En estos tiempos difíciles, necesitamos tener audacia en nuestras oraciones a Dios.
“Así que, hermanos, teniendo libertad [audacia, arrojo, intrepidez, valentía, total confianza] para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo” (Hebreos 10:19). Jesucristo hizo el sacrificio máximo para darle a las primicias el acceso al lugar santísimo, ahora mismo. Qué tremenda demostración del amor que Él y Dios el Padre tienen por nosotros; un amor más allá de lo que podemos comprender.
Dios quiere que usted sea audaz cuando entre a Su trono en oración. Clame a Él. Dios no está bromeando; ¡ore con arrojo! No se quede ahí sin luchar sólo en espera de que Dios le ayude; vaya y busque ayuda. Hágale saber a Dios todo acerca de sus pensamientos, inquietudes, preocupaciones, desvelos, esperanzas y sueños. Pídale las cosas que necesita y las cosas que quiere. Reclame y hágalo responsable de Sus promesas en Su Palabra. Proceda a través de la oración ferviente para cambiar su vida. Dios le llenará con la mente de Cristo (Filipenses 2:5), con esperanza, fe y un carácter justo y santo.
El apóstol Pablo les mostró a los hebreos, y a nosotros hoy, cómo evitar el gran error de limitar a Dios y a Cristo. ¡Quieren que seamos audaces como ellos!
Aquí hay tres razones para ser audaz:
1) Para que usted pueda entrar en el lugar santísimo donde mora Dios el Padre.
Como cristianos bautizados y convertidos, nuestra ciudadanía no está en la Tierra sino en el cielo (Filipenses 3:20). Por eso no votamos en las elecciones locales ni nacionales; porque somos embajadores de Jesucristo, y de una nación espiritual (2 Corintios 5:20). Somos ciudadanos de la nueva Jerusalén. No importa lo que digan los demás; la Biblia dice que somos los elegidos de Dios porque nos mantenemos leales a Dios y al trono de David.
Necesitamos audacia para operar en este mundo aterrador. Noé pasó un siglo construyendo fielmente un arca ordenada por Dios, a pesar de que no había señales físicas de que alguna vez vendría un diluvio mundial. Al demostrar la fe de Cristo, Noé condenó al mundo por burlarse de él (Hebreos 11:7). Y al hacer la Obra de Dios hoy, también condenamos al mundo entero. Claro, la Iglesia de Dios de Filadelfia es un pequeño remanente leal, pero Dios nos ordena que no menospreciemos el día de los pequeños comienzos (Zacarías 4:10).
2) Porque ahora Cristo puede vivir en usted.
Al igual que Pablo, usted quiere poder decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Con Cristo en usted, es posible tener la misma fe que sostuvo a Cristo, a lo largo de Su vida física. Con ese tipo de fe, usted puede impactar al mundo entero. Usted solo podría enfrentarse a un ejército enorme (en términos de poder), ¡y seguir siendo la mayoría!
Este fue el caso cuando el profeta Eliseo confrontó con audacia a los sirios (2 Reyes 6). Físicamente, la situación parecía terrible. ¡Pero el ejército de ángeles ardientes e invisibles de Dios tenía rodeado al ejército sirio! (versículo 17).
3) Porque ahora Cristo intercede por nosotros.
Él es un Salvador viviente. Él trabaja activamente como intermediario entre el Padre y nosotros, reorganizando nuestras oraciones para que sean más presentables ante Dios. El Padre y Cristo tienen pláticas acerca de usted. Su Padre y su futuro Esposo quieren saber todo sobre usted. Ellos están trabajando para saber exactamente cómo ayudarle.
Si usted tratara de explicar esta asombrosa verdad a todos en el mundo, ¡se reirían de usted! Es imposible explicar esto a una mente que no está abierta por Dios. Nadie puede venir a Dios a menos que el Padre lo llame (Juan 6:44). Que usted esté leyendo este mensaje se debe a que Dios ya le ha llamado, o a que Dios probablemente está trabajando para llamarle. “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mateo 22:14). Debemos presentarnos confiadamente ante el trono de Dios para ser escogidos. Debemos dejar que Cristo nos guíe a proclamar el mensaje de Dios a este mundo, ¡o Dios no nos elegirá hoy!
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