Siendo purificado como el oro
El magnífico e incomparable propósito de las pruebas

La vida de un cristiano verdadero no es fácil. Es una lucha constante y diaria contra Satanás, uno mismo y la sociedad. Sin embargo, en esta batalla Dios promete una verdadera alegría y una vida abundante si nos esforzamos por obedecerle, arrepentirnos y vencer.

Cada año, la Pascua y los Días de Panes sin Levadura nos recuerdan el enorme precio que se tuvo que pagar por el pecado, así como la necesidad de quitarlo completamente de nuestras vidas. Durante siete días, no debemos tener levadura ni productos leudados en nuestras casas (Éxodo 12:15; 13:7); Dios compara el pecado con la levadura, la cual “se hincha” (1 Corintios 5:1-8).

Otra metáfora que representa el proceso de arrepentimiento y de eliminación del pecado de nuestras vidas mencionada en la Biblia es la del oro siendo refinado y purificado.

En el antiguo Israel, en el tabernáculo y más tarde en el templo, Dios quería que todo se hiciera a la perfección. El arca del pacto estaba recubierta de oro puro. Las varas para llevarla estaban cubiertas de oro, así como el propiciatorio y los querubines que lo cubrían. En otra parte del tabernáculo, la mesa para el pan de la proposición estaba cubierta de oro. Los platos, cucharas y tazones utilizados en el servicio del templo eran de oro puro. Los candelabros, las despabiladeras, los platillos, todo era de oro.

Quizás pensemos en el tabernáculo como una tienda desvencijada en el desierto. Pero el tabernáculo de Dios estaba dotado de materiales de la más alta calidad. Todos donaron al fondo de construcción para que la casa de Dios fuera excepcionalmente bella. Si algo iba a estar en la presencia de Dios, tenía que estar hecho de material de calidad.

Hoy, Dios está preparando un templo espiritual. Sus santos muy elegidos conforman ese templo santo al que pronto regresará Jesucristo (1 Corintios 3:9, 17). Herbert W. Armstrong lo explicó claramente en El misterio de los siglos:
“La Iglesia, pues, ha de crecer hasta convertirse en un templo santo, el templo espiritual al cual llegará Cristo, así como la primera vez llegó a un templo material de piedra, metales y madera”.

Dado que somos el templo santo de Dios, debemos preguntarnos individualmente —especialmente en esta época introspectiva del año que precede a la Pascua— ¿con qué calidad de materiales estamos construyendo?

Antiguamente, el rey David preparó ampliamente, “con todas [sus] fuerzas”, los materiales, incluido el oro fino, para que su hijo Salomón construyera el templo de Dios (1 Crónicas 29:1-2). David donó personalmente 3.000 talentos de “oro de Ofir”, que en aquella época se consideraba el más puro y fino del mundo (versículos 3-4).

A través de la inspirada pluma del apóstol Pablo, Dios nos exhorta a construir sobre el fundamento de Cristo con materiales de construcción preciosos, porque se acerca el día en que la obra de cada uno se dará a conocer públicamente (1 Corintios 3:13). Así, al igual que el rey David puso sus afectos en construir la mejor casa posible para Dios, nosotros también debemos desear construir para Dios sólo con los mejores materiales. Debemos desear construir permanentemente en nuestro carácter cualidades refinadas que puedan ser comparadas con ese oro precioso que David donó para la casa física de Dios.

El proceso de refinar y purificar el oro es análogo al proceso por el que Dios desea hacernos pasar mientras nos prepara para que seamos “bien coordinados” en Su templo santo (Efesios 2:21).

¡Somos suciedad!

En las operaciones con metales preciosos, la mena es la principal fuente del oro. La mena debe extraerse de las profundidades de la tierra con gran esfuerzo y gasto, normalmente con maquinaria pesada o con explosivos.

Dios nos eligió a cada uno de nosotros “en bruto”, como un trozo de mineral sin refinar. Judas muestra el proceso por el que pasa Dios: nos separa, nos preserva y nos protege, y finalmente nos llama a formar parte de Su templo santo (Judas 1). Como maestro geólogo y topógrafo, Dios ha pasado un tiempo considerable estudiándonos para medir nuestro potencial para producir un carácter justo, determinando cuánto “oro” podríamos producir.

Lo que es verdaderamente notable es el potencial oculto que Dios ve en cada uno de nosotros. Si fuéramos yacimientos de menas reales, una empresa minera probablemente nos rechazaría. 1 Corintios 1:26-28 muestra que Dios llama a los débiles, viles, necios y menospreciados del mundo. ¿Estamos de acuerdo en que no éramos la mejor de las minas cuando Dios nos seleccionó inicialmente?

Sin embargo, a pesar de nuestros defectos, ¡somos los únicos con los que Dios ha elegido trabajar! ¿Por qué? Aunque muchos nos consideren despreciables, es por esta misma razón que Dios nos ha elegido; para que ninguna carne se gloríe en su presencia (versículo 29).

Se requieren tres pasos de refinamiento

En los tiempos del Antiguo Testamento, había un intrincado proceso de tres pasos para refinar la mena extraída y convertirla en oro purificado.

El primer paso del proceso consistía en machacar, romper y triturar la mena hasta convertirla en un polvo fino. Los elementos que componían la mena, suciedad, roca, minerales, oro y otros metales y materiales no deseados, se pulverizaban totalmente.

La “mena” elegido por Dios tiene una cantidad excesiva de elementos indeseables, o “escoria”. El primer paso en el proceso de refinación ilustra la humillación que todos deben experimentar antes de que Dios pueda comenzar a trabajar con él o ella.

Esta actitud se describe en el Salmo 34:18: “Cercano está [el Eterno] a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos de espíritu”. La palabra hebrea para quebrantado aquí significa destrozado, rasgado violentamente y aplastado.

Cada miembro de la Iglesia de Dios tuvo un período inicial de arrepentimiento. El Sr. Armstrong describió vívidamente en su autobiografía el repetido descalabro de sus negocios que aplastó su vanidad.

Pero este aplastamiento de la vanidad no se hace una sola vez. Debemos mantener una actitud y un espíritu continuos de quebrantamiento ante Dios para que el proceso de purificación pueda continuar durante toda nuestra vida convertida.

Muchas otras Escrituras refuerzan la importancia de estar “quebrantado”. En Isaías 66:2, Dios dice: “Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra”. El apóstol Santiago nos exhorta a humillarnos ante Dios; sólo entonces nos elevará a la gloria (Santiago 4:10). 1 Pedro 5:5 nos dice que nos revistamos de humildad porque Dios resiste a los soberbios y da gracia sólo a los humildes.

Esta actitud aplastada y quebrantada es exactamente lo que Dios deseaba del antiguo Israel cuando lo sacó de la esclavitud del pecado representada por Egipto. Dios llevó a los israelitas a través del Mar Rojo, simbolizando el bautismo y la eliminación del pecado, así como su redención. Podrían haber seguido el camino de Dios y entrar en la Tierra Prometida de Canaán en unos 14 días, pero los israelitas no le creyeron a Dios. No se sometieron a Él como la mena debe someterse al refinador. Por esta dureza obstinada, incrédula e infiel, Dios les permitió vagar por el desierto durante 40 largos años: “Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído [el Eterno] tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos” (Deuteronomio 8:2).

La situación no es diferente para nosotros hoy. A menos que estemos en una actitud de humildad y sumisión y nos sometamos a Dios como nuestro refinador, no podremos entrar en el Reino.

El proceso de refinación del oro en los tiempos del Antiguo Testamento era laborioso. La mena inquebrantable, que se trabajaba con herramientas manuales primitivas, dejaba al refinador sudando y frustrado mientras se esforzaba por romperla.

Imagínese cómo se debe sentir nuestro refinador, Dios el Padre, si después de pasar años trabajando en nosotros, tratando de aplastar nuestras actitudes pecaminosas —con Su Palabra, a través de sermones, sesiones de consejería con Su ministerio y otros medios— todavía nos negamos a ser humillados y guiados. ¿Podría usted estar causando tal frustración a su refinador? Haga una pausa y reflexione profundamente sobre esta pregunta.

Pregúntese: ¿He crecido desde la temporada de Pascua del año pasado? ¿Puedo decir honestamente, ante Dios, que he progresado en la lucha por vencer, porque le permití a Él “trabajar sobre mí” en este proceso de refinamiento espiritual? ¿O todavía estoy luchando con problemas persistentes que no se han resuelto durante años? ¿Soy reacio a ser “aplastado”?

Si usted ha sido “difícil” de tratar para Cristo en los últimos meses, resuelva ahora arrepentirse. No se quede como un trozo de mineral endurecido. Vaya ante el trono de Dios y suplíquele humildemente y con fervor que ablande su dureza para que Él pueda extraer el “oro” potencial que sabe que usted contiene.

Sólo cuando estamos “aplastados” y con un espíritu humilde y arrepentido, el gran refinador puede hacernos avanzar hacia el siguiente paso en el refinamiento del carácter.

Lavados

Una vez que el mineral extraído se tritura y se convierte en polvo, debe someterse a frecuentes lavados y limpiezas. Durante estos lavados, se eliminan en gran medida los elementos no metálicos no deseados; sólo quedan los elementos metálicos.

El primer lavado al que nos sometemos es el bautismo. En Hechos 22:16, Pablo compara el bautismo con el lavado de los pecados. Salimos de las aguas bautismales totalmente lavados de los pecados pasados. Hechos 2:38 amonesta: “Arrepentíos y bautícese”, representando los dos primeros pasos de este proceso de purificación.

Pero al igual que con el primer paso, el lavado continuo debe ocurrir a lo largo de nuestra vida convertida. 1 Juan 1:9 dice que si confesamos nuestros pecados, Dios nos perdonará y nos limpiará de la injusticia. Pablo nos dice que Cristo santifica y limpia a la Iglesia “en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:26-27). Estos son procesos continuos.

Este paso en nuestro refinamiento espiritual no sería posible sin que Jesucristo hubiera sido sacrificado como el Cordero de la Pascua propiciado por los pecados de toda la humanidad. Cristo es el único calificado para limpiarnos de nuestros pecados. Él, en nuestro lugar, pagó la pena de la muerte eterna por nuestros pecados pasados. Su sacrificio perfecto también permitió que el velo del templo se rompiera, dándonos pleno acceso a Dios el Padre. Fue después de Su muerte y resurrección que Cristo se convirtió en nuestro Abogado ante Dios el Padre (Hebreos 1:3; 9:24; Romanos 8:34; 1 Juan 2:1).

Cuando nos acercamos al trono de Dios en oración, tenemos la oportunidad de reclamar personalmente y con valentía las promesas del refinador. Podemos pedir y recibir el “lavamiento” necesario de Él por medio de Su Palabra. Eso también requiere estudio y meditación diaria de la Biblia, junto con ayuno ocasional. El no someterse y realizar este paso nos deja como mineral sin romper o sin lavar. Se detiene el proceso de purificación de Dios. Debemos ir a Él en arrepentimiento y ser lavados diariamente.

¿Cuánto tiempo le da a Dios para que lo lave diariamente? Necesitamos examinar profundamente todos los aspectos de nuestra vida (1 Corintios 11:28; 2 Corintios 13:5). ¿Ve toda la escoria? ¿Está escudriñando la Biblia diariamente como lo hicieron los de Berea (Hechos 17:10-11), con el ferviente deseo de “probar todas las cosas” como Dios quiere que lo haga? (1 Tesalonicenses 5:21). ¿Está usted siendo corregido y guiado para usar la manera de Dios de manejar las cosas en todas las áreas de su vida? ¿Está usted tomando las medidas necesarias para permitir que Dios lave la escoria, o está dando este proceso por sentado?

Debemos acercarnos a nuestro refinador con la misma actitud que tuvo el rey David cuando reconoció su pecado después de cometer adulterio con Betsabé. En el Salmo 51, David oró: “Lávame más y más de mi maldad,
y límpiame de mi pecado. Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos…” (versículos 2-4).

David no quería quedarse con cara de piedra y desafiante hacia Dios. Quería que ese material no deseado y esa escoria fueran eliminadas de su carácter. Vino en una actitud aplastada y arrepentida en una oración profunda y llena de fe ante Dios, ¡pidiendo que esa escoria fuera quitada completamente de él!

David no se detuvo ahí: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve” (versículo 7). No quería ser “restos de mena” inútil que Dios desecharía (versículo 11). Quería eliminar esa escoria de su vida y convertirse en oro purificado. Esta actitud maleable y parecida al oro, es seguramente una gran parte de lo que hizo de David un hombre según el corazón de Dios (Hechos 13:22).

Necesitamos ser lavados y limpiados. A menos que la escoria sea removida de su mente, usted no tendrá parte con Cristo en el Reino de Dios venidero (Juan 13:8). ¿Podría haber algo más serio?

Teniendo esto en cuenta, asegúrese de reservar bastante tiempo antes de la Pascua para orar, estudiar, ayunar y meditar sobre todos los aspectos de su vida. Examine su papel como esposo, esposa, hijo o hija. Examine su observancia del Sábado, sus acciones en el mundo y en el Cuerpo de Cristo, y compárelo con el oro puro y perfecto del ejemplo de Cristo. Asegúrese de que Cristo está “lavando” su mente, librándola de cualquier pensamiento o actitud pecaminosa que pueda tener hacia Su ley o gobierno. Asegúrese de que está preparado para participar en el servicio de la Pascua con una actitud correcta (1 Corintios 11:27-29).

Al hacerlo, usted le permitirá a Dios lavar los elementos espirituales no deseados y todo lo que no forma parte del “oro” puro y perfecto que Dios debe tener para construir Su templo santo.

El horno

En este punto del proceso de purificación, la mena triturada y limpia se recoge y se coloca en crisoles de arcilla; luego debe someterse al horno.

El mineral de oro lleno de escoria se funde a una temperatura extrema de 1.948 grados Fahrenheit (1.064 grados Celsius). Para elevar el horno a esa temperatura al rojo vivo, se utilizan fuelles para bombear oxígeno al fuego ardiente. Una vez que la mena se funde, ocurre algo sorprendente: las impurezas del oro comienzan a subir a la superficie. El refinador puede entonces retirar las impurezas de la parte superior del metal fundido.

Cuanto más se repita este proceso, más puro será el oro.

Este paso en el proceso se compara a las pruebas ardientes que enfrentan los cristianos. Aunque es desagradable, este paso es una parte vital y necesaria de nuestra vida cristiana (1 Pedro 4:12, 19). Sólo después de haber sido puestos a arder en el horno, nuestro refinador puede comenzar a quitar la escoria de nuestro carácter espiritual (Isaías 1:25). Este proceso, llamado calcinación,
se repite una y otra vez. Cada vez se quita un poco más de escoria y el oro se purifica más.

Debemos mantener la perspectiva de nuestro refinador. Esto nos permitirá afrontar las pruebas con alegría y gozo (1 Pedro 4:13) y producir la paciencia que Dios dice que es más preciosa que el oro mismo (1 Pedro 1:7). A lo largo de nuestra vida nos enfrentaremos a muchas pruebas de este tipo. Cada vez debemos recordar que, no importa cuán difícil o dolorosa sea, tenemos la plena seguridad de nuestro refinador de que Él no permitirá que una prueba se convierta en algo superior a lo que podamos manejar personalmente (1 Corintios 10:13) y que Él nos librará de ella (Salmos 34:19).

Sí, Dios nos pone a prueba con severidad para que nos arrepintamos del pecado. A veces permite que nos sucedan circunstancias graves. Pero recuerde, Él no tienta a nadie con el mal (Santiago 1:13). Sólo nos hace soportar la calcinación espiritual hasta que estemos completamente listos para el uso permanente en el templo santo; entonces Él nos “sella”, ya sea a través de la muerte (reservándonos para la resurrección) o a través de la transformación milagrosa que nos sucederá, “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos”, si estamos vivos al regreso de Cristo (1 Corintios 15:52; 1 Tesalonicenses 4:17).

Durante esta etapa del proceso de refinamiento, Dios trabaja para extraer completamente la escoria de la naturaleza de Satanás de todos los aspectos de nuestro carácter. Eso es lo que nos califica, por medio de la gracia (perdón inmerecido). Las parábolas de las minas y los talentos (Lucas 19:11-27; Mateo 25:14-30) ilustran que Dios nos recompensará por nuestros frutos, obediencia y creencia.

Las pruebas ardientes proporcionan las oportunidades necesarias para crecer en la fe. Y hay esencialmente dos maneras que podemos elegir para enfrentar tales situaciones: obediencia o transigencia.

Obediencia o transigencia

Sadrac, Mesac y Abednego se enfrentaron a una prueba en un horno de fuego literal. Tenían que elegir obedecer a Dios con absoluta fe en Sus promesas eternas, o bien transigir y privarse de la oportunidad de crecer y purificarse más con la oportunidad de mayor recompensa en el Reino de Dios.

Nosotros nos enfrentamos a las mismas opciones. ¿Cómo afronta usted, y cómo afrontará, sus pruebas ardientes? ¡Sus elecciones y frutos hoy demuestran su creencia y fe en Dios y en la veracidad de Su Palabra!

Cuando se enfrenta a un obstáculo, ¿su reacción inicial es aprovechar la oportunidad para humillarse ante su refinador y permitirle eliminar la escoria y la levadura de su pensamiento y sus acciones? ¿O busca una manera artificial de eludir o demorar las llamas purificadoras del horno del refinador?

Por ejemplo, en una prueba financiera severa, como una gran deuda, ¿acude usted inmediatamente a su tarjeta de crédito? ¿Se declara en bancarrota? ¿Confía en el rescate de alguien o en un préstamo de alguna institución crediticia? ¿O en lugar de intentar tratar los efectos de su problema, examina sus hábitos de gastos y sus decisiones financieras pasadas para determinar las causas fundamentales de sus problemas económicos?

En una prueba de salud, si usted o un ser querido se enfrenta a una enfermedad o lesión extrema, ¿acude inmediatamente a la fraternidad médica? ¿O considera el hecho de que el pecado físico estuvo involucrado y ante todo necesita las llagas de Cristo para borrar y perdonar la causa de esa prueba de salud?

En una prueba matrimonial, ¿ignora usted sus problemas? ¿Esconde los síntomas bajo la alfombra? ¿Se limita a culpar a la otra persona y no se mira a sí mismo? ¿Pasa por alto la verdadera fuente
de sus discusiones y disputas? ¿Opta por dormir en el sofá o se niega a comunicarse con su cónyuge? ¿Se separa o divorcia, o más bien en humildad ruega a Dios que le purifique y pide la guía de los ministros de Dios?

Hay muchas otras situaciones en las que podemos someternos a la calcinación de Dios o eludirla.

La cruda realidad es que, al eludir una prueba, ¡nos privamos de una recompensa mayor! Le quitamos a Dios la oportunidad de purificarnos aún más. Qué pensamiento tan aleccionador. Elegimos permanecer como oro regular que no es tan puro como podría ser, aún no tan puro como el oro de Ofir.

Una advertencia: Nunca debemos condenar a los hermanos que eligen manejar sus pruebas ardientes de manera diferente a como lo haríamos nosotros. Cuidemos de no juzgar a los demás con dureza. Tal como lo ejemplificó Cristo, debemos orar unos por otros y animarnos mutuamente, como miembros de la misma Familia, a esforzarnos por tener la misma fe de Cristo. Cristo es el Juez de los hombres.

Cuando enfrente pruebas, acuda inmediatamente a su refinador y busque la poderosa ayuda que necesita de Él. Pídale fuerza para no esquivar la prueba, por muy difícil o dolorosa que sea. Sométase a Él en oración, estudio, meditación y ayuno para que Él pueda lavarle y quitar la escoria de su vida, de modo que pueda “recibir la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Santiago 1:12). ¡Nada es imposible con Dios!

Dios está midiendo, ajustando, perfeccionando y preparando Su templo santo ahora mismo. Dios necesita saber si realmente usted Le cree. Él pone a prueba nuestra fe y creencia usando pruebas; nuestras acciones Le muestran si viviremos nuestras vidas en verdadera sumisión a Sus leyes, estatutos y juicios y si permaneceremos fieles a pesar de nuestras circunstancias físicas. ¡No queda mucho tiempo en esta última hora para hacer las cosas bien con Dios!

Nuestra única oportunidad

¿Permitirán Dios el Padre y Jesucristo que haya escoria en Su templo eterno? ¡No!

Preste atención: “Hijo de hombre, la casa de Israel se me ha convertido en escoria; todos ellos son bronce y estaño y hierro y plomo en medio del horno; y en escorias de plata se convirtieron. Por tanto, así ha dicho [el Eterno] el Señor: Por cuanto todos vosotros os habéis convertido en escorias, por tanto, he aquí que yo os reuniré en medio de Jerusalén. Como quien junta plata y bronce y hierro y plomo y estaño en medio del horno, para encender fuego en él para fundirlos, así os juntaré en mi furor y en mi ira, y os pondré allí, y os fundiré. Yo os juntaré y soplaré sobre vosotros en el fuego de mi furor, y en medio de él seréis fundidos. Como se funde la plata en medio del horno, así seréis fundidos en medio de él; y sabréis que yo [el Eterno] habré derramado mi enojo sobre vosotros” (Ezequiel 22:18-22).

A medida que la temporada de la Pascua se acerca rápidamente, piense en esto: Si no nos sometemos a nuestro refinador ni le permitimos aplastar, lavar y derretir la “escoria” pecaminosa de nuestro carácter ahora, finalmente nos veremos forzados a unirnos a los laodicenos cuando Dios los mueva, sin romper y sin lavar —en un intento desesperado de misericordia para ver si Le permiten quitar la escoria de ellos y purificarlos— ¡directamente al horno de fundición de la Gran Tribulación! No queda una segunda oportunidad para nosotros, ¡ésta es la única!


Los que se sometan a ese proceso final de fundición y purificación serán los que realmente compren de Dios el oro probado en el fuego para enriquecerse, y las vestiduras blancas para vestir su desnudez espiritual (Apocalipsis 3:18).

En esta temporada de Pascua, busquemos nuestra escoria y meditemos en la poderosa metáfora de estos tres pasos necesarios para purificarnos y convertirnos en oro fino.