Cuando tenía 12 años, mis padres decidieron que debería ir a una escuela nueva, así que visité dos escuelas. Ambas eran escuelas privadas. Una estaba justo al lado de mi apartamento en el centro de la ciudad de St. Louis. La otra estaba a media hora en coche en una zona más rural. Una se fundó en 1974 y tenía solo un edificio grande donde estaban todas las aulas; llamaban a su director Jason. La otra se fundó en 1859 y tenía un campus con muchos edificios de importancia arquitectónica y uno de sus fundadores fue George Herbert Walker, el abuelo de George Bush. Una de ellas compraba el almuerzo en un restaurante de comida rápida diferente cada día. Otra tenía una cafetería. En la primera escuela, vi a los alumnos ir en patineta por el pasillo, lo cual se consideraba aceptable. La otra exigía saco y corbata y nunca habría permitido patines en sus pisos de mármol. Finalmente, la segunda institución, el lugar más inclinado hacia lo tradicional que he visitado en mi vida, era una escuela sólo para varones.
De joven, la elección adecuada era obvia. En retrospectiva, fue bueno que mis padres tomaran la decisión por mí. Me daba algo de miedo ir a un lugar donde la tradición era tan importante.
Cuando fui por primera vez a la escuela St. Louis Country Day, estaba aterrado, pero con el tiempo, aprendí que estas cosas realmente funcionan. Realmente es mejor seguir las tradiciones que rodean a la etiqueta. Y realmente es mejor estar en un entorno meticulosamente diseñado en el que todo se hace de forma decente y en orden, en el que las instalaciones y el equipamiento son excelentes, y en el que la gente se comporta con un sentido de autoestima, honor y dignidad.
Cuando solicité ingresar a St. Louis Country Day school, no había ninguna garantía de ser admitido. De hecho, pensé que era poco probable que me admitieran. La colegiatura era de unos 6.500 dólares en 1988 y para cuando me gradué era de casi 10.000 dólares al año—más de 30.000 dólares hoy en día—, así que la escuela no sólo tendría que admitirme, sino también pagar mi colegiatura. No estaba exactamente calificado para estar allí, pero en resumen, cuando fui admitido, esta es la carta que recibí:
Sr. Mark L. Jenkins
Estimado Mark,
La escuela Saint Louis Country Day se complace en invitarte a formar parte de nuestro séptimo grado a partir de septiembre de 1988.
Quiero que sepas que te retaremos hasta el máximo en cada área de la vida escolar. Se espera que quienes se inscriban en la Escuela Country Day establezcan un historial académico acorde con sus capacidades y realicen contribuciones dignas de sí mismos y de la Escuela. Tu mente, tu cuerpo y tu espíritu tendrán la oportunidad de alcanzar su verdadero potencial. En todo lo que hagas, esperamos que des lo mejor de ti. Te invito a formar parte de nuestra rica tradición y espero que nos ayudes a construir nuestro futuro. Espero verte en septiembre. ¡Felicidades!
Atentamente,
Duncan L. Marshall, Jr.
Director de Admisión
El tono de esa carta formal da la impresión correcta de la propia institución. Cuando entré en el edificio principal por primera vez, había un sello escolar gigante grabado en el piso de mármol. Estaba a pocos pasos de la puerta y cubría todo el centro de la sala, y nadie podía pisarlo. Su ubicación estaba claramente puesta para que los alumnos tuvieran que hacer un esfuerzo para no pisarlo. El castigo sancionado por la escuela por violar esta norma era ser arrojado al estanque cercano.
Asistí a esta escuela durante siete años y nunca vi a nadie pisar el sello de la escuela. A menudo, docenas de personas pasaban por esa zona casi a la carrera en camino a clase, todos ellos obedientemente rodeando el sello en el suelo. Era una cuestión de respeto—una cuestión de autoridad. Una de las principales ventajas de la tradición es que fomenta el respeto por las instituciones y las figuras de autoridad que te rodean.
Ese mensaje de respeto por la institución quedó muy claro antes de que yo asistiera a la escuela. Tuve que rodear ese sello para entrar a la oficina en donde realicé mis exámenes de admisión.
Una vez que empecé a ir a esta escuela, llevábamos saco y corbata. Siempre había llevado corbata a la iglesia, pero todas las que tenía eran de clip; nunca había aprendido a ponerme una corbata de verdad, y las de clip estaban prohibidas en la escuela. Así que aprendí. Esto también tenía que ver con el respeto a la institución que representábamos—un recordatorio muy claro de que éramos parte de algo mucho más grande que nosotros mismos.
Si un alumno no llevaba su saco cuando caminaba por el pasillo, podía estar seguro de que no llegaría lejos antes de escuchar estas tres palabras: Ponte tu saco. Aunque a veces la gente no obedecía esa norma, lo cierto es que nunca vi a nadie caminar por el pasillo sin corbata. Habría sido algo inimaginable.
Recuerdo mi primer día de clases. Comenzó con un foro escolar, que lo hacían todos los lunes. Había unos 500 estudiantes reunidos en uno de los edificios antiguos finos del campus, la capilla Danforth, y cuando el orador subió al escenario, todo el público se puso de pie. Si un alfiler se hubiera caído, se habría escuchado.
Luego fui a mi clase de inglés, y recuerdo que me sorprendió ver cómo los alumnos se ponían de pie de nuevo cuando el profesor entraba al aula. Por respeto al cargo que ocupaban como profesores, nos pusimos de pie, y en silencio. Nadie habló ni se movió hasta que se les dio permiso. Hacer lo contrario nos habría enviado a la oficina del director. Al mostrar respeto a esa autoridad, mostrábamos respeto a la institución que representaban.
De hecho, más de la mitad de mi clase de graduación forma parte de lo que llaman el “Club de la Lealtad de los Carneros”. En otras palabras, han donado dinero a la institución al menos los tres últimos años de forma consecutiva. Nos graduamos hace 27 años, y la mayoría de mi clase sigue donando dinero libremente cada año para la educación de la siguiente generación en la institución donde nos formamos y moldeamos. De hecho, acaban de terminar un proyecto de recaudación de fondos para una nueva construcción y han conseguido 95 millones de dólares en 5 años. Cada año se gradúan unos 150 estudiantes y hoy la institución es capaz de recaudar casi 20 millones de dólares al año.
Ese resultado no fue accidental. Todo el concepto de la institución tiene como objetivo fomentar la tradición, el sentido del honor y el respeto por lo que estos jóvenes forman parte, o sea, por lo que muchas personas en todo el mundo todavía sienten que son parte. Ellos quieren perpetuar algo que funcionó en sus vidas.
Ponerse de pie cuando un instructor entra en la sala, adherirse a un código de vestimenta que muestra respeto por uno mismo y por su entorno, comenzando nuestra rutina diaria de correr frente al asta de la bandera en el campus, incluso compartiendo donas con nuestro grupo asesor especialmente asignado de ocho jóvenes los jueves por la mañana—todas estas cosas crearon un sentido de comunidad; una herencia compartida. En un grado u otro tenemos muchas de esas cosas aquí en la Academia Imperial y el Colegio Herbert W. Armstrong. Les digo que podemos conservar la tradición en nuestras instituciones y en nuestras familias incluso más de lo que lo hacemos. Debemos aprender a mostrar un respeto aún mayor por las instituciones y los cargos que Dios ha puesto en marcha.
Recuerda la instrucción que Dios le dio a Moisés en la zarza en llamas:
“Viendo [el Eterno] que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodos 3:4-5).
En el folleto ¿Cuál es el día de reposo cristiano?, Herbert W. Armstrong escribió: “Ahora suponga que Moisés hubiera sido como la mayoría de la gente hoy en día. Probablemente habría alegado: ‘Bueno, Señor, no veo que haya ninguna diferencia en el lugar donde me quito los zapatos. No quiero quitármelos aquí, en este suelo. Esperaré y me quitaré los zapatos una milla más adelante’”.
“Si Moisés se hubiera rebelado y hubiera dicho eso, nunca habría sido utilizado para sacar al pueblo de Dios de la esclavitud egipcia”.
“¿Y por qué? Bueno, ¿qué hizo que ese pedazo de tierra en particular fuera sagrado? La misma presencia de Dios estaba en esa tierra. ¡Dios es santo! ¡La presencia de Dios en ese arbusto hizo que la tierra que lo rodeaba fuera santa!”
“El suelo a una milla de distancia no era sagrado. ¿Qué diferencia había entre quitarse los zapatos y dónde? ¡He aquí la razón! El suelo donde estaba parado era sagrado. Dios le exigió a Moisés que tratara el suelo sagrado con respeto y no como trataría a cualquier otro suelo”.
Moisés fue llamado el hombre más manso de la Tierra. Dios sabía que Moisés respetaría las cosas que Él estableciera.
Me encantaba St. Louis Country Day School. Por sus tradiciones, comprendí perfectamente que formaba parte de algo especial, que tenía la obligación de honrar a esa institución y a su legado.
Al mismo tiempo, el fin de semana, entraba en una sala de reuniones del hotel Ramada, justo al lado de la autopista, y entraba en una institución mucho mayor: el lugar donde Dios había puesto Su nombre. Dios ha colocado Su presencia en nuestra Iglesia, incluso en el propio día Sábado. Desde luego, no queremos pisotear el sello de Dios.
Cuando vas a la Iglesia, todos—ministros y adolescentes por igual—cumplen las normas de vestimenta. En el Auditorio Armstrong, los ministros no ponen cosas sobre la madera ni llevan una taza de café al teatro ni usan lápices de colores en las sillas. Ellos siguen las normas del Auditorio Armstrong como todos los demás, porque ésta es la Iglesia del Dios Todopoderoso, y ésta es Su Casa. Actuar de otro modo no demostraría respeto por la institución que Dios mismo estableció.
Nunca ha habido un grupo de jóvenes con más oportunidades de las que tú tienes en la Iglesia de Dios. Nunca ha habido un grupo de jóvenes con más razones para dar gracias a Dios y manifestarle cuanto respeto tienes por Sus instituciones. Claramente no es porque hay algo especial en ti o en mí; sino porque Dios es especial.
Él establece las tradiciones que construyen el respeto en nuestras vidas. Nos da congregaciones, programas educativos de verano, Imperial Academy y otras bendiciones—incluso a nuestras familias. A cambio, Dios espera que respondamos con el mismo tipo de humildad y respeto que Moisés.
Así debe ser en todas nuestras vidas, mostrando un profundo respeto por algo más grande que nosotros mismos: las instituciones y los cargos de nuestro asombroso Padre celestial—instituciones a las que nos ha permitido pertenecer.