El arte de cerrar la boca
El porqué, el cuándo y cómo callarse

“Ser o no ser, esa…” es la primera frase de un famoso soliloquio, en el que una persona habla consigo misma durante mucho tiempo. En el teatro, un buen soliloquio se considera la cima del logro para un dramaturgo o un actor.

Sin embargo, en una conversación, un soliloquio es francamente irritante.

¿Te das cuenta de que hay momentos en los que es mejor simplemente mantener la boca cerrada? El sabio rey Salomón escribió estas famosas palabras en Eclesiastés 3:1: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Ahora lee el versículo 7: “Tiempo de callar, y tiempo de hablar”.

Hay un tiempo para guardar silencio, permitir que el pensamiento en tu mente simplemente se quede ahí, sin decir nada.

¿Alguna vez has dado un largo monólogo en una conversación que se suponía que era un diálogo? ¿Has disfrutado alguna vez del placer egoísta de flexionar vanidosamente tus músculos conversacionales en el espejo de los desventurados espectadores? ¿Dejas, de vez en cuando, que simplemente “fluya”, dejas que todo lo que viene a tu mente salga de tu boca?

Quizás sea el momento de que aprendas a ejercitar una herramienta personal sencilla, eficaz y vital: el silencio.

Te daré una fórmula garantizada para aprender cómo guardar silencio. (Como podrás imaginar, no es complicada). Pero primero, vamos a ver algunas situaciones específicas que se aplican como “tiempo de guardar silencio”, donde es mejor simplemente “cerrar la boca”.

Cuándo callar

1. Cuando te están dando instrucciones

¿Te ha pasado alguna vez? Alguien está tratando de enseñarte algo, y por tu mente se disparan pensamientos que están implorando salir de tu boca. Ya sé eso. ¿Es realmente cierto? ¿Quién te crees que eres? Eso no es lo que he oído.

Las preguntas son buenas, incluso las objeciones, en determinadas circunstancias. Pero no dejes que te impidan escuchar lo que te están enseñando. Por lo general, cuando se te instruye, es el momento de cerrar la boca y escuchar.

Este es el principio bíblico: “Inclina tu oído y oye las palabras de los sabios, y aplica tu corazón a mi sabiduría” (Proverbios 22:17). Otras escrituras son similares: por ejemplo, Proverbios 4:1; 5:7; 8:6; Eclesiastés 5:1-2. Obviamente, si tu boca está abierta, no estás escuchando lo que se dice.

2. Cuando sabes algo condenatorio de otra persona

Oh, ésta puede ser difícil. Pero tu mamá tiene razón: “Si no puedes decir algo agradable, no digas nada”.

¿Por qué? Aquí hay algunas razones. Probablemente sólo quieras hacerte sentir mejor. No conoces toda la historia. Si tú fueras esa persona, no querrías que tu ropa sucia se aireara delante de los demás. Es bueno resolver un problema vergonzoso sin que todos lo sepan.

Esto es lo que dice la Biblia: “Al que solapadamente infama a su prójimo, yo lo destruiré; no sufriré al de ojos altaneros y de corazón vanidoso” (Salmos 101:5). “No murmuréis los unos de los otros…” (Santiago 4:11; también Tito 3:2; Levítico 19:16).

Dale un respiro a la persona. Cuando sepas que alguien ha cometido un error, guárdalo para ti.

(Sin embargo, ten en cuenta que hay un momento en el que es necesario hablar de ciertos problemas, ya sea con la propia persona o con una autoridad. Ese es tema de otro artículo. Aquí estamos hablando básicamente de chismes).

3. Cuando tengas ganas de exaltarte

¡Ah, ah, ah! No lo hagas. Es una trampa en la que es fácil caer: Si haces algo bueno, quieres que la gente lo sepa, ¿verdad? Si alguien desafía tu habilidad o autoridad en algo, quieres demostrar que se equivocan, ¿no?

Pero recuerda que a nadie le gusta un fanfarrón, excepto al propio fanfarrón. Proverbios 27:2 dice: “Alábete el extraño, y no tu propia boca; el ajeno, y no los labios tuyos”. A la larga, la gente te respetará más si no te oye alabarte a ti mismo. No seas tu mayor fan.

Hay incluso un proverbio que da instrucciones específicas y muy prácticas si alguna vez fallas en este aspecto. Te gustará esto. Proverbios 30:32: “Si neciamente has procurado enaltecerte, o si has pensado hacer mal, pon el dedo sobre tu boca”.

4. Cuando no tienes idea de qué estás hablando

Es mejor que la gente piense que eres ignorante que abrir la boca y despejar toda duda.

Aquí hay una verdad obvia que cualquiera haría bien en recordar: “Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio…” (Proverbios 17:28; Nueva Versión Internacional). Una vez se dijo de un hombre que debió tomarse a pecho este proverbio: “Este hombre culto calla en siete idiomas”. Mantén la boca cerrada y nadie tendrá que saber lo poco que sabes. Eso también te convierte en un mejor oyente y te pone en situación de aprender más.

Cuando hables, esfuérzate por ser alguien en cuyas palabras se pueda confiar. Conoce de lo que hablas. Date cuenta de que cuanto más digas, de más información serás responsable.

Salomón debió tener experiencia práctica con los parlanchines vanos cuando dijo: “En las muchas palabras no falta pecado; mas el que refrena sus labios es prudente” (Proverbios 10:19).

Una persona inteligente habla porque tiene algo que decir; un necio habla porque siente que tiene que decir algo. “El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega” (Proverbios 29:11).

5. Cuando te corrigen

Este es el más difícil de todos. ¡Qué fuerte es el impulso de expresar nuestras objeciones cuando alguien nos dice que hemos hecho algo mal!

Pero los peligros de no escuchar la corrección son fuertes. Es mucho mejor callar y escuchar. Eclesiastés 7:5 aconseja: “Mejor es oír la reprensión del sabio que la canción de los necios”.

Si una persona hace algo malo, hay que enderezarla, o se hará daño a sí misma y a los demás. Pero ¿qué sucede si nunca hace caso cuando alguien la corrige? “El hombre que reprendido endurece la cerviz, de repente será quebrantado, y no habrá para él medicina” (Proverbios 29:1). Eso significa que podría ser su fin, ¡permanentemente!

Acostúmbrate a callar y a escuchar de verdad cuando te están corrigiendo. ¡Hará tu vida mucho más fácil! “Como zarcillo de oro y joyel de oro fino es el que reprende al sabio que tiene oído dócil” (Proverbios 25:12). ¡Asegúrate de tener un oído obediente cuando se trata de corrección!

De hecho, aun si la corrección es injustificada, o si te acusan falsamente, por lo general es mejor no armar un alboroto. Nota el ejemplo de Jesucristo cuando estaba en juicio: “Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho” (Mateo 27:14). Sé fuerte. Mantén la calma y mantén la boca cerrada.

Cómo guardar silencio

Ahora que sabemos por qué debemos callarnos en determinadas condiciones, vamos a repasar la fórmula para aprender cómo. He aquí el arte de callar en cuatro sencillos pasos.

Paso 1: ¡Admítelo!

Admitir que tienes un problema es la mitad de la batalla. Lo primero que debes hacer es detectar una situación
en la que hablaste cuando deberías haber “cerrado la boca”. Tal vez hayas dicho algo desagradable sobre otra persona, o te has encontrado en una conversación en la que hablaste sin parar. ¡Admítelo!

Paso 2: ¡Cierra la boca!

En una situación similar, quizás la misma, siente el poder de retener un comentario que podrías hacer. Estás en una conversación; detectas “uno de esos pensamientos” en tu mente. Ahora, la prueba: ¡Deja que se quede ahí! ¡No lo digas!

Te sorprenderás. Este procedimiento es indoloro. De hecho, te garantizo que sentirás una cierta sensación de logro. Puede que se te pase por la cabeza la imagen de que eres un viejo y sabio jefe que escucha un asunto y luego se queda sentado, fumando su pipa, obviamente sumido en sus pensamientos.

Paso 3: Habla, pero sé conciso.

No puedes andar por ahí callado todo el tiempo. No, también hay “tiempo para hablar”. Cuando tengas algo que sepas que va a ser beneficioso, adelante, date el gusto. Pero recuerda: sé conciso. El antiguo consejo del mundo del espectáculo es este: “Conoce cuándo hay que bajarse del escenario”.

Larry King, conocido en todo el mundo como presentador de programas de entrevistas en cnn, decía que, por regla general, cuantas más personas haya en tu grupo de conversación, más breves deben ser tus intervenciones.

Paso 4: ¡Escucha!

¡Escucha! Cuando te den instrucciones, cuando no sepas algo sobre un tema, cuando te corrijan, ¡Escucha!

En una conversación, haz preguntas abiertas e intenta con todas tus fuerzas no interrumpir. Te darás cuenta de que estás genuinamente interesado por la otra persona, y te costará mucho menos esfuerzo quedarte callado y dejarle hablar. Un hombre dijo una vez: “Un buen oyente no sólo es popular en todas partes, sino que después de un tiempo sabe algo”.

Esta es la culminación de la fórmula, porque escuchar de verdad te permite convertirte en una persona más genuina y sincera. Tus deseos de chismosear sobre los demás disminuirán. Tu afán de exaltarte a ti mismo disminuirá. La sinceridad desinteresada en la conversación es, en definitiva, la fórmula más segura para poder usar eficazmente el silencio. Puede que te equivoques en los otros puntos, pero acierta en éste.

¡Ahí lo tienes! Una guía sencilla para discernir aquellas situaciones en las que la mejor política no es la honestidad sino el silencio. Y tienes una fórmula para poner en práctica el arte de callar en tu vida. ¡Ve si esto no tiene un uso práctico básicamente a diario!

Practica la herramienta del silencio, y aunque no lo creas, te ayudará a mejorar también tu forma de hablar. Ya tendrás el hábito de aprender a controlar lo que sale de tu boca. Esa es una parte importante del crecimiento. “El corazón del sabio hace prudente su boca, y añade gracia a sus labios” (Proverbios 16:23).

Pero recuerda siempre que, a veces, “hablar o no hablar”, esa es la cuestión.