un asedio contra su pereza? ¿O contra su codicia, o sentido de inferioridad, o vanidad, o cualquier problema que usted enfrente? ¡Póngale un asedio al problema, y atáquelo directo al corazón con todo lo que pueda reunir! ¡Destrúyale la voluntad! Aniquílele a su viejo “yo” la voluntad de levantarse nuevamente, y usted lo vencerá. Así es como podemos ganar las batallas contra nuestros problemas serios”.
Puede que veamos los problemas que tenemos que vencer y pensemos que no hay forma de superarlos. ¡Pero con Dios hay una manera! Sin embargo, Él necesita que mostremos determinación. ¡Necesita que nos levantemos y demostremos algo de carácter!
“Dios espera que nosotros —con Su ayuda— hagamos todo esfuerzo posible por dejar de pecar. Debemos salir totalmente, no participar más en el pecado. Si queremos llegar a ser parte de Su Familia y recibir el don de la vida eterna, ¡debemos probar nuestra obediencia aquí y ahora sacando la levadura del pecado de nuestras vidas! Esta es nuestra parte en el plan de Dios” (Curso bíblico por correspondencia del Ambassador College, op. cit.).
De esto se tratan los días santos de primavera. Se tratan de salir del pecado. Pero para hacer eso, debemos tener una imagen clara de lo que nuestros pecados le hicieron a Jesucristo, y luego debemos trabajar violentamente para superarlos.