Todos los años, los medios de comunicación alertan sobre brotes de nuevas y virulentas cepas de influenza y otras enfermedades relacionadas con la gripe. El siglo pasado se produjeron tres pandemias de gripe devastadoras. (Una pandemia es un brote de enfermedad que afecta a continentes enteros o a todo el mundo). La peor de ellas fue la gripe española de 1918 a 1919 que mató a casi 40 millones de personas a nivel mundial. Eso casi equivale a la cantidad de personas que murieron durante una década a causa de la Peste Negra medieval (peste bubónica) en Europa, ¡y más que la cantidad de personas que fueron masacradas por las balas y las bombas durante la Primera Guerra Mundial!
Las enfermedades pueden propagarse de forma rápida e imprevisible. Cada vez que la resistencia de una persona disminuye por la fatiga, los viajes, la mala alimentación o la exposición a condiciones climáticas extremas, se vuelve susceptible a la gripe o a cualquier otra cosa que esté “por ahí”.
En la Iglesia de Dios, lamentablemente, parecemos ser particularmente susceptibles a los problemas causados por diversos contagios. Sin embargo, las probabilidades de que nos enfermemos se reducirían sustancialmente si observáramos las leyes de cuarentena de Dios, que se describen para nosotros en el Antiguo Testamento.
¿Por qué la enfermedad?
¿Por qué somos susceptibles a las enfermedades contagiosas?
En primer lugar, hasta cierto punto, el pueblo de Dios vive en una comunidad cerrada. Nos reunimos a menudo (Malaquías 3:16), tenemos compañerismo cada Sábado y, en algunos casos, incluso trabajamos juntos.
En segundo lugar, algunos tienden a pensar que Dios se ocupará automáticamente de nosotros, que las plagas de este mundo no nos afectarán. Sin embargo, Dios sólo se ocupará de nosotros si ponemos de nuestra parte. Después de todo, la obediencia es una de las condiciones para nuestra sanidad.
En tercer lugar, especialmente en el caso de nuestros hijos, a menudo estamos “demasiado ocupados” para hacer un esfuerzo diligente para obedecer las leyes de Dios para la salud. A veces somos descuidados o negligentes. Sin embargo, parte de hacer la Obra de Dios es dar el ejemplo correcto y esforzarse por guardar todos los estatutos y leyes de Dios.
Debemos recordar que Satanás ha sido arrojado a la Tierra y está atacando con vehemencia a los muy elegidos de Dios (Apocalipsis 12:13). No hay duda de que el diablo obtendría un placer pervertido al utilizar enfermedades y dolencias para interrumpir el progreso de nuestros hijos en la escuela, o para obstaculizar nuestra productividad en el trabajo, o para impedir nuestra correcta observancia de los Sábados y las fiestas de Dios.
Debemos tomar precauciones para no darle ventaja. Debemos hacer todo lo posible para evitar la propagación de enfermedades infecciosas. Al hacerlo, no sólo nos ayudamos a nosotros mismos, sino que también damos un ejemplo piadoso a los que nos rodean.
Cada uno de nosotros corre el riesgo de enfermarse a menos que sigamos diligentemente las leyes de Dios para la salud, incluyendo Su ley de cuarentena.
Examinemos la ley de la cuarentena dada por Dios, y determinemos cómo podemos saber si nosotros o nuestros hijos debemos asistir a las actividades de la Iglesia cuando sospechamos una enfermedad.
Una promesa divina
Cuando Dios sacó a la gran compañía de israelitas del afligido Egipto, les dio una promesa notable.
“Y [Dios] dijo: Si oyeres atentamente la voz de [el Eterno] tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy el [el Eterno] tu sanador” (Éxodo 15:26).
¡Qué promesa! Aquí, nuestro gran Creador, nuestro Dios-Sanador, garantiza una libertad de la enfermedad que nuestra sociedad tecnológicamente avanzada generalmente ignora.
Lamentablemente, nuestras ciudades modernas suelen estar congestionadas, contaminadas, asquerosas, malolientes y sucias. Nuestro aire contiene gases tóxicos y esmog; nuestra agua está contaminada con productos químicos industriales, desechos urbanos, antibióticos y una serie de otros contaminantes. Epidemias y pandemias de enfermedades hasta ahora desconocidas siguen azotando a la humanidad, a pesar de los modernos “avances” científicos y médicos.
Sin embargo, la promesa divina de nuestro Hacedor al antiguo Israel, y las mismas normas que les dio, ¡protegerían a nuestra sociedad de la dañina propagación de enfermedades incluso hoy en día!
En sentido estricto, por supuesto, la Biblia no es un libro de texto sobre salud o un manual médico; pero sienta las bases del conocimiento y revela muchas leyes para la salud que la humanidad rechaza en gran medida. (Vea “Principios de cuarentena” más adelante).
La ley de la cuarentena
La plaga de la lepra era una enfermedad temida en la época de Moisés. A la primera señal de la enfermedad, la persona era “encerrada” o alejada de los demás, hasta que los síntomas pasaran la etapa de contagio o desaparecieran (Levítico 13:4). El propósito de esta separación de la congregación era prevenir la propagación de la enfermedad, y ésta era una de las condiciones requeridas para recibir el don de Dios de la protección sobrenatural contra la enfermedad. La persona impura tenía que llevar una mascarilla sobre la boca y decirles a las personas con las que se pudiera encontrar que estaba enferma, para que ellas pudieran evitar contaminarse (versículos 45-46).
Dios nos da instrucciones en Números 5:2-3: “Manda a los hijos de Israel que echen del campamento a todo leproso [o a todo portador de una enfermedad contagiosa], y a todos los que padecen flujo de semen, y a todo contaminado con muerto. Así a hombres como a mujeres echaréis; fuera del campamento los echaréis, para que no contaminen el campamento de aquellos entre los cuales yo habito”.
Durante cientos de años, la lepra había matado a innumerables personas, por lo que la ley de cuarentena se basó originalmente en esta enfermedad. Sin embargo, los principios implicados se aplican a todas las enfermedades.
Es notable que sólo en los últimos siglos la ley de Dios de la cuarentena, que fue dada hace milenios, haya sido “redescubierta” por la comunidad médica. Algunos incluso han atribuido a la Biblia algunos de los avances médicos modernos en el control eficaz de las enfermedades.
El historiador de medicina Arturo Castiglione escribió: “Las leyes contra la lepra en Levítico 13 pueden considerarse como el primer modelo de una legislación sanitaria” (A History of Medicine [Historia de la Medicina]).
El autor de Magic, Myth and Medicine (Magia, mito y medicina), el Dr. D. T. Atkinson, hizo una declaración similar: “Las leyes de la salud establecidas en Levítico son la base de la ciencia sanitaria moderna. (…) La cuarentena moderna se remonta a estas normas sanitarias del Antiguo Testamento…”.
“Es muy singular que una descripción de la lepra, como la que se encuentra en el capítulo 13 de Levítico, haya podido ser escrita tanto tiempo antes de nuestra época. Es notorio que una descripción tan precisa de esta terrible enfermedad como la que aparece en la narración bíblica no se encuentre en la literatura de ninguna nación durante los siguientes 1.700 años”.
Nuestra responsabilidad
La cuarentena protege a los demás cuando nosotros o nuestros hijos hemos contraído una enfermedad contagiosa.
¿Vamos los adultos a trabajar o enviamos a nuestros hijos a la escuela con temperatura, con un resfrío infeccioso y tos? A veces los padres razonan: No estoy seguro de que lo que tiene Juanito sea contagioso, y no quiero que falte al colegio.Ese es un razonamiento inadecuado.
Algunos de nosotros, en nuestra diligencia para ir a trabajar, pensamos: ¡Vaya!, no puedo faltar al trabajo hoy; hay demasiadas cosas que necesitan hacerse. Además, ¡no hay nadie más que haga mi trabajo! Esto también es un razonamiento erróneo; es desconsiderado y egoísta.
¿Por qué?
Volviendo a la ley de la cuarentena, el propósito era evitar el contagio de la comunidad. Como cristianos, tenemos la obligación de cuidar a los demás como lo haríamos con nosotros mismos.
La ley de Dios es amor. El verdadero amor es la preocupación altruista por el bienestar de los demás. Mateo 22:36-40 dice que debemos amar a Dios y al prójimo. Mostrar amor a los demás, incluso a aquellas personas del mundo que están fuera de la corte interna de Dios, implica practicar la llamada “regla de oro” en lo que respecta a las enfermedades. Debemos “hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hagan a nosotros”.
Recuerde que la ley de Dios es el camino a —y la causa de— la felicidad, el bienestar y la vida abundante. Es una cuestión de causa y efecto.
Siempre que sepamos que nuestros hijos han contraído una enfermedad contagiosa, debemos iniciar inmediatamente la cuarentena.
Asistencia a los servicios
Todos somos conscientes de la importancia, así como del valor, de asistir a los servicios de Sábado semanales y a los días festivos anuales. Pero ¿hay ocasiones en las que deberíamos renunciar a ese privilegio?
¡Sí! Sin embargo, en los servicios y en las fiestas de Dios, de vez en cuando vemos a quienes, a pesar de padecer enfermedades infecciosas, entran a los servicios tambaleándose y contagiando su enfermedad a los demás.
Todos debemos comprender que debemos quedarnos en casa cuando tenemos una enfermedad infecciosa. Además, debemos llamar a un anciano para que nos unja.
Dios reveló a Moisés que aquellos que eran impuros no debían tomar la Pascua, pero que aquellos que tenían una razón válida para faltar a la observancia el 14 de Nisán podían tomarla un mes después (Números 9:6-13). En el versículo 13, Dios da la importancia de la observancia de la Pascua diciendo que aquellos que se negaran a observarla serían cortadosde la congregación. Si la Pascua, que es tan importante, podía retrasarse por una razón válida, incluida la enfermedad, entonces la asistencia a los servicios del Sábado y a los días santos también se excusaría por razones similares.
En una carta a los miembros de septiembre de 1962, el apóstol de Dios del tiempo del fin, Herbert W. Armstrong, emitió un juicio sobre la práctica de la cuarentena. Escribió: “¡Importante! ¡Lea con atención! Muchos miembros han sido inexcusablemente descuidados y desconsiderados al traer niños enfermos a los festivales, y también a los servicios locales de la Iglesia los Sábados. A menudo traen niños con tosferina, sarampión, paperas, gripe, varicela y otras enfermedades contagiosas. Los hijos de otros miembros han estado expuestos y se han contagiado de estas enfermedades debido a esto. ¡¡¡Esto debe terminar!!! Si su hijo ha estado expuesto incluso en las dos semanas anteriores a venir, no lo traiga”.
Para no ofender a otro miembro, lo mejor sería esperar en algunos casos hasta que los síntomas más evidentes de la enfermedad hayan desaparecido también.
El Sr. Armstrong continuó: “Si su hijo está enfermo, recurra a Dios a través de uno de Sus ministros por sanidad, o escriba a la sede para pedir un paño ungido. Pero no traiga, bajo ninguna circunstancia, a ese niño hasta que pueda ver realmente que ha sido completamente sanado. Cuando sea ungido, tenga fe –crea– pero si Dios le da una prueba de fe, no traiga al niño con la fuerza de esa fe. Deje que sea sanado con la fuerza de su fe, pero no lo lleve a ninguna reunión o festival de la Iglesia hasta que todo síntoma físico haya desaparecido, y la sanidad sea completa”.
Ocasionalmente, un bebé tendrá síntomas de la dentición que se asemejan a un resfriado pero que no lo son, como secreción nasal, fiebre leve o diarrea. Los padres en la Iglesia de Dios no deben suponer que su bebé está solamente en proceso de dentición y por lo tanto permitir que otros niños estén expuestos a él en los servicios o actividades de la Iglesia. Los bebés que presenten tales síntomas deben permanecer en casa, aunque sólo sea para evitar dar un mal ejemplo a los demás, quienes pueden no darse cuenta de que al bebé sólo le están saliendo los dientes. No es sabio ni correcto a los ojos de Dios arriesgarse con la salud y el bienestar de los demás; tampoco es correcto ofender o poner una piedra de tropiezo ante un hermano filadelfino.
Como el Sr. Flurry nos ha enseñado, los filadelfinos deben demostrar un amor de acuerdo a Dios muy especial hacia los hermanos. Porque, al hacerlo, ¡estamos honrando y sirviendo directamente a Cristo!
Debemos amar a nuestros hermanos lo suficiente como para no querer verlos sufrir más de lo que nosotros mismos querríamos sufrir. Jesucristo estableció el estándar definitivo para nosotros, porque nos amó lo suficiente como para entregarse por nosotros. ¡Él sacrificó Su vida para que nosotros pudiéramos vivir!
Nosotros también deberíamos estar dispuestos a sacrificarnos por el bien de los demás. Si vemos que nosotros o uno de nuestros hijos está enfermo, deberíamos estar dispuestos a renunciar al placer del compañerismo y al deseo de escuchar los mensajes de los ministros de Dios para estar seguros de no propagar una enfermedad que haría sufrir a un hermano. Recuerde, ¡todo sufrimiento es el resultado del pecado!
Pecado físico
Nuestro gran Creador Dios hizo el cuerpo humano para que su condición normal sea de buena salud robusta, vigorosa y radiante.
La enfermedad y las dolencias son anormales. La Biblia nos dice que la enfermedad es un resultado directo del pecado físico.
Incluso el famoso filósofo Elbert Hubbard comprendió algo de este principio bíblico. Una vez dijo: “De dos cosas, ser arrojado a la cárcel o enfermarse, ¡enfermarse es la mayor desgracia!”.
El Sr. Armstrong coincidió con esa afirmación: “Uno es encarcelado por violar una ley hecha por el hombre, podría ser una ley absurda, y haber sido acusado falsamente. Pero cuando uno se enferma, se ha infringido una ley natural, y no hubo una detención falsa. Uno puede quebrantar las leyes civiles hechas por el hombre y no ser atrapado. Pero cuando uno quebranta las leyes de Dios, ¡la pena es automática!” (El Mundo de Mañana, abril de 1971).
La voluntad de Dios es que todos nosotros prosperemos y tengamos buena salud (3 Juan 2). Por lo tanto, el principio que debemos tener en cuenta es el de salvaguardar la salud de los que nos rodean, ya que, al hacerlo, ¡estamos ayudando a mantener el pecado físico fuera de la corte interna!
Obedecer la ley de la cuarentena de Dios nos ayudará a no propagar enfermedades entre nosotros, y nos ayudará a todos a disfrutar más del Sábado y de los días santos.
Asegurémonos de que “ninguna de estas enfermedades” nos sobrevenga, y logrémoslo ejerciendo la fe y la obediencia necesarias para practicar las leyes de Dios relativas a la contención de las enfermedades.
Principios de cuarentena
Estos son algunos puntos que hay que recordar con respecto a la cuarentenaTome la precaución de ponerse en cuarentena primero. No espere a que los síntomas de la infección se manifiesten por completo, porque entonces es demasiado tarde; ya se ha propagado.
Dese cuenta de que la cuarentena no es un estigma. Es una de las leyes sanitarias de Dios. A veces sentimos que si nos aislamos, eso nos deshonrará de alguna manera. No hay razón para sentirse avergonzado por mantenerse alejado de los demás cuando se está enfermo.
Algunos pueden llamar por teléfono a un amigo, describirle los síntomas y preguntarle qué piensa. El amigo puede responder: “No es nada. No te preocupes”, porque quiere que la persona que llama se sienta mejor. Es importante confirmar exactamente cuál es el problema. Si eso no es posible, lo mejor es hacer caso al viejo adagio: “Ante la duda, abstente”, y quédese en casa, fuera de la comunidad, lejos de la congregación. Si hay alguna duda sobre si hay que ir a trabajar o acudir a los servicios cuando se está enfermo, o si hay que llevar a un niño enfermo, los miembros deben llamar a un ministro. Los ministros, por supuesto, no son médicos y no pueden aconsejar como si lo fueran. Sin embargo, aconsejarán a cualquier persona cuyos síntomas parezcan indicar una enfermedad contagiosa que se quede en casa hasta que esté bien, o hasta que un médico le diagnostique que no es contagiosa.
Los padres deben conocer los síntomas de las enfermedades infantiles. Estén atentos a las erupciones, llagas, picazones y fiebres, tanto en usted como en sus hijos. Practique la higiene personal y asegúrese de que usted y su familia siguen continuamente las leyes de Dios sobre la limpieza y la salud.
Hay que saber que no es natural ni normal que los niños contraigan todas las enfermedades “infantiles” que aparecen. Por lo tanto, debemos ser precavidos si uno de nuestros hijos contrae una enfermedad contagiosa como la varicela, la hepatitis o las paperas. El niño enfermo debe ser puesto en cuarentena inmediatamente, y el resto de los niños deben mantenerse completamente alejados del contagio. No es prudente poner en práctica el “antiguo remedio” de encerrar a todos los niños en una habitación para que todos contraigan la enfermedad infantil con la esperanza de que todos “acaben con ella lo antes posible”.
Los muy elegidos de Dios deberían ser excelentes ejemplos de limpieza, higiene y cuarentena. Podemos practicar el dar de la manera correcta no contagiando nuestras enfermedades a los demás, sino dando un ambiente saludable a todos los que nos rodean.