Cuando mi madre murió, heredé dos álbumes de fotos interesantes, uno con su historia personal y otro que había guardado para mi padre, que había muerto 17 años antes. Al revisarlos con más detenimiento como huérfano de mediana edad, me di cuenta de algo que no había considerado cuando mis padres estaban vivos: eran dos personas muy diferentes con dos orígenes muy distintos. Es cierto que no era su primer matrimonio y que había una gran diferencia de edad, pero la variedad de acontecimientos que tuvieron que ocurrir para que entraran en la vida del otro (y para que yo entrara en escena) parecía abrumadora.
Considera a tus padres y todas las circunstancias que los unieron. Piensa en lo que te hizo posible. Cuanto más nos remontamos en el árbol genealógico, más asombrosa parece nuestra historia.
Sólo una generación atrás me queda el misterio de qué llevó al padre de mi padre (Frank Malone, un chico de campo del centro de Missouri) a San Luis para conocer a la hija de una inmigrante alemana (Viola Augusta Frieda Taube). No sabré la respuesta en esta vida, ¡ya que mi padre era mucho mayor que yo y sus padres nacieron antes del siglo xx! Lo que sea que los unió debe ser igual de asombroso que la historia de mis propios padres. Por parte de mi mamá: su padre fue expulsado de Kentucky por un delito (aún desconocido para nuestra familia) y llevado a San Luis donde, en algún evento social, conoció a una granjera alemana que trabajaba como sirvienta en una casa adinerada. Otra historia asombrosa.
Tú tienes historias similares en tu pasado, no sólo de las dos personas que te hicieron, sino de las cuatro que los hicieron a ellos.
Mirando los registros de una generación anterior, puedo ver que los padres de mi abuela Viola se conocieron después de que la familia de su madre emigrara de Alemania y se mudara al lado de la familia de su futuro padre. Son dos personas unidas por encima de un enorme océano. Otra generación atrás, por parte de mi mamá, hay una situación similar: dos alemanes, que habían emigrado a Estados Unidos con sus padres con una década de diferencia, se instalaron en el mismo condado. Probablemente nunca se habrían conocido en Alemania. Sin embargo, ahora tienen un legado de múltiples docenas de tataranietos.
Arriba en el árbol genealógico
Considera las innumerables variables de las dos personas que te hicieron a ti, las cuatro personas que hicieron a esas dos, las ocho que hicieron a esas cuatro, las 16 que hicieron a esas ocho, las 32 que hicieron a esas 16, y luego las 64, 128, 256, 512 y los 1.024 tatarabuelos que tienes. Retrocede 20 generaciones y son 1.048.576 personas; 30 generaciones atrás son más de mil millones.
Si nos detenemos en sólo 10 generaciones, es desconcertante pensar que tu creación requirió más de 1.000 personas: son más de 500 historias de amor, 500 conexiones, que tuvieron que ocurrir para producirte a ti.
En tu árbol genealógico, señala dónde llamó Dios a alguien para que saliera de este mundo. Tal vez, como yo, tus padres fueron los primeros. Tal vez fue uno o los dos padres de ellos, o incluso más atrás para algunos jóvenes en la Iglesia de Dios ahora.
Mirando el engranaje de todos estos árboles genealógicos en la Iglesia de Dios, es probable que veas un conjunto muy estratégicamente dispuesto de personas llamadas que maximizarán los esfuerzos de Dios cuando Él extienda su mano para salvar a toda la humanidad. Multiplica esas más de 1.000 personas en las últimas 10 generaciones de tu familia, por el Cuerpo de Cristo (para aquellos que no están inmediatamente relacionados con alguien más en la Iglesia), y podrás vislumbrar mejor lo que Dios está haciendo al llamar a un puñado de “primicias” en esta vida, como celebra el día de Pentecostés.
Podemos concebir nuestro llamamiento a salir del mundo en una dirección “horizontal”, siendo los pocos cuyas mentes han sido abiertas de entre todos los que están vivos hoy. Pero piensa en lo especial que eres en una dirección “vertical”, sube por el árbol genealógico a los múltiples millones en tu árbol familiar que fueron antes que tú y que no conocieron esta increíble verdad.
Cuando Dios llama a alguien a salir del mundo, definitivamente está pensando hacia “abajo” en el árbol genealógico hasta bien entrado el futuro. En su famosa oración de la última noche antes de su crucifixión, Jesucristo oró por las generaciones de primicias que le seguirían (Juan 17:20), y, en su primer sermón de Pentecostés, el apóstol Pedro dijo que la promesa del Espíritu Santo se ofrecía “para vosotros (…) y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos” (Hechos 2:39). Dios estaba pensando en los hijos de los llamados, así como en los “lejanos”, ¡tanto geográfica como generacionalmente!
¡Esto hace que tu existencia sea asombrosamente especial! El hecho de que tengas acceso a Dios a través de un padre creyente (o un tutor que te haya criado) te convierte en un ser humano asombrosamente único en la historia de la humanidad.
La Biblia revela que Dios ha estado trabajando con los que llama mucho antes de que realmente los invite a ser parte de sus primicias (Judas 1). Ese versículo dice que después de apartarlos para ser considerados, Dios los “preservó” en Jesucristo antes de invitarlos finalmente. Muchos de los llamados tienen historias de protección milagrosa mucho antes de ser llamados. Algunas primicias incluso tienen padres y abuelos que ellos mismos, aunque nunca fueron llamados a la verdad de Dios, sobrevivieron a situaciones imposibles, lo que sugiere que Dios puede haber considerado si llamar a una primicia al menos una o dos generaciones antes.
Mi padre solía contar una historia de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Estaba en la Guardia Costera y navegaba hacia Japón para una invasión terrestre. Sabían que las posibilidades de sobrevivir eran escasas. Pero recibieron la noticia de que Estados Unidos había lanzado la bomba atómica sobre Japón y la guerra había terminado. Nadie en su barco sabía lo que era una “bomba atómica”, pero papá solía decir que si sus barcos no hubieran dado la vuelta y vuelto a casa, probablemente no habría sobrevivido y nunca habría sido llamado. (También siempre añadía que yo nunca habría nacido).
Una vez invitados como primicias, Dios nos pone en el “cuerpo de Cristo” exactamente donde mejor se ajusta a sus planes (1 Corintios 12:18-27). Y también espera que muchos de ellos críen a sus propios hijos en este camino de vida.
Varios versículos intrigantes sugieren que Dios estuvo de alguna manera involucrado en el proceso de gestación y nacimiento de algunas de las figuras bíblicas más famosas (Salmo 139:13-16; 1 Reyes 13:2; Jeremías 1:5) y de algunos de los no nombrados e inconversos (Job 31:13-15).
Dios conoce a cada pajarillo (Lucas 12:6) e incluso llevará un ave a la mitad del mundo si le ayuda a cumplir su voluntad (Isaías 46:10-11). También conoce a cada descendiente de la tribu de Israel hasta un “granito” (Amós 9:9), y cuenta cada cabello de nuestra cabeza (Mateo 10:30; Lucas 12:7). ¡Nos conoce a nivel molecular!
Dios calculó para ti
Como dice nuestro folleto de Judas: ¡Usted no se tropezó casualmente con la Iglesia de Dios! ¡Usted fue invitado por Dios! No hay hijos accidentales en la Familia de Dios, como algún embarazo accidental. ¡Dios lo calcula en el más minucioso detalle!”.
El llamado de las primicias está muy calculado. Eso es lo que tiene de asombrosamente especial y milagroso. Otra palabra que la Biblia utiliza para describirlo es predestinación. Para entender verdaderamente este tema se requiere comprender el significado de Pentecostés: que Dios está llamando sólo a unos pocos ahora, por delante del resto (al resto se le dará una oportunidad a su debido tiempo). Los llamados ahora han sido seleccionados para un servicio único a la Obra de Dios hoy en día, así como para ser el grupo de pioneros que ayude a guiar al resto del mundo hacia Dios cuando Él abra las mentes del resto de la humanidad.
Dios “predestinó” que este grupo fuera llamado antes que el resto en la “fundación del mundo” (Efesios 1:4-5; 2 Timoteo 1:9). No indica que el conocimiento específico de personas concretas se produjera hace tanto tiempo, sino que en algún momento Dios sabía de cada uno de nosotros individualmente, probablemente mucho antes de lo que podríamos sospechar inicialmente.
Estar predestinado no significa que cualquiera de nosotros estuviera “destinado” a hacer una determinada elección, sino que se nos iba a dar primero la oportunidad de hacerla.
Romanos 8:29-30 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó”.
Aquellos a quienes Dios conoció de antemano (véase también Romanos 11:2) fueron los que llamó. Herbert W. Armstrong explicó que esta predestinación “no tiene nada que ver con que usted tome una decisión o con su destino; sólo tiene que ver con el tiempo de su llamado, ya sea que usted sea llamado ahora, en esta época, o más adelante” (Predestination—Does the Biblie Teach It? [La predestinación: ¿la enseña la Biblia?]).
El apóstol Pedro nos llamó “Elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 Pedro 1:2).
“¡Qué grande es Dios!”, continuó el Sr. Armstrong. “Si es uno de los llamados ahora, Dios le ‘conocía de antemano” (ibíd.).
Nadie se ha colado en la Iglesia de Dios por accidente. Estaba calculado.
Los primeros en dar fruto
La predestinación no elimina nuestra elección. Cualquiera que sea llamado ahora podría rechazar ese llamado. Pero esta invitación significa que Dios pensó que la probabilidad de nuestro éxito era muy alta. Así que si alguno de los primeros frutos fracasa, sólo podemos culparnos a nosotros mismos. Tenemos un papel que desempeñar. Tenemos libre albedrío. Como dijo Pedro: “Procurad hacer firme vuestra vocación y elección” (2 Pedro 1:10).
En Mateo 3, un grupo de judíos se creía especial para Dios sólo por su genealogía. Juan el Bautista respondió: “Y no penséis decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo que Dios puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras” (versículo 9). Entonces, ¿por qué Dios no levanta simplemente piedras? ¡Él quiere una familia completa de seres Dios! Gálatas 3:29 revela que, aunque alguien no sea de la semilla de Abraham físicamente, su llamado lo hace semilla de Abraham espiritualmente.
En el mismo pasaje en el que Pedro nos dice que hagamos firme nuestra vocación y elección, nos encarga que no estemos “ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pedro 1:8).
¡Piensa en el futuro de tu árbol genealógico! Toda esa multiplicación que hicimos al ir “hacia arriba” en el árbol revela un número notable de personas que te formaron. Si pudiéramos trazar un mapa de todos sus elementos, empezaría a parecerse a un diamante (contigo como punta en la parte inferior), que empezaría a formar un ángulo hacia atrás hasta llegar a Cam, Sem o Jafet, los hijos de Noé, y luego al propio Noé. No es de extrañar que los matemáticos hayan calculado que, basándose en la población del mundo, todos deberíamos tener un ancestro común hace unos 4.000 años (que no es mucho después de la muerte de Noé), ya que los árboles genealógicos se cruzan con otros árboles.
Las matemáticas revelan cosas interesantes en la otra dirección (“hacia abajo” del árbol), incluso si acabas teniendo un solo hijo, en términos de cuánto tiempo deberá pasar para que seas un ancestro común de casi todos en una región particular.
Cuando Dios habla de que sus primicias no son “sin fruto”, está hablando espiritualmente. Aunque algunas primicias tienen familias físicas grandes, otros viven y mueren solteros o no tienen hijos físicos. Aun así, convertirán a innumerables personas en el futuro, ¡incluso a personas que los precedieron en su árbol genealógico!
Semillas de primicias
Medita sobre el término “primicias”. Nosotros somos los primeros; somos los “frutos”, pero, como sucede físicamente, los frutos dan fruto. Las primicias son las primeras en dar fruto para el plan de salvación de Dios. Físicamente, los frutos dan frutos a través de semillas físicas. Los melones y las calabazas, por ejemplo, pueden tener cientos de semillas cada uno. ¡Una granada puede contener más de 1.400 semillas!
Dios no sólo está interesado en nuestro crecimiento, sino en nuestras semillas: el impacto futuro que tendremos en toda la humanidad cuando Dios abra su plan de salvación a todos los que han vivido.
El profeta Isaías escribió sobre la maravilla de una nación que nace en un día (Isaías 66:8). Cuando la Iglesia de Dios se transforme en un Reino de seres espirituales gobernantes, se sacudirá la historia de la humanidad. Con el Reino de Dios gobernando, aquellos humanos que vivan en esta nueva era tendrán acceso al Espíritu Santo de Dios (Joel 2:28). Esto también es cierto para los que resuciten 1.000 años después (Ezequiel 37:13-14; Apocalipsis 20:5, 11-13).
Isaías profetiza de Cristo que “se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrá límite…” (Isaías 9:6-7). La palabra dilatado aquí puede significar progenie o multiplicación. Si tenemos hijos, Dios quiere utilizar nuestro “futuro” árbol familiar para un propósito estupendo. Pero cada uno de nosotros tiene una historia genealógica que contribuirá a este futuro interminable e inconcebiblemente majestuoso para la Familia Dios.
Dios utilizará sus primicias para traer más “frutos” a la Familia. Isaías también escribió que Dios plantó los cielos (Isaías 51:16). Plantar involucra semillas. Aunque no tenemos del todo claro lo que esto implica, la Familia de Dios contiene las “semillas” de lo que Dios hará en todo el universo. ¡Qué increíble es formar parte de esta fase de las primicias!
Todas las primicias están siendo colocadas en el “bosque” de árboles genealógicos estratégicamente, para servir mejor a la expansión de la Familia de Dios con los que Dios trabajará en el futuro: ¡la humanidad entera!
Eres parte de este llamado porque Dios cree que tienes la mejor oportunidad de éxito ahora. Y lo que este llamado, lo que Pentecostés, nos enseña, es que no se trata sólo de tu éxito. Dios quiere multiplicar ese éxito.