Un sueño. Una petición. La grandeza y magnificencia del reinado del rey Salomón comenzó con este planteamiento de Dios: “Pide lo que quieras que yo te dé” (1 Reyes 3:5).
Podemos simplificar demasiado la respuesta de Salomón. Pidió sabiduría, ¿verdad? Fíjese en las palabras que usó en el versículo 9: “Da, pues, a tu siervo un corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande?”.
Dios expresó de otra forma su petición en el versículo 11: “… sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio”. Y al conceder esta petición, dijo: “Te he dado corazón sabio y entendido…” (versículo 12).
La sabiduría dada por Dios es más que sólo “conocimiento mental”. Parte de ella consiste en entender a las personas, entender cómo interactuar con los demás y saber de dónde vienen.
La naturaleza humana, por el contrario, está obsesionada con el yo. “No toma placer el necio en la inteligencia, sino en que su corazón se descubra” (Proverbios 18:2).
Al igual que Salomón, debemos hacer que el objetivo de nuestra vida sea tener un corazón entendido. Salomón pidió esto para poder gobernar mejor. Aquellos en autoridad —padres, maestros, supervisores, jefes, ministros— son más eficaces cuando comprenden realmente las necesidades y perspectivas de sus alumnos e hijos.
Considere todas las oportunidades de enseñanza que tiene en esta vida en las que esto es aplicable inmediatamente. Y más allá de eso, todos podríamos usar más de esto en nuestras interacciones humanas diarias. Debemos dejar que Dios cree este corazón entendido en cada uno de nosotros.
Entendiendo la naturaleza humana
El clásico de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir sobre las personas comienza con el relato de “Two Gun” Crowley, quien escribió una carta justo antes de que la policía lo detuviera, diciendo que nunca haría daño a nadie. Pero le perseguían porque, cuando un agente de policía se acercó a su coche y simplemente le pidió la licencia, ¡Crowley le disparó repetidamente!
Carnegie citó entonces a otro hombre diciendo: “He pasado los mejores años de mi vida dando a la gente los placeres más ligeros, ayudándoles a pasar un buen rato, y todo lo que obtengo es abuso, la existencia de un hombre perseguido”. ¿Quién dijo eso? ¡El famoso gánster Al Capone!
El director de la prisión de Sing Sing de Nueva York dijo: “Pocos de los criminales de Sing Sing se consideran a sí mismos hombres malos. (…) Ellos pueden decirle por qué tuvieron que abrir una caja fuerte o ser rápidos con el dedo del gatillo. La mayoría de ellos intentan, mediante una forma de razonamiento, falaz o lógico, justificar sus actos antisociales incluso ante sí mismos, y en consecuencia sostienen firmemente que nunca deberían haber sido encarcelados”.
Carnegie hizo entonces esta incisiva pregunta: “Si Al Capone, ‘Two Gun’ Crowley, Dutch Schultz, los hombres desesperados tras los muros de la cárcel no se culpan de nada, ¿qué pasa con la gente con la que usted y yo entramos en contacto?”.
Salomón escribió: “No reprendas al escarnecedor…” (Proverbios 9:8). ¿Por qué? Porque no le escuchará o no le creerá. Y este es un rasgo poco útil que todos tenemos en nuestra naturaleza: lo más difícil es admitir el error. Carnegie dijo que conduzca todas sus interacciones humanas con este entendimiento. Esto moldeará su forma de hablar con la gente, de venderles productos, de enseñarles o de motivarles para que cambien su comportamiento.
Por supuesto, Carnegie lo miraba de forma egoísta (el título del libro revela un enfoque del camino del obtener), y se refería a la interacción con personas que carecen de la influencia del Espíritu Santo. Pero este principio podría aplicarse a cualquiera: Esforzarse por ver las cosas desde la perspectiva de los demás. Eso es parte de un “corazón entendido”.
Carnegie escribió: “Si de la lectura de este libro extrae sólo una cosa: una mayor tendencia a pensar siempre en términos del punto de vista de la otra persona, ver las cosas desde su ángulo; si extrae esa única cosa de este libro, podría convertirse fácilmente en uno de los hitos de su carrera”.
Habló de los vendedores que están cansados, desanimados y mal pagados. “¿Por qué? Porque siempre están pensando sólo en lo que ellos quieren. No se dan cuenta de que ni usted ni yo queremos comprar nada. Si lo quisiéramos, saldríamos a comprarlo. Pero ambos estamos eternamente interesados en resolver nuestros problemas. Y si un vendedor puede mostrarnos cómo sus servicios o su mercancía nos ayudarán a resolver nuestros problemas, no necesitará vendernos. (…) Sin embargo, muchos hombres se pasan la vida vendiendo sin ver las cosas desde el punto de vista del cliente” (énfasis añadido).
Esta verdad puede ayudarnos a tener éxito no sólo en ventas, sino en todas nuestras interacciones con los demás.
Entendiendo a la familia
Estos principios son especialmente importantes dentro de las familias. Hablando del matrimonio, el apóstol Pedro amonesta a los esposos: “…vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida…” (1 Pedro 3:7).
A los maridos se les ordena entender a sus esposas, saber qué es lo que las motiva. Un marido honra a su esposa comprendiéndola, escuchándola, conociendo sus limitaciones físicas e incluso emocionales. Tiene que saber cuándo está agotada y qué puede hacer al respecto.
En el versículo 8, el apóstol amplía el tema más allá del matrimonio para incluir nuestras relaciones dentro de la Familia de la Iglesia: “Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables”.
Entendiendo la empatía
La palabra para compasión en el griego original es sympathes. De ahí procede la palabra simpatía, aunque su definición es más parecida a nuestra palabra empatía. La forma en que yo describiría la diferencia entre simpatía y empatía es: la simpatía es sentir por alguien (entiendo que te sientas de cierta manera por algo, aunque yo nunca lo he experimentado), y la empatía es sentir con alguien (siento lo que tú sientes porque me ha pasado lo mismo).
Romanos 12:15 ordena: “Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”. El Nuevo Testamento tiene muchas amonestaciones de este tipo, para que entendamos a nuestros hermanos; para que simpaticemos, incluso empaticemos, con ellos.
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12-13). La frase deentrañable misericordia significa que nos identificamos con ellos, que sentimos lo que ellos sienten. ¡Eso es un trabajo duro!
Vivir de esta manera no significa que los miembros de la Iglesia sean todos los mejores y más íntimos amigos entre sí. Como dijo el apóstol Pablo en ese pasaje, a menudo nos “soportamos” unos a otros con “paciencia”. Pero lo que sí demuestra es que, al menos, debemos esforzarnos por entendernos.
Entendiendo el amor
1 Corintios 13 define el tipo de amor divino y piadoso que hace esto posible. El versículo 4 dice que “el amor es sufrido”. Eso significa que es paciente y tolerante. Humanamente podemos impacientarnos fácilmente con una falta de crecimiento o entendimiento en otra persona. Este versículo también dice que este amor “es benigno”, lo que implica compasión.
Este amor “todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (versículo 7). Aunque este amor no se hace cómplice del mal, está deseoso de escuchar lo mejor de las personas.
Hebreos 10:24 es profundo: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras”. “Considerémonos unos a otros” significa literalmente entender a los demás. Ese es un requisito necesario previo antes de poder estimular con éxito a alguien al amor y a las buenas obras. Si no entendemos a la otra persona, podemos fácilmente “estimularla”, pero no a ningún tipo de amor o buenas obras. Estimúlelas al amor ágapeentendiéndolas primero.
Entendiendo a Cristo
Pablo describe cómo Cristo dio el ejemplo en esto. Cristo hizo todo lo posible por entender a los miembros de Su Familia. Hebreos 4:15 dice que “no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse
[griego sympatheo] de nuestras debilidades”.
Mientras estuvo en la carne, Jesús dio un ejemplo excepcional de empatía. Una docena de pasajes lo muestran motivado a la acción porque se sintió movido por la compasión. Actuó con base en Su empatía.
Hebreos 4:15 dice que, aunque Él no tenía pecado, puede identificarse con nuestras emociones. Además, Él es nuestro Abogado cuando pecamos (1 Juan 2:1-2). ¡Él no usa ese entendimiento para transigir o excusarnos, sino para ayudar al Padre a entendernos mejor y ayudarnos a salir del pecado!
Pablo continúa hablando de cómo los ministros físicos están “rodeados de debilidad” para que “se muestre paciente con los ignorantes” (Hebreos 5:2).
Más adelante en este pasaje, vuelve a escribir sobre Cristo: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (versículos 8-9). Piense en todo lo que Jesús aprendió en la carne. Nunca pecó, pero “aprendió” la obediencia: ¡A través de Su experiencia llegó a entenderla aún mejor!
Entendiendo la paz
La aplicación de este entendimiento semejante al de Cristo en nuestras interacciones humanas nos daría más paz. Un atributo de la sabiduría de acuerdo a Dios es que es “pacífica” (Santiago 3:17).
Antes de nuestra conversión, escribió Pablo, éramos “hijos de ira” (Efesios 2:2-3). Y, a la deriva bajo la influencia de las emisiones de Satanás, operábamos según “los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos…”. Satisfacer nuestros propios deseos egoístas provoca ira y, en última instancia, guerra.
Cuando estaba en secundaria, formé parte de un programa de mediación destinado a reducir las peleas entre estudiantes. Normalmente tratábamos con los alumnos después de que se producían las riñas. Las dos partes infractoras se reunían con un estudiante mediador para ayudarles a resolver los malentendidos y evitar más violencia. La técnica más importante que recuerdo haber utilizado era la inversión de roles. Básicamente, todo lo que tenía que hacer era preguntar: ¿Qué pensarías, o cómo responderías, si estuvieras en su lugar y él te hiciera ese comentario a ti? Por muy sencillo que fuera, siempre me asombraba la cantidad de bombillas mentales que veía encenderse.
Entendiendo a los ministros
Este principio de entender el punto de vista de los demás sirve para todas las etapas de la vida. Incluso prepara al pueblo de Dios para el Reino de Dios, para asumir el papel de “ministros”.
El apóstol Pablo fue un ministro ejemplar en este sentido. “A todos me he hecho de todo”, para eso se esforzaba, ¿por qué? “Para ganar a mayor número. (…) Para que de todos modos salve a algunos” (1 Corintios 9:19-22). Él no predicó el evangelio diciendo: Bueno, tengo la verdad, y pueden aceptarla o no. Él quería entender su punto de vista para que el mensaje de Dios pudiera penetrar de la manera más eficaz.
Para decirlo a la manera de Carnegie: Pablo quería ver las cosas desde el “ángulo del cliente”, no para obtener de ellos, ni siquiera para ganar amigos para sí, sino para que ellos pudieran ganar.
Herbert W. Armstrong usó un enfoque similar en sus escritos al mundo. Conseguía que las personas estuvieran de acuerdo con él desde el principio de sus artículos, por lo menos que estuvieran de acuerdo en que él planteaba preguntas que ellas podrían haberse hecho. Realmente tuvo éxito en estimular a un gran número de personas al amor y a las buenas obras.
Piense en cómo reacciona usted cuando ve que alguien hace algo de forma incorrecta. Es fácil comenzar simplemente a criticar, pero ¿qué tal si trata de discernir en qué está fallando el pensamiento de esa persona? Así es como lo enfocaría un buen profesor.
Carnegie decía que criticar a la gente sólo hace que se justifiquen: “Recuerde que el otro puede estar totalmente equivocado. Pero él no piensa así. (…) Hay una razón por la que la otra persona piensa y actúa como lo hace. Encuentre esa razón oculta, y tendrá la clave de sus acciones, quizás de su personalidad. Intente honestamente ponerse en su lugar”.
En el ministerio de Dios, cuando vemos a alguien atrapado en una forma de pensar o actuar errónea, rara vez empezamos inmediatamente a lanzar acusaciones y sentencias. Por lo general, primero preguntamos y escuchamos. ¿Cómo describen la situación las partes involucradas? ¿Por qué lo hicieron? ¿Qué “sentido” tiene para ellos? ¿Dónde está el fallo en su forma de pensar? Entonces podemos discernir mejor la mejor manera de explicarles los siguientes pasos.
Esto no es muy diferente a la forma en que el profeta Natán confrontó a David sobre su pecado con Betsabé. Dios inspiró a Natán para que abordara el asunto desde un ángulo que realmente hiciera un “clic” en David (2 Samuel 12:1-13).
Así es incluso como el Dios Creador, que todo lo sabe, abordó el pecado de nuestros primeros padres en el Jardín de Edén. Génesis 3:9 dice: “Mas [el Eterno] Dios llamó al hombre, y le dijo…”. ¡Se acabó! ¡Lo vi todo! ¡Estás cortado! No, eso no es lo que Dios dijo. Más bien preguntó: “¿Dónde estás tú?”.
Vea cómo Dios usó las respuestas de Adán para abordar la situación. En primer lugar, la respuesta de Adán reveló un nuevo sentido de vergüenza con respecto a su desnudez y cómo trató de culpar a Dios por haber creado una mujer para él. Luego Dios le preguntó a Eva, quien señaló a la serpiente. (Sin embargo, Dios no le preguntó a la serpiente). Luegocomenzó a juzgar y a sentenciar. Incluso Dios —conociendo ya el corazón— hizo preguntas, trabajó con sus respuestas, hizo que ellos verbalizaran sus intenciones.
Entendiendo el escuchar
Tener un “corazón entendido” requiere ser un buen oyente. El hebreo original para el “entendimiento” que pidió Salomón significa en realidad oír o escuchar. Un corazón entendido es un corazón que escucha.
Después de este asombroso sueño y de la petición concedida por Dios, Salomón se vio inmediatamente confrontado con una disputa desalentadora: dos mujeres que reclamaban ser la madre de un niño que sobrevivió. Observe en el relato de 1 Reyes 3:16-28 lo poco que habla Salomón.
En el versículo 23, Salomón comienza a hablar citando las palabras de cada una de las mujeres, repitiendo lo que dijeron. Esta es una importante técnica de escuchar y aconsejar.
Para entender a la gente hay que tener la habilidad de escuchar. La naturaleza humana dice: Tienes que verlo como yo lo veo. Un corazón entendido y que escucha, pregunta: ¿Cómo puedo ver mejor lo que tú ves?
“El que carece de entendimiento menosprecia a su prójimo; mas el hombre prudente calla” (Proverbios 11:12). Aunque parece que sólo la última mitad de este proverbio se refiere a escuchar, la primera mitad también lo hace. Es fácil menospreciar a alguien antes de escucharle.
Santiago 1:19 nos exhorta a ser rápidos para oír y lentos para hablar. Esto está relacionado con ser lento para la ira. El profeta Isaías dijo que escuchar es un atributo de ser educado (Isaías 50:4). También es un atributo del buen liderazgo.
En Servant Leadership [Liderazgo de servicio], Robert K. Greenleaf escribió: “Sólo un verdadero servidor natural responde automáticamente a cualquier problema escuchando primero. (…) Escuchar de verdad crea fuerza en otras personas”.
Entendiendo lo que atrae
Dios le dio a Salomón “anchura de corazón” (1 Reyes 4:29). “Era mayor la sabiduría” de Salomón que nada de lo que el mundo había visto alguna vez (versículo 30).
El resto de 1 Reyes 4 muestra las hazañas que siguieron a este tipo de sabiduría. Fíjese en esta: “Y para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría” (versículo 34). Este tipo de sabiduría —este corazón grande, abierto y entendido—
atrae a la gente. ¡La gente se siente atraída por esta clase de entendimiento!
Sí, en el futuro la Familia de Dios gobernante atraerá a muchas personas para que aprendan Su camino de amor y paz. Pero apliquemos estos principios hoy en nuestras relaciones personales, familiares y en la congregación para que Dios pueda perfeccionar en nosotros hoy, este corazón entendido abierto y que escucha.