La costosa búsqueda de la felicidad
La felicidad real y abundante no proviene de lo que tienes, sino de hacer lo que es correcto.

¿Cuánto es 5+2? Hay ciertas leyes matemáticas a las que debes apegarte para asegurar la respuesta correcta. Ningún razonamiento humano puede alterar la respuesta matemática correcta a ese problema.

Ahora considera esta ecuación “matemática”: a+b = felicidad. Aunque no lo consideres un problema matemático, la respuesta es tan simple como 5+2. Al igual que las matemáticas, hay que aplicar ciertas leyes y principios antes de obtener la respuesta correcta: felicidad.

Sin embargo, muchos en este mundo son terriblemente infelices. Eso es porque hay mucho razonamiento incorrecto para calcular la respuesta de a+b = felicidad.

¿Y tú? ¿Llevas una vida verdaderamente gratificante, abundante y feliz? ¿Cada día es más gratificante y alegre que el anterior? Consideremos las leyes que producen la felicidad; leyes que nos permitirán resolver correctamente el problema “matemático”.

En primer lugar, veamos lo que no es la felicidad.

La felicidad no se puede comprar

El dinero no puede comprar la felicidad. Todo el mundo ha escuchado eso. ¡Pero nadie parece creerlo!

Por décadas, el adinerado editor de una revista preguntó a sus asociados y conocidos cuánto dinero necesitarían para ser felices. Llegó a la conclusión de que “independientemente de sus ingresos, un lamentable número de estadounidenses creen que si tuvieran el doble de lo que tienen, heredarían el patrimonio de la felicidad prometido en la Declaración de Independencia”. ¿El resultado de sus conclusiones? ¡Nadie tiene nunca lo suficiente!

Tomemos el ejemplo del famoso escritor León Tolstói, autor de La guerra y la paz, la que muchos críticos consideran la mejor novela jamás escrita.

De adolescente, Tolstói aspiraba a ser el hombre más sabio y admirado del mundo. También quería ser el más valiente y el más fuerte. Fue gimnasta, levantador de pesas, peleador de lucha libre y era conocido por su fuerza bruta. Sirvió en el ejército durante varios años. Criaba caballos y era un elegante jinete. Era un hábil cazador. Incluso era un pianista consumado y durante un breve periodo de tiempo pensó en convertirse en compositor. También fundó una escuela para niños campesinos.

Como puedes imaginar, era muy popular entre las damas. Fue padre de 14 hijos, uno de ellos anterior a su matrimonio de 48 años.

Además de todo eso, nació rico y vivía en una finca de varios miles de acres. Vestía con elegancia y estaba en buena forma.

Sin embargo, Tolstói despreciaba a los de clase baja. Se emborrachaba con frecuencia, apostaba montones de dinero y pasaba muchas noches con mujeres indecentes.

Aun así, escribió una de las mejores novelas de la historia del hombre.

¿Vivió Tolstói una vida verdaderamente feliz y abundante? ¿Murió satisfecho con todo lo que había logrado? Quizás la respuesta sea sorprendente: ¡No! Al final toda esta energía y grandes logros le trajeron muy poca alegría e incluso gran dolor.

Al ver que sus posesiones no le hacían feliz, recurrió a la religión y —por sentimiento de culpa— regaló gran parte de lo que tenía. Aun así, se sentía miserable.

A medida que su vida se acercaba al final, estaba en completo desacuerdo con su esposa. Ella se estaba volviendo loca viviendo con él, y él se estaba volviendo loco buscando la felicidad.

Aquí hay algunos extractos de sus últimas anotaciones en su diario:

“26 de octubre de 1910: Estoy muy deprimido en esta casa de locos”.

“27 de octubre: La carga de nuestras relaciones es cada vez peor”.

“28 de octubre: Día y noche todos mis movimientos y palabras tienen que ser conocidos por ella y estar bajo su control. (…) No sé por qué, pero esto despertó en mí una indignación y una repugnancia incontrolable. (…) No podía seguir allí tirado, y de repente tomé la decisión final de irme”.

Con eso, Tolstói se marchó de su casa en mitad de la noche y murió unos días después en una estación de tren. Su última petición fue que no se le permitiera a su esposa verlo.

Su última anotación en el diario: “3 de noviembre: Este es mi plan. Haz lo que debas, pase lo que pase. Y todo es por el bien de los demás y sobre todo por ”.

Fue el más infeliz de los finales que se pueda imaginar para una vida tan llena de posesiones y popularidad.

Las páginas de la historia están llenas de ejemplos como el de Tolstói: aquellos que adquirieron abundantes ganancias materiales antes de morir completamente infelices.

Sin embargo, un ejemplo aún más gráfico de esto está registrado en el libro que casi todo el mundo tiene: la Biblia.

Salomón fue uno de los hombres más ricos que han vivido. Se propuso encontrar la felicidad a través de los placeres y los bienes (Eclesiastés 2:1). Poseía más tierras, más casas, más esclavos y más oro que cualquiera de los que vivieron en su época, ¡y quizá incluso desde ese entonces! Sin duda le haría la competencia a Donald Trump y a Bill Gates. Además de la riqueza física, también tenía cerca de mil concubinas y esposas.

Si no lo tenía, y lo quería, salía y lo conseguía. “Todo lo que mis ojos deseaban”, dijo, “no les negué nada…” (versículo 10; traducción nuestra de la Revised Standard Version [rsv]). Sin embargo, ¿cuál fue su recompensa? ¿Terminó siendo la felicidad?

“Luego consideré todo lo que habían hecho mis manos, y el esfuerzo que tomé para hacerlo; y he aquí, todo era vanidad y correr en pos del viento, y nada había que ganar bajo el sol” (versículo 11; rsv).

Si alguna vez hubo un ejemplo para demostrar que el dinero no compra la felicidad, ¡es éste! Sin embargo, ¿cuántos de nosotros seguimos cayendo en esta vieja trampa? Bueno, ya sé que Salomón no era feliz, podrías razonar. Pero si yo tuviera lo mismo que Salomón, sería diferente. Sería feliz. En ninguna búsqueda la gente se engaña más a sí misma que en la búsqueda de la felicidad.

Vivir con riqueza

Las personas que viven ahora son, en promedio, 4 y media veces más ricas que las que vivían en 1950. El aumento de los ingresos nos permite comprar muchos bienes.

Los hogares que solían tener un televisor ahora tienen tres o cuatro. Las entradas de los coches que antes tenían un solo automóvil ahora tienen tres o cuatro. En un día normal, la mayoría de la gente entra en contacto con docenas y docenas de aparatos diseñados para facilitar la vida.

De hecho, según un estudio, si se mide en dólares constantes, la cantidad de bienes y servicios que hemos consumido en el mundo desde 1950 ¡es igual a la que consumieron todas las generaciones anteriores juntas! ¡No cabe duda de que los seres humanos, especialmente los de los últimos 50 años, consumen mucho!

Sin embargo, al mismo tiempo que nos encontramos en medio de la prosperidad material, males espantosos como la pobreza, los asesinatos, las violaciones, los robos, los suicidios, los abortos y los abusos a niños aumentan a un ritmo igual al de nuestro apetito por el consumo materialista.

¿Es posible que las dos tendencias estén conectadas?

¡La Biblia dice que están muy relacionadas! Pero la mayoría de la gente considera que la Biblia es antigua y arcaica, que no está al día con la sociedad moderna. Eso es porque prefieren no aplicar sus instrucciones en la ecuación de la felicidad. ¡Pero las instrucciones de la Biblia son la única información que nos permitirá alcanzar la respuesta correcta!

De nuevo, hay un camino, una fórmula, una ecuación para la felicidad genuina y la vida verdaderamente abundante. Si queremos encontrarla, primero debemos reconocer que este mundo y las cosas de este mundo no figuran en la ecuación. Eso no hace que la adquisición de bienes materiales esté mal. Sólo que, por sí misma, no trae la felicidad.

Por 6.000 años, el hombre ha perseguido la felicidad de la manera que le parece correcta a sus propios ojos (Proverbios 14:12). Sin embargo, mira lo que ha producido, o, en el caso de la felicidad, lo que no ha producido. La fórmula del hombre para una vida feliz y abundante ha fracasado. Ha conseguido la respuesta equivocada: infelicidad. Acudamos a Dios, nuestro Hacedor, para saber cómo resolver el problema matemático correctamente.

La ecuación

Fíjate en el ejemplo de Caín y Abel, registrado en algunos de los primeros capítulos de la Biblia. En Génesis 4, leemos que Caín y Abel presentaron ofrendas ante Dios. Dios se complació con la ofrenda generosa de Abel, pero no con la ofrenda egoísta de Caín. La Versión Amplificada traduce la última parte del versículo 5 de esta manera: “De modo que Caín estaba sumamente enojado e indignado, y se veía triste y deprimido”.

En el versículo 6, Dios le hace a Caín la pregunta más importante: “¿Por qué estás ensañado [enojado, kjv] y por qué ha decaído tu semblante?”. En otras palabras, ¿por qué eres tan infeliz? ¡Buena pregunta! Caín debería habérselo preguntado él mismo.

Dios responde a Caín: “Si haces bien, ¿no serás aceptado? Y si no haces bien, el pecado se agazapa a tu puerta; su deseo es para ti, pero debes dominarlo” (versículo 7; Versión Amplificada). De nuevo, la palabra “hacer” indica acción. Después de preguntarle a Caín por qué no era feliz, en efecto, Dios dijo: “¡Si haces bien, serás feliz!”. Moffatt traduce este versículo aún mejor: “Si tu corazón es sincero, ¿seguramente te verías brillante? Si eres resentido, el pecado te está acechando, ansioso por atacarte; pero debes dominarlo”.

¡Hay una causa para cada efecto! Si eres infeliz, hay una razón. Caín era miserablemente infeliz, tanto que finalmente asesinó a su hermano (versículo 8). ¿Por qué? Porque Caín no estaba haciendo lo correcto. Estaba demasiado apegado a sus posesiones físicas; a sus mejores animales. Pensó que quedarse con ellos en lugar de ofrecerlos a Dios le daría más felicidad. Pero le trajo todo lo contrario. Además, ¡le invadió la culpa y la vergüenza porque su hermano estaba haciendo lo correcto!

Esta es la variable clave que debe incluirse en nuestra ecuación de la felicidad. La felicidad real y abundante no viene de lo que tienes, sino de hacer lo que es correcto,
y no hacer lo que es correcto a tus propios ojos, sino lo que es correcto a los ojos de Dios. Si tienes eso como tu enfoque principal en la vida, tienes garantizada una alegría y una felicidad superabundantes.

La clave para esta vida feliz es tan simple y directa como calcular la respuesta de 5+2. Pero eso es todo. Es tan simple que la mayoría de la gente no la reconoce. Piensan que es algo mucho más grande y complicado. Y no lo es.

La felicidad es una forma de pensar. Es una condición de la mente. Viene como resultado de hacer lo que está bien. Eso significa acción. Significa hacer que tu vida sea útil, exitosa y preocupada primero por crecer en el conocimiento del amor altruista de Dios.

Para guiarnos en nuestro viaje espiritual, Dios nos ha dado reglas, o leyes, que gobiernan la vida feliz y abundante, como las leyes científicas gobiernan las matemáticas. Dios puso en marcha esas leyes para que pudiéramos ser felices.

¿Te das cuenta de que Dios nunca ha dado una orden contra algo a menos que ese acto traiga daño e infelicidad? Las leyes y reglas de Dios están ahí para preservar la felicidad y la alegría, no para quitarlas.

La ley de Dios sólo prohíbe aquellas cosas que traen infelicidad y dolor. Por supuesto que si haces esas cosas que Dios prohíbe, puedes obtener una pequeña emoción carnal o un placer temporal. Hebreos 11:25 muestra que el pecado puede ser placentero por un corto tiempo. ¡Pero siempre hay un efecto bumerán! ¡Pregúntale a Salomón o a León Tolstói!

¿Es aburrida la buena vida?

Hay quienes viven como Salomón o Tolstói, que sólo consumen y consumen, y aun así nunca encuentran la felicidad.

Pero, por otro lado, hay quienes creen que vivir una vida “religiosa” significa renunciar a toda la diversión y la alegría que la vida puede ofrecer. Tolstói probó ambos extremos. Él lo tenía todo y era miserable, así que renunció a todo y siguió siendo miserable.

Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Eso es lo que Dios y Cristo quieren para nosotros: una vida feliz y abundante, ahora y en el mundo futuro.

Sin embargo, este mundo quiere hacernos creer que la felicidad duradera proviene del consumo de bienes y servicios materiales. Pero eso es un pensamiento lamentablemente superficial. ¿De qué nos servirán todas las cosas del mundo si nuestros matrimonios quedan destrozados por el divorcio, si criamos hijos desobedientes e infelices y si nunca llegamos a conocer a nuestro Creador y el propósito para el que fuimos creados?

El apóstol Pablo enseñó que si ponemos todas nuestras esperanzas, sueños y deseos en esta vida material, no seremos felices (1 Corintios 15:19). Eso es una ley. Pablo también dijo que el “amor al dinero” es raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10). Esto no significa que el dinero en sí mismo sea una raíz del mal, sino el amor al dinero: poner los intereses materiales por sobre los de Dios. Esa es la raíz de una vida mala e infeliz.

Al final de su vida, Salomón se arrepintió y volvió a Dios, y dejó registro de algunas valiosas lecciones en el libro de Eclesiastés. Concluyó el libro con una instrucción que todos haríamos bien en recordar y aplicar: “Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio fatiga de la carne” (Eclesiastés 12:12). El mundo se ha inundado de libros e instrucciones sobre cómo alcanzar una vida feliz y abundante. Sin embargo, Salomón finalmente se dio cuenta de que la clave de la felicidad es mucho más sencilla de lo que al hombre le gusta creer. “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (versículo 13).

Tu deber, y el mío, es hacer lo que es correcto, no lo que nos apetece hacer. Si soportas perder amigos, dinero o prestigio porque estás haciendo lo que está bien, no te preocupes ni te inquietes. Sólo haz lo que es correcto y ¡serás feliz! No tendrás que soportar años y años de angustia y miseria como hicieron Tolstói y muchos otros. Eso no significa que nunca experimentarás una prueba o un obstáculo que superar. Pero en el interior, en tu mente, tendrás la paz interior y la felicidad que todas las personas buscan.

“Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (versículo 14). Dios te hace responsable de lo que sabes o, en este caso, ¡de lo que lees! ¿Cuántos han leído estas verdades sólo para dejarlas a un lado sin hacer nada debido a ciertos miedos o preocupaciones sobre lo que podría pasar en la escuela o con los amigos si pusieran su vida en las manos de Dios?

Dios te ha creado para actuar, para avanzar siempre y adquirir conocimientos y aplicarlos a tu vida. Él espera que avances física y espiritualmente, dando mayor importancia a esto último.

Es precisamente por eso que muchos llevan una vida infeliz e insatisfecha hoy en día. Han dejado a Dios y Su conocimiento fuera de sus vidas, y por eso, aunque puedan encontrar cierto éxito material, vagan por la vida buscando algún tipo de fundamento espiritual. ¡Dios nos creó para necesitar algo más que el conocimiento material!

La mayoría de las personas en el mundo creen que la felicidad puede consumirse o comprarse, si sólo tuviera lo suficiente. ¡Las estadísticas gritan que eso no es cierto! Por eso ves a tantas personas materialmente exitosas buscando un consuelo espiritual.

La felicidad es un proceso. Benjamín Franklin dijo: “La felicidad no se produce tanto por los grandes momentos de buena fortuna que rara vez se dan, sino por pequeñas ventajas que se dan todos los días”. Es un proceso que comienza con las decisiones que tomas cada día. Vivir correctamente es lo que da la felicidad.

Aprende la lección que la humanidad no ha aprendido durante 6.000 años y luego aplica estos principios a tu propia vida. Aplica las leyes simples y científicas de Dios a tu vida para ver por ti mismo cómo producen felicidad en abundancia. Sólo entonces tu copa rebosará realmente de la felicidad que tantos buscan.