Cuidado con nuestra cultura del presente
Eligiendo entretenimiento de calidad en un mundo depravado

Whitney Houston quiere bailar con alguien. Me lo ha informado a menudo y varias veces al mes sin ningún esfuerzo por mi parte. He escuchado sus súplicas sin duda cientos de veces a lo largo de mi vida a pesar de no haber tenido nunca un disco de Whitney Houston ni haber asistido a un concierto de ella. Hay muchos artistas populares cuyas canciones me resultan muy familiares a pesar de que me esfuerzo más por no escucharlas que por escucharlas.

Mark Steyn escribió: “La mayoría de nosotros tenemos prejuicios: puede que no nos guste el ballet o el golf, pero no nos preocupa si vamos a la charcutería (…) y hay una simplona en mallas haciendo cabriolas a nuestro alrededor o un tipo en pantalones de golf tratando de sacar la bola del rough detrás de la barra de ensaladas. Sin embargo, a lo largo día, cualquier cantidad de transacciones que no tienen nada que ver con el rock van acompañadas de música rock”.

Vivimos en una sociedad con una agresiva cultura del presente. A medida que pasan los años, la historia y la cultura significativas del pasado se desvanecen rápidamente en el olvido.

El término “cultura del presente” procede de un artículo que Mark Steyn escribió como retrospectiva de 30 años del libro El cierre de la mente moderna
por Allan Bloom. Él dice: “La ‘cultura popular’ es más bien una ‘cultura del presente’: Se celebra el milenio, pero apenas se puede concebir nada anterior a mediados de la década de 1960. Estamos en la escuela más tiempo que cualquier otra sociedad en la historia de la humanidad, entrando en el jardín de infancia a los 4 o 5 años y dejando la universidad a lo mejor un cuarto de siglo más tarde, o 30 años más tarde en Alemania. Sin embargo, en todas esas décadas existimos en el fragor del presente. Una educación clásica considera la sociedad como una especie de iceberg, y nos enseña los siete octavos que hay bajo la superficie. Hoy en día, vivimos en el octavo superior, flotando en los restos del aquí y ahora. Y, sin los siete octavos bajo el agua, lo que queda en la superficie es cada vez más delgado”.

Es una metáfora asombrosa del estado de nuestra cultura: flotando en los restos del aquí y ahora, incapaz de ver su herencia congelada bajo las aguas heladas.

El propio Bloom escribió: “La música clásica es ahora un gusto especial como la lengua griega o la arqueología precolombina, no una cultura común de comunicación recíproca y taquigrafía psicológica”.

Es un concepto interesante: “comunicación recíproca y taquigrafía psicológica”. ¿Qué significa?

El 9 de enero de 2020, theTrumpet.com publicó un artículo titulado “American Politics and Othello” [La política estadounidense y Otelo]. A medida que el artículo se desarrollaba, el autor Joel Hilliker explicaba la trama básica de Otelo. En lugar de suponer que su audiencia ya estaba familiarizada con la trama de una de las obras más famosas de Shakespeare, se vio obligado a desvelar sus giros argumentales al lector como sorpresas. En la mayoría de los casos, probablemente lo eran.

Probablemente eso no te produzca ninguna reacción. ¿Por qué tendría que esperarse un reconocimiento instantáneo de la historia de Otelo?

Ahora imaginemos que hubiera comparado la política estadounidense actual con Star Wars [también conocida como La guerra de las galaxias]. Ciertamente, podríamos esperar un reconocimiento instantáneo de esa historia y de sus personajes. En este escenario, la presunción de que el lector conoce la historia, conoce el trasfondo (comunicación recíproca y taquigrafía psicológica) es totalmente razonable.

Si digo que “la rueda ha cerrado el círculo”, es probable que no te transporte instantáneamente al quinto acto de El Rey Lear cuando Edmond le dice sus últimas palabras a Edgar. Citar a Shakespeare en una conversación cotidiana ya no funciona como taquigrafía conversacional. Pero citar a The Princess Bride [La Princesa Prometida] sí. Y esto me parece… inconcebible.

La gente no tiene opiniones firmes sobre Ricardo iii, pero hay sitios web enteros dedicados a las opiniones de la gente sobre la trilogía de Regreso al futuro.

Esto no es una objeción contra Regreso al futuro, La Princesa Prometida o Star Wars. Se trata de poner de relieve lo que estamos descuidando y, por tanto, perdiendo.

Allan Bloom describe a un estudiante moderno paseando por un museo y cómo éste revela la condición del estudiante. Los artistas se basaban en el reconocimiento inmediato de sus temas y en el conocimiento de la historia. Como los estudiantes modernos ya no tienen ese contexto, el arte se convierte en algo abstracto y no puede hablarles. Pierden su herencia.

Steyn escribió: “Qué logro sería que todas las secundarias pudieran adquirir un catálogo clásico tan rico como el que se utiliza en Looney Tunes cuando Elmer Fudd va a la caza del Pato Lucas o de Bugs Bunny. Carl Stalling, que hizo la partitura de esos dibujos animados, a menudo recurría a la fórmula: si alguien estaba en una cueva, la orquesta tocaba ‘La gruta de Fingal’. Pero ya no se puede hacer eso, porque nadie entiende el chiste”.

Cuidado con nuestra cultura del presente. No le importa la historia, la literatura, el arte o la historia de la música occidental. Se opone activamente a las estatuas históricas y a la fundación de Estados Unidos de Norteamérica. No le interesa la moral ni la religión. Y por muy inquietante que sea en el ámbito de los libros, el teatro y el cine, quizá sea más inquietante en la música.

Mientras que el 2,5% de las ventas de álbumes en Estados Unidos son de música clásica, ésta representa menos del 1% del total de transmisiones, según el servicio de seguimiento Alpha Data.

Bloom escribió: “La música rock es tan incuestionable y poco problemática como el aire que respiran los estudiantes, y muy pocos conocen la música clásica”.

“Mientras tienen el Walkman puesto, no pueden escuchar lo que la gran tradición tiene para decir. Y, tras su uso prolongado, cuando se lo quitan, descubren que están sordos. Nada es más singular en esta generación que su adicción a la música”.

Imagina su reacción hoy en día. Ellos no tenían ni una décima parte del acceso a la música que tenemos hoy. Podrías nombrar cualquier canción remotamente popular, y probablemente incluso una impopular, y yo podría hacerla sonar a través de un altavoz Bluetooth en menos de 10 segundos.

El Sr. Ron Fraser escribió: “Medio siglo después de los albores de la era del rock, Roger Scruton observó que, para el público promedio, ‘el canto les resulta extraño, los instrumentos desconocidos, y la mayor parte de la música que oyen no la escuchan, sino que la oyen por casualidad, introducida en sus vidas por los disc jockeys que controlan la dieta musical de la humanidad, y que están ocupados sustituyendo la proteína sólida de los himnos y las canciones folclóricas por el azúcar, el almidón y el glutamato del pop” (febrero de 2009, Philadelphia News).

¿Y qué si retrocedemos el reloj, digamos, 57 años hasta 1964? Ese es el año en que apareció una banda de rock: los Beatles. La reacción fue épica, incluso para los estándares modernos:

“Visualmente, son una pesadilla: trajes ajustados y dandis de estilo eduardiano-beatnik y grandes cuencas de pelo. Musicalmente son casi un desastre, las guitarras y la batería golpean un ritmo despiadado que elimina los ritmos secundarios, la armonía y la melodía. Sus letras (puntuadas por gritos chiflados de ‘¡yeah, yeah, yeah!’) son una catástrofe, un absurdo fárrago de sentimientos románticos de tarjeta de San Valentín…” (Newsweek, 24 de febrero de 1964).

“Son tan increíblemente horribles, tan espantosamente poco musicales, tan dogmáticamente insensibles a la magia del arte que califican como cabezas coronadas de la antimúsica, así como los papas impostores pasaron a la historia como ‘antipapas” (Boston Globe, 13 de septiembre de 1964).

“La calidad vocal de los Beatles puede describirse como roncamente incoherente, con la mínima enunciación necesaria para comunicar los textos esquemáticos” (New York Times,
10 de febrero de 1964).

“Sólo pensar en los Beatles parece inducir una perturbación mental. Tienen una presentación común y bastante aburrida que apenas parece merecer ser mencionada, y sin embargo la gente por aquí apenas ha mencionado algo más durante un par de días” (Washington Post, 13 de febrero de 1964).

Esto es sólo una pequeña muestra. Los adultos que representaban a los medios de comunicación de la época estaban horrorizados por esta gente que, como declaró una vez John Lennon, se creía más popular que Jesucristo.

Si retrocedemos 10 años más, llegamos a 1954, el año en que Elvis Presley comenzó su carrera. Diez años antes, Frank Sinatra estaba empezando. En 1980, el Sr. Armstrong escribió acerca del vínculo entre Presley, Sinatra y los Beatles:

“Retomó lo que había iniciado Frank Sinatra, cuando las adolescentes corrían gritando medio locas por su autógrafo. Elvis Presley lo revivió y lo intensificó. Luego, los Beatles dieron el nocaut de Satanás a cualquier sentido público de los valores sociales en el mundo” (Worldwide News, 22 de diciembre de 1980).

El Sr. Armstrong, escribiendo sobre una época en la que yo no existía y mis padres aún eran adolescentes, dijo que el sentido de los valores sociales en el mundo había sido noqueado. ¡La moralidad de la sociedad nunca despertó! Lo atribuyó a que Satanás utilizó a los Beatles como herramienta. Toda nuestra cultura actual se ha desarrollado en ese clima: una sociedad cuyo centro moral ha sido noqueado.

Ahora imagina que eres un director de cine pensando: ¿Qué se podría remover de la historia y representaría una gran tragedia? ¿Shakespeare? ¿Beethoven? ¿Mozart? No, la gente no se preocupa lo suficiente por ellos.

Esta pregunta se responde con una película popular de 2019 llamada Yesterday, cuyo tema es el golpe cultural que habría si la música de los Beatles desapareciera de la sociedad. Nuestra cultura del presente ha decidido lo que es culturalmente significativo en nuestro mundo. Y son los Beatles, no Beethoven.

Nuestra cultura del presente no puede ver nada anterior a los últimos 60 años. ¡Todo lo que va más allá de unas pocas décadas se borra en la mente de la mayoría de las personas!

¿Qué puedes hacer al respecto?

No hagas de la cultura de la sociedad tu cultura. Lee la gran riqueza de literatura disponible. Estudia la historia. Sumérgete en el tapiz de la música orquestal occidental en lugar de una dieta constante de instrumentos electrónicos amplificados que no existían hace 100 años, con letras de apoyo que no son aptas para el consumo humano.

Pero todo esto es filosófico, así que permíteme dejarte con esta sencilla petición: mientras te sientas en tu casa esta noche, no respondas a las súplicas de Whitney Houston ni recurras a nuestra moderna brigada heroica de spandex en Netflix. En lugar de flotar en los minúsculos restos del aquí y el ahora, considera la posibilidad de extraer las profundidades del rico patrimonio que tienes a tu disposición, y hazlo tu cultura del presente.