En nuestro mundo occidental, vivimos en una cultura desechable. Si no queremos algo, lo tiramos a la basura. Envoltorios, embalajes, cuerdas; ¿quién lo piensa dos veces antes de botarlos? Incluso los artículos perfectamente útiles (desde coches destartalados hasta ropa de moda del año pasado o gabinetes de cocina que no son el último modelo) se desechan o, si se conservan por necesidad, se toleran a regañadientes hasta que se pueden botar convenientemente.
Obsolescencia programada —la idea de que lo que no es nuevo no es deseable y debe eliminarse gradualmente— es el credo del mundo industrial. Es un modo de vida que muchos han dado por sentado en las últimas décadas.
De ahí que, según este razonamiento, cuando las personas se desgastan —cuando se vuelven “anticuadas” o “pasadas de moda”—
también hay que dejarlas de lado. Cuando se deja de lado a la generación de más edad por considerarla vieja e inútil, los ancianos se ven abocados a ser meros espectadores del mundo que pasa a su lado, y a menudo luchan con sentimientos de inutilidad, soledad, depresión y miedo.
Nuestra sociedad ha puesto un énfasis equivocado en la juventud y en mantenerse joven. Las industrias del entretenimiento y el deporte han hecho creer a la gente que si no eres joven y guapo, no hay lugar para ti en este mundo. Las personas mayores han sido sistemáticamente ignoradas y apartadas. La generación más joven de hoy muestra un gran desprecio y falta de respeto hacia los mayores. Es una situación trágica.
Un artículo publicado en septiembre de 1984 en la revista La Pura Verdad señalaba lo siguiente: “Imagínese, por ejemplo, a una persona que va al jardín infantil, a la escuela primaria, a la secundaria, a la universidad, que hace estudios de postgrado, que se sacrifica, trabaja duro, finalmente obtiene un doctorado en algún campo y luego le dicen que debe renunciar y ser improductivo el resto de sus días”.
“¿Suena poco razonable? Debería”.
“La mayoría de las personas mayores han pasado por la ‘escuela de los golpes duros’; por experiencia han aprendido valiosas lecciones sobre cómo manejar los momentos difíciles de la vida, así como sus momentos gratificantes. ¿Y qué ocurre cuando se encuentran en una etapa de la vida en la que podrían compartir esa información con las generaciones más jóvenes? Por lo general las generaciones jóvenes hacen oídos sordos”.
“La sociedad moderna, orientada a la juventud, tal y como está configurada, simplemente no acoge con entusiasmo la participación de los mayores. No muestra en general un interés genuino por el bienestar de sus miembros mayores”.
En este mundo, varios factores han llevado a que se ignore a las personas mayores:
La distancia. Las familias modernas se han dividido por la distancia. Durante y después de la Revolución Industrial, muchas familias se trasladaron a las ciudades o se separaron para buscar trabajo. Estos cambios han destruido la unidad familiar. Las familias se han separado geográficamente en busca de objetivos personales o de supervivencia económica. Para muchos niños, palabras como “abuelo” y “abuela” han pasado a significar poco más que voces lejanas al otro lado del teléfono.
La brecha generacional. Dado el rápido ritmo de cambio de la sociedad, las experiencias y valores de una generación parecen cada vez más anticuadas y extrañas a la siguiente. De ahí el término “brecha generacional”, que se ha colado en nuestros diccionarios. Mientras tanto, cada nuevo golpe a los valores tradicionales por parte de la rebelde cultura pop y los escandalosos creadores de tendencias ha sacudido épocas enteras y erosionado los valores que una vez unieron a la sociedad. ¿Cuál es el resultado? La mayoría de las personas mayores han sido marginadas y no pueden seguir el ritmo de los cambios.
El cambio. Un entorno desconocido puede romper vínculos vitales con el pasado. Haber crecido en un determinado modo de vida, en un entorno rural por ejemplo, puede hacer que los nuevos entornos, como la vida en la ciudad, parezcan impersonales y dolorosamente desconocidos. En la vejez, las personas mayores suelen tener dificultades para adaptarse a un nuevo entorno.
Las ciudades grandes y ajetreadas no son los mejores lugares para aferrarse a la historia personal y cultural. Incluso los jóvenes se sienten obligados a ajustarse y mezclarse con la multitud hasta el punto de que su identidad personal se ve a menudo amenazada, si no es que totalmente barrida, por la naturaleza impersonal de la vida urbana. Para las personas mayores puede ser extremadamente duro verse obligados de repente a cambiar los hábitos de toda una vida y adaptarse a nuevas formas de vida.
El divorcio. Las familias rotas suponen una tragedia para las personas mayores. Los sueños y esperanzas que los matrimonios construyen en torno a sus familias pueden verse truncados en la vejez por el divorcio de uno de sus hijos. Las consecuencias, cuando se disponen a disfrutar de sus años dorados, pueden ser angustiosas. De repente, toda la familia queda desunida, a veces de forma irreparable. La relación entre abuelos y nietos se complica de inmediato cuando las parejas divorciadas con hijos vuelven a casarse.
Los costos. El cuidado de los ancianos generalmente viene con un precio de atención médica elevado. La generación del baby boom posterior a la Segunda Guerra Mundial son ahora personas mayores que reclaman pensiones de jubilación. Muchas autoridades locales tienen dificultades para atender al desproporcionado número de personas mayores que hay en la sociedad. Las burocracias están sintiendo el peso de la responsabilidad que muchas naciones asumieron bajo gobiernos socialistas en tiempos de relativa opulencia, y ahora luchan por hacer frente a lo que se ha convertido en una carga gigantesca.
Además, el valor real de las pensiones y de los ingresos fijos procedentes del ahorro se deteriora en un sistema económico inflacionista. Las personas mayores con pensiones inicialmente adecuadas pueden caer fácilmente en la pobreza cuando los gastos de transporte, alimentación, alquiler y atención médica se disparan. Compensar estas carencias puede convertirse en una carga financiera insoportable para muchas familias.
Valores equivocados. Se considera que las personas mayores tienen poco valor económico, salvo por lo que puedan dejar al morir. En un mundo orientado a los resultados, los ancianos suelen ser menospreciados o ignorados porque no se les considera útiles o productivos.
Pero Dios pone un fuerte énfasis en respetar y atender las necesidades de los ancianos.
Las sociedades que nos rodean en Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, etcétera, han caído a un nivel moral tan lamentable que la mayoría de las sociedades menos desarrolladas, incluso primitivas, muestran más respeto por los ancianos que nosotros. Los aborígenes respetan mucho a los ancianos. En China, cuanto más blanco es el cabello de un maestro, más honor recibe. En Japón, se considera un deber natural de la familia cuidar de los abuelos en su vejez. En los países de Europa del Este, tradicionalmente uno de los hijos se queda en casa para cuidar de los padres ancianos. En la tribu bantú de Kenia, los abuelos desempeñan un papel destacado en la instrucción de los jóvenes. Incluso muchos jóvenes árabes te dirían que no hay mayor desgracia que abandonar a los ancianos. Sin embargo, en EE UU y Gran Bretaña, los ancianos son marginados, deshonrados y despreciados.
Estas naciones de Israel en particular deberían saberlo mejor. Dios odia que se falte el respeto a los ancianos. Odia la forma en que son maltratados, subestimados y abusados en nuestras sociedades.
Así que la pregunta es: ¿Sientes un gran respeto por las personas mayores?
Proverbios 16:31 nos dice: “Corona de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia”. Y Proverbios 20:29 nos dice: “La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez”. ¿Qué joven ve eso hoy? ¿Lo ves tú?
El profeta Isaías predijo el tipo de sociedad que tenemos hoy: “Y les pondré jóvenes por príncipes, y muchachos serán sus señores. (…) El joven se levantará contra el anciano, y el villano contra el noble” (Isaías 3:4-5). Se profetizó que esto ocurriría en el mundo, pero no debería ser así en la Iglesia.
Un ministro me contó esta historia: “Una mujer mayor me telefoneó hace poco. Incluso por teléfono, pude detectar preocupación en su voz. Había tomado algunas decisiones financieras y quería asegurarse de que diezmaba adecuadamente de acuerdo al resultado de sus decisiones. En el transcurso de la conversación, esta persona tan amable me contó lo difícil que era para ella tener que tomar decisiones serias por sí sola. Verás, su esposo y amigo de muchos años había fallecido de forma inesperada varios meses antes”.
“Lo habían hecho todo juntos. Trabajaron juntos, construyeron una vida juntos y ahorraron unos sólidos ingresos para la jubilación. Pero su esposo nunca llegaría a jubilarse. Una mañana sufrió un repentino ataque al corazón mientras se vestía para ir a trabajar. Sus planes de una jubilación activa se vieron truncados por la muerte”.
“Después de responder a sus preguntas sobre el diezmo, me dijo: ‘Por cierto, ¿podría dar un estudio bíblico o un sermón sobre el cuidado de las viudas?’. Noté un tono de tristeza y desánimo en su voz”.
“Dijo que desde que su esposo murió, se ha sentido increíblemente sola. Dijo: ‘Parece que ya nunca me invitan a cenar a casa de nadie”.
“Esta viuda me contó que su esposo había preparado más que adecuadamente su seguridad financiera. Sus necesidades monetarias estaban cubiertas. También dijo: ‘Los jóvenes no me incluyen en sus actividades sociales. Me encanta estar con personas jóvenes”.
“Esta mujer vive en una casa preciosa en un barrio agradable; a primera vista, su calidad de vida parece muy buena. Pero ella me explicó: ‘Lo que más necesito es alguien con quien hablar”.
Job escribió: “En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia” (Job 12:12). También escribió: “Yo decía: Los días hablarán, y la muchedumbre de años declarará sabiduría” (Job 32:7). Eso requiere que alguien les enseñe; requiere que los jóvenes pasen tiempo cerca de estos miembros mayores y más sabios. Dios nos dice incluso que debemos levantarnos en señal de respeto cuando un anciano entra en nuestra presencia: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo [el Eterno]” (Levítico 19:32). ¡Fíjate que Dios vincula el concepto de respetar a los ancianos con temerle y venerarlo a Él.
Recuerda que Jesucristo Mismo tiene canas: ¡se le describe con el cabello tan blanco como la lana! (Apocalipsis 1:14). Sigue el ejemplo que Jesucristo dio cuando se encargó del cuidado de Su madre anciana cuando pasó por la prueba final de Su vida física, poniendo las necesidades de ella por encima de las Suyas propias incluso cuando estaba en la cruz (Juan 19:26-27). Desecha la visión retorcida que la sociedad tiene de sus miembros mayores y dales el amor y el respeto que nuestro Padre —el Ser más antiguo del universo— nos dice que se merecen.
Demuestra que valoras a nuestros mayores por la sabiduría y experiencia que aportan a la Familia de Dios y dales el ánimo que realmente necesitan de ti como joven de Dios.
Consejos para relacionarte con los ancianos
¿Cómo podemos satisfacer mejor las necesidades de esta viuda y honrar a la generación de más edad? Aquí hay siete puntos de acción:
1. Ora por la actitud y los motivos correctos.
Pide a Dios que se asegure de que tu actitud hacia los ancianos es la correcta. Asegúrate de que lo haces por las razones correctas.
2. Siéntate y habla con los mayores en los servicios de Sábado.
Incluso puedes llamarlos por teléfono. Si te preguntas de qué hablar con ellos, aquí tienes algunas sugerencias:
- Pregúntales por su adolescencia.
- ¿Cómo entraron a la Iglesia?
- Descubre cuáles fueron algunos de sus momentos más embarazosos.
- ¿Cómo se sintieron en su primer baile?
- ¿Qué era lo que más les preocupaba en la secundaria?
- ¿Cuáles son o eran sus mayores alegrías, penas y miedos?
- Pregúntales por su familia: hijos, nietos, etcétera.
- Pregúntales cómo se las arreglan para vivir.
- Pregúntales si necesitan algo. ¿Puedes llevarlos a algún lado?
- Pídeles algunas palabras de sabiduría para la aplicación práctica de las lecciones de vida que han aprendido.
- ¿Qué milagros han experimentado en sus vidas?
- ¿Qué pruebas han pasado?
La mayoría de las personas mayores estarán encantadas de compartir sus historias contigo. Recuerda: ¡Las personas mayores entienden lo que es ser adolescente más de lo que te imaginas! Ellos realmente entienden; también fueron jóvenes.
3. Permíteles que te hagan regalos (golosinas, recuerdos, etcétera).
Es su forma de dar las gracias. (Si es algo muy valioso, pide primero autorización a tus padres).
4. No hagas por ellos cosas que quieran hacer por sí mismos.
Busca oportunidades para servir, pero deja que hagan ellos mismos las cosas que realmente quieren hacer, aunque les lleve más tiempo. A nadie le gusta sentirse inútil.
5. Si puedes, invita a una persona mayor a tu casa. Organiza una salida a la que puedas llevarlos.
Intenta incluirlos en tus actividades en la medida de lo posible. O intenta visitarlos en sus propias residencias.
6. Cuando pases tiempo con los mayores, debes saber cuándo es el momento de irte.
No te quedes demasiado tiempo.
7. Pídeles consejo.
Pueden darte mucha sabiduría y tú puedes aprender mucho de sus experiencias. Si les pides consejo, también les ayudas a sentirse necesarios y queridos en lugar de inútiles.