La noche antes que Jesucristo fuera brutalmente golpeado y crucificado, Él hizo Su oración de crucifixión. Esa oración está registrada en Juan 17.
La mayoría de cristianos profesos no entienden esta oración. Pero nosotros necesitamos entenderla profundamente. Esa oración revela muchísimo sobre Dios el Padre y Cristo Su Hijo.
El apóstol Juan fue el único escritor de Evangelio que registró la oración que Cristo hizo antes de Su crucifixión. Existe una razón del porqué Mateo, Marcos y Lucas no escribieron sobre esta oración. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, Él estaba educando a Juan para hacer una obra más allá de lo que los otros apóstoles pudieran hacer porque Juan terminó siendo el único apóstol que no fue martirizado. Juan no escribió su Evangelio sino décadas después que los eventos ya habían sucedido. Esto le dio tiempo a él para meditar en todo lo que esos eventos significaron.
Esta oración de Cristo es fenomenal cuando uno entiende lo que estaba a punto de sucederle en unas cuantas horas. Juan tuvo tiempo de ver cuán profunda fue esta oración. A través de la inspiración de Dios, él entendió por qué era necesario incluir esa oración en la Biblia.
Hay un fondo de esta oración, que la hace más significativa. Muchas profecías en el Antiguo Testamento dan los detalles brutales de lo que Cristo estaba a punto de experimentar. Cristo conocía muy bien esas profecías. Entender esas profecías hace que uno aprecie la oración de Cristo en una forma que nunca antes lo ha hecho.
‘Herido por Dios’
El profeta Isaías registró una de estas profecías. “Él fue despreciado y rechazado por los hombres; un varón de dolores, y experimentado en quebranto y como uno de quien los hombres escondieron sus rostros él fue despreciado, y no lo estimamos” (Isaías 53:3, traducción nuestra de la English Standard Version). Cristo fue un hombre de dolores, por usted y por mí, durante toda Su vida. ¡Estos versículos son fenomenales cuando uno entiende los que estos están diciendo!
Las amenazas a la vida de Cristo comenzaron cuando Él era apenas un bebé. Sus padres tuvieron que camuflarlo para sacarlo de Belén y llevarlo a Egipto porque el rey Herodes había ordenado matar a todos los niños de dos años y menos de edad. Inspirado por el diablo, Herodes quería asegurarse de matar al bebé que estaba profetizado a ser Rey, o sea, Jesús el Cristo.
Cuando salió ese decreto, Jesús no estaba amenazando el reinado de Herodes. Pero, Él pronto reemplazará el gobierno de todos estos reyes del mundo, presidentes, primeros ministros y otros gobernantes. Yo creo que, en menos de una década, ¡este mundo será testigo del retorno de Cristo! Usted verá a Jesucristo ¡venir a esta Tierra con todo Su poder como Rey de reyes! (Apocalipsis 19:16).
La profecía de Isaías 53 continúa en el versículo 4: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (ESV). Note eso: Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Cristo atravesó ese sufrimiento con el fin de dar significado a nuestras vidas. Sin entender por qué Cristo vino a la Tierra y el papel que Él cumple como nuestro Abogado hoy, no tenemos propósito en nuestra vida.
Antes de ser crucificado, Cristo fue azotado terriblemente (Juan 19:1). Isaías también profetizó sobre esto: “Muchos se asombraron al verlo, su apariencia estaba muy desfigurada, más allá del semblante humano, y su forma más allá que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14, traducción nuestra de la Revised Standard Version). Cristo fue azotado, ensangrentado y desfigurado hasta el punto que Él ¡ni siquiera se veía como un hombre!
¿Sabe usted por qué Él sufrió ese trato tan brutal? No fue para pagar la pena por nuestros pecados espirituales, pues Su muerte hizo eso (Ej. 1 Corintios 15:3). La paliza no era necesaria para eso. Él fue azotado porque “por cuya herida fuisteis sanados” (Isaías 53:5; 1 Pedro 2:24). Cristo fue azotado con piezas de vidrio y metal, trozos fueron arrancados de Su cuerpo; por usted. Debido a esa golpiza, Dios nos sanará de nuestras enfermedades y aflicciones corporales. Él promete hacer eso si confiamos en Él y ponemos nuestras vidas en Sus manos en fe. (Usted puede leer todo sobre esta verdad inspiradora en el folleto de Herbert W. Armstrong titulado: La pura verdad sobre la sanidad divina; le enviaremos una copia gratis si la solicita).
Y ¿Por qué fue Cristo crucificado? La paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Pero Cristo fue perfecto. Él no necesitaba morir para pagar por Sus propios pecados porque Él no tuvo pecado. Él lo hizo por usted y por mí. Él lo hizo para que nuestros pecados pudieran ser borrados. Él lo hizo para que pudiéramos tener una oportunidad de nacer dentro de Su Familia como hijos e hijas.
¿Vemos la gran bendición que fue esta crucifixión para nosotros? Sin ésta, nuestras transgresiones no podrían ser perdonadas. Cristo pagó el precio por todos nuestros pecados (Isaías 53:6) si nos arrepentimos.
Declare su generación
El versículo 8 de la profecía de Isaías hace una de las preguntas más asombrosas en la Biblia: “[Y] su generación, ¿quién la contará?” ¿Cuán agradecidos estamos por el sufrimiento y la aflicción que Cristo atravesó? Mostramos nuestra gratitud haciendo la Obra de Dios hoy, o sea, ¡declarando lo que Jesucristo y Dios el Padre hicieron por la humanidad!
Ese sacrificio fue la máxima expresión de amor, de Dios el Padre y de Jesucristo, hacia la humanidad. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Dios deseaba tan profundamente ofrecer salvación a toda la humanidad que ¡Él arriesgó perder para siempre a Su compañero! Eso demuestra el amor insondable de Dios hacia Su creación. ¡Qué bendición tan indescriptible!
Jesucristo nunca cometió pecado. Él no mintió. Él nunca fue violento (Isaías 53:9). No obstante, Él fue herido por el mismo Dios Padre porque Él llevó todos los pecados de la humanidad (versículo 8).
Isaías escribió: “[el Eterno] quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de [el Eterno] será en su mano prosperada” (versículo 10). Por qué quisoDios el Padre, que es amor, ¿ver a Jesucristo experimentar el peor sufrimiento inimaginable? Porque el sacrificio de Cristo hizo posible que la humanidad prosperara. Dios el Padre y Jesucristo no sufrieron eso por ellos mismos. Ellos lo hicieron ¡para que toda la humanidad pudiera prosperar y tener el futuro más grandioso inimaginable! ¡Ese es un mensaje que debemos querer declarar!
La prueba más grande de Cristo
El Rey David fue un profeta. El apóstol Pedro se refirió a cómo los salmos de David profetizaron de Cristo, incluyendo detalles de Su vida y muerte (Hechos 2:29-35). Mateo escribió: “Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Mateo 27:35). Esa es una referencia específica del Salmo 22 de David como una profecía de la crucifixión.
Salmos 22 nos da una perspectiva profunda del pensamiento de Cristo durante ese calvario terrible.
Justo antes de morir, Cristo dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? (Salmos 22:1; Mateo 27:46). La constitución de Cristo fue estremecida. Él sabía que iba a tener que pagar por los pecados de la humanidad, sufriendo la prueba física más grande que un hombre pudiera alguna vez sufrir. Pero asombrosamente, esa no fue la prueba más grande para Cristo. Su prueba más grande fue cuando Él llegó a ser pecado (2 Corintios 5:21), ¡y fue momentáneamente cortado de Dios! Durante toda Su vida eterna, Él nunca había experimentado ¡ni un momento de separación del Dios Altísimo! Él había sido uno con Su Padre por toda la eternidad. Ahora, de repente, Él estaba cortado de Dios; ¡y eso fue horrendo en Su mente! No obstante, Él hizo eso por usted y por mí.
Necesitamos reflexionar profundamente en estas palabras de Cristo justo antes de Su muerte. ¡Vea claramente el precio que tuvo que ser pagado por sus pecados! ¡Un Dios tenía que morir! Él es nuestro Creador. Él vale más que toda Su creación. Aun así, Él estuvo dispuesto a morir experimentando Su prueba más grande, para que podamos prosperar y participar de la salvación.
Él fue azotado para que fuéramos sanados. Él fue crucificado para que nuestros pecados espirituales contra Dios pudieran ser perdonados. Dios quiere que sepamos que nuestros pecados costaron la vida de nuestro Salvador. Los grandes apóstoles tomaron esto seriamente. ¿Podemos nosotros hacer lo mismo? ¡No debemos tomar el pecado a la ligera! El pecado no es algo que podemos pasar por alto. Los pecados que hemos cometido ¡deben traernos a nuestras rodillas con lágrimas corriendo en nuestras mejillas!
Cristo continúa: “Dios mío, clamo de día, y no respondes; Y de noche, y no hay para mí reposo. Pero tú eres santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel” (Salmos 22:2-3). Cristo estaba gimiendo debido al castigo, clamando de dolor. No obstante, en medio de esta prueba de fuego, Cristo declaró la santidad de Dios; ¡Él alabó Su grandeza!
En el versículo 6 Cristo dijo: “Mas yo soy gusano, y no hombre”. ¡Qué perspectiva tan profunda! Eso es lo que todos somos, físicamente hablando. Si somos cortados de Dios, entonces no somos más que gusanos; nos falta entendimiento espiritual y visión, y no tenemos futuro.
Incluso mientras estaba experimentando la prueba más grande de Su vida, Cristo “Se encomendó a [el Eterno]” para que lo librara (versículo 8). El margen muestra que “encomendó” significa literalmente que Cristo “se entregó al Señor”. Barnes’ Notes: “El margen expresa el sentido verdadero de la palabra hebrea. La idea es esa de estar bajo la presión de una carga pesada, y de entregarla completamente, o encomendarla a otro. Por lo tanto, la palabra a menudo se usa en el sentido de encomendarse a otro; confiarlo todo a otro; confiando en otro”. ¡Cristo tuvo confianza total en Dios! ¡Él confió en cada una de las palabras de Su Padre! Él estaba absolutamente seguro de que Dios sabía lo que estaba haciendo, y puso Su causa completamente en las manos del Padre. En medio de la adversidad aplastante, Él nunca perdió la fe. Él sabía que esta era la única forma de que la salvación ¡pudiera ser ofrecida a miles de millones de personas!
Dios es amor, y Él quiere una Familia. Por eso Jesucristo fue llevado hasta “el polvo de la muerte” (versículo 15). Por eso Él fue desfigurado hasta el punto donde Él podía contar los huesos que sobresalían Su cuerpo azotado (versículo 17).
Estudie el resto del Salmo 22, y recibirá un cuadro inspirador de la actitud tan altruista, tan loable, tan llena de fe y tan perfecta, que mantuvo Cristo a través de ese calvario satánico e impactante. Él mantuvo Su mente enfocada en la buena noticia espectacular de lo que ese sacrificio conseguiría: “Se acordarán, y se volverán a [el Eterno] todos los confines de la tierra, Y todas las familias de las naciones adorarán delante de ti” (versículo 27).
Ese sacrificio abrió la salvación a “todas las familias de las naciones”, es decir, ¡a toda la humanidad! Y pronto el mundo entero llegará a entender esta verdad. ¡Qué maravillosa bendición será esta!
Con este contexto, veamos en más detalle la oración de Cristo antes de Su crucifixión.
Una oración perfectamente altruista
Cuando estaba orando a Su Padre, justo antes de Su arresto y crucifixión, Cristo conocía estas profecías sobre lo que iba a experimentar en unas cuantas horas. Él sabía algo muy serio a medida que oraba esa noche. No obstante, prácticamente no lo supiéramos por lo que Él dijo. Esa es la oración más asombrosa y conmovedora que usted leerá en la Biblia.
“Yo te he glorificado en la tierra;” le dijo Cristo a Su Padre, “he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4). ¡Él fue un Hijo fiel y obediente que terminó la Obra de Su Padre!
“He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (versículo 6). Observe: solamente Dios el Padre puede llamarnos y engendrarnos. Cristo no puede hacerlo. Él es el Esposo de la Esposa. El Padre escoge a quién llamará, y luego los entrega a Cristo para que los proteja y los cuide, un trabajo que Cristo cumple con diligencia máxima. Él está entusiasmado porque hay más hijos viniendo a la Familia Dios, ¡calificando para gobernar en Su trono!
Para recibir esa recompensa magnífica e incalculable, debemos guardar la Palabra de Dios, salir del mundo, y “declarar Su generación”. Estaremos sentándonos en ese trono por la eternidad ¡si proclamamos este mensaje hoy!
“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (versículo 11). ¿Suena esto como la oración de un hombre quien sabía que iba a ser brutalmente golpeado? ¡Él está orando por Sus discípulos! La noche antes de ser azotado y crucificado, Él se enfocó en la gente que Dios le dio para que la entrenara y les enseñara, o sea, la gente que se sentará con Él en el trono de David para siempre, aquellos que declaren Su generación hoy.
“Porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (versículo 8). Cristo continuó orando por Sus discípulos, no solamente por los de esa época ¡sino también por todos los demás en todas las épocas en adelante! (versículo 20).
Considere lo que iba a suceder en unas cuantas horas, y reflexione en lo que estaba en la mente de Cristo a medida que Él se adentraba en Su prueba más grande. Cristo sudó sangre en Su fervor para mantenerse cerca a Su Padre para recibir la fortaleza que Él necesitaba (Lucas 22:44). ¡Pero lo que vemos en Su oración de Juan 17 es Su amor incalculable! Su altruismo. Su compromiso con el Padre y con la Familia Dios. Y vemos Su fe profunda.
Esa es la misma fe que Dios nos dará si seguimos el ejemplo de Cristo (Gálatas 2:20).
Cristo continuó: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Juan 17:12-13). El gozo de Cristo es dado a nosotros hoy. Pero ese gozo será pleno completamente ¡una vez que todo esto termine! Una vez que Su pueblo escogido llegue a ser espiritual, los propios hijos e hijas de Dios, ¡tendremos gozo eterno por siempre y para siempre!
“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (versículos 14-15).
“los guardes del mal” se refiere a Satanás el diablo. Satanás está haciendo todo lo que puede para destruir al pueblo de Dios. Pero Dios dice que, si vamos a sentarnos en ese trono con Jesucristo, debemos vencer a Satanás así como Él lo hizo (Apocalipsis 3:21).
Dios quiere crear Su carácter en nosotros. Él quiere que Su propia mente esté en nosotros. Y Él usa pruebas (algunas veces, pruebas extremadamente intensas, como lo demuestra el ejemplo de Cristo), para construir ese carácter en nosotros.
La gente quiere el gozo completo que Cristo ofrece. Pero muy pocos quieren darse a sí mismos completamente a Dios ¡como Cristo lo hizo con el fin de recibir ese gozo!
Dios dice que debemos escoger vida, no muerte (ej. Deuteronomio 30:19). El mundo ha escogido muerte. Debido a esa elección, el mundo va a tener el mismo destino que un gusano. Sin Dios, no tenemos futuro.
Reflexione sobre el ejemplo majestuoso que Cristo estableció en estos momentos finales de Su vida perfecta. En esta oración de la crucifixión, uno ¡ni siquiera ve a Cristo orando por Sí Mismo! Él exaltó completamente a Su Padre, elogió a Sus discípulos, y oró por la protección de ellos y por su progreso espiritual. ¡Y Su Padre amó esa oración! Él ayudó poderosamente a Su Hijo a través de esa prueba. Afortunadamente, Jesucristo venció a Satanás, ¡incluso en medio del peor sufrimiento jamás infligido sobre ningún ser humano!
Esta oración demuestra el amor de Dios; y demuestra la determinación rotunda de Dios por expandir a Su Familia eterna, ¡y traerlo a usted dentro de ella! Él quiere que usted y yo estemos tan unidos a Él, así como Cristo está unido con el Padre: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros (…) La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad (…) para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos” (Juan 17:21-23, 26).
¡Qué oración! Qué visión tan luminosa la que Cristo tenía mientras enfrentaba sus horas finales. ¡Y qué Familia gloriosa de amor la que Dios es!
Pronto todos los santos de Dios serán perfectamente uno con Dios, así como el Padre y el Hijo fueron uno por toda la eternidad. Y entonces nosotros le ayudaremos a Él a construir esa Familia aún más, y traer a todos los que estén dispuestos, de todo el mundo entero, ¡a ese mismo compañerismo de familia unificado para siempre!